El Velo De La Rosa

Capítulo 47: El silencio antes de la grieta

El jardín lateral de la Academia Real estaba cubierto por una calma engañosa.

Las hojas altas de los arces se mecían suavemente, y el murmullo lejano de los estudiantes se desdibujaba hasta convertirse en un eco lejano. Allí, lejos de los pasillos de mármol y de las miradas inquisitivas, Anna caminaba con paso tranquilo.

A su lado iba Eliana.

No detrás.

No a dos pasos de distancia, como exigía la jerarquía de la Academia.

A su lado.

Un poco más atrás, con la postura recta y la atención siempre alerta, caminaba Garoum, como una sombra sólida, silenciosa, imposible de ignorar. Su sola presencia hacía que cualquier alumno que pasara cerca desviara la mirada.

Y cerrando el pequeño grupo, avanzaba Marien.

La joven caminaba con cierta rigidez, las manos entrelazadas frente a ella, los hombros tensos. Había aceptado acompañarlos, sí… pero cada paso estaba cargado de nerviosismo.

No por Garoum.

No por la Academia.

Por Anna D’Valrienne.

Marien no podía evitar observarla de reojo.

La veía reír suavemente ante un comentario bajo de Eliana. La veía inclinar apenas la cabeza para escucharla mejor. La veía… cercana.

Y eso no encajaba con el recuerdo que tenía grabado en la piel.

Flashback

El aula estaba llena.

Marien recordaba perfectamente aquel día.

Ella estaba de pie, con los libros apretados contra el pecho, mientras la risa de varios estudiantes nobles llenaba el aire.

Y en el centro de todo, como una reina observando su corte, estaba Anna.

—¿De verdad creíste que podías sentarte aquí? —había dicho entonces, con una sonrisa cruel—. Qué adorable.

A su lado, Eliana permanecía inmóvil.

No hablaba.

No reía.

No se movía.

Solo estaba ahí, con la mirada baja, como una muñeca bien vestida que pertenecía a alguien más.

—Mírala —continuó la antigua Anna—. Incluso ella sabe cuál es su lugar.

Marien recordó la sensación de ahogo.

Recordó cómo nadie intervino.

Recordó cómo Eliana no la miró ni una sola vez.

No por desprecio…

sino porque no podía.

Presente

—¿Estás bien? —preguntó Eliana de pronto, girándose hacia Marien.

La joven casi se sobresaltó.

—S-sí… perdón. Solo estaba… pensando.

Anna se detuvo.

No de forma brusca.

No con autoridad.

Simplemente se detuvo.

—Si te sientes incómoda, podemos regresar —dijo con naturalidad—. No tienes que forzarte.

Marien abrió los ojos, sorprendida.

—No… no es eso —se apresuró a decir—. Es solo que… es extraño.

Anna ladeó la cabeza, curiosa.

—¿Extraño?

Marien tragó saliva. Dudó un instante, pero al final habló:

—Yo… recordaba cómo tratabas a Eliana antes.

El silencio cayó como una hoja pesada.

Garoum tensó ligeramente la mandíbula, pero no dijo nada.

Eliana no apartó la mirada.

Anna tampoco.

—¿Y qué ves ahora? —preguntó Anna, sin dureza.

Marien miró a Eliana.

Vio cómo caminaba cerca de Anna.

Vio cómo, sin darse cuenta, buscaba su cercanía.

Vio cómo Anna bajaba la voz cuando le hablaba, cómo la escuchaba de verdad.

—Veo… —dijo al fin— que ella es tu refugio.

Eliana se quedó inmóvil.

Anna no respondió de inmediato.

Luego, con una honestidad que no buscaba excusas, dijo:

—Lo es.

Eliana levantó la vista, sorprendida, y Anna la miró con una pequeña sonrisa cansada.

—Antes necesitaba sentirme por encima de todos para no derrumbarme —continuó—. Ahora… solo necesito un lugar donde no fingir.

Marien sintió un nudo en el pecho.

La Anna que había conocido en sus recuerdos no habría dicho algo así.

Ni siquiera lo habría pensado.

—Eliana no está conmigo porque deba estarlo —añadió Anna—. Está porque quiere. Y yo… porque la necesito.

Eliana bajó la mirada, con las mejillas apenas sonrojadas, pero no negó nada.

Garoum, desde atrás, habló por primera vez:

—Quien no vea la diferencia… es porque no quiere verla.

Marien respiró hondo.

Por primera vez desde que aceptó caminar con ellos, la tensión en su pecho se aflojó.

—Entonces… —dijo con una tímida sonrisa— creo que me alegra haber venido.

Anna asintió.

El grupo volvió a avanzar entre los árboles, mientras el sol se filtraba entre las hojas.

Y Marien entendió algo que no le habían contado los rumores, ni los informes, ni las historias heroicas:

El mayor cambio de Anna D’Valrienne no estaba en lo que había salvado…

sino en a quién había permitido quedarse a su lado.

El camino empedrado que bordeaba los jardines internos de la Academia Real estaba casi vacío a esa hora. Las clases aún no comenzaban, y la mayoría de los estudiantes prefería evitar ese sector, no por la quietud… sino por quién caminaba allí.

Anna D’Valrienne.

A su lado iba Eliana, con un libro apretado contra el pecho, caminando con naturalidad, como si aquel nombre ya no pesara sobre ella. No había rigidez en sus pasos, ni tensión en sus hombros. Era una cercanía ganada, no impuesta.

Un poco más atrás, vigilante como siempre, avanzaba Garoum, atento a cada movimiento, a cada presencia que se acercaba demasiado. Su sola figura bastaba para disuadir miradas prolongadas.

Y cerrando el pequeño grupo, caminaba Marien.

La joven intentaba mantener la compostura, pero sus dedos no dejaban de entrelazarse nerviosamente. Había querido ver con sus propios ojos a la “nueva Anna”. Quería creer los rumores. Necesitaba comprobarlos.

Pero una cosa era escuchar historias…

y otra muy distinta era caminar tan cerca de ella.

Marien observaba en silencio.

Vio cómo Anna inclinaba ligeramente la cabeza cuando Eliana le hablaba.

Vio cómo bajaba el tono de voz solo para ella.

Vio cómo, sin darse cuenta, Anna reducía el paso para no dejarla atrás.

Ese detalle…

ese gesto mínimo…




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