Dicen que nuestro hogar es el reflejo del alma, que nos reflejamos allí. Una vivienda hermosa refleja a una hermosa persona, mientras que una despreocupada o tenebrosa es la representación de una persona carente de esperanza, de amor, de humanidad.
El castillo se encuentra en tinieblas, lejana está su imagen anterior llena de vida y brillo. La luz del lugar parece haber ido apagándose con el tiempo hasta quedar en penumbras que ocultan a grandes monstruos en ellas.
Melkor se encuentra postrado en la amplia cama en la que años atrás su esposa convalecía. Se ve ojeroso y pálido, casi como un cadáver. A su lado, la princesa sostiene la mano de su padre y al otro lado, cerca de la puerta, se encuentra la reina Ekaterina y su hijo mayor, Devan.
La habitación se encuentra en silencio a excepción de la tos que ataca al rey de vez en cuando. Su rostro se contráe de dolor y debe acercar rápidamente un trapo a su boca para no manchar la cama con la sangre que escupe. Incluso en una situación así, no abandona su expresión siniestra. La princesa Versa se sobresalta y acaricia cariñosamente la espalda de su padre haciendo algunas muecas.
—Deberíamos llamar al médico —dice Devan sosteniendo la mano de su madre. Su voz es similar a la de su padre, con algunas diferencias que lo significan todo.
—No, no es necesario.
El futuro rey frunce el ceño, sin comprender a su padre.
—¡Por supuesto que es necesario! —acota la reina— Te estás desangrando, Melkor.
Ekaterina siempre amó a su esposo a pesar de todo. Incluso cuando sus ideas se encontraban en lados opuestos.
—Dije que no —sentencia firme.
Pasos acelerados se oyen por el pasillo para luego detenerse. Un tenue golpeteo particular se hace oír tras la puerta. Uno, dos, tres golpes distanciados por cinco segundos.
—Adelante —exclama el rey antes de que un nuevo ataque de tos le llegue.
La puerta se abre y por ella entran cinco guardias arrastrando a una joven chica de ojos dorados que relucen por su piel trigueña. Sus manos se encuentran encadenadas y algunas heridas recientes se esparcen por su rostro.
—¡Sueltenme, asquerosos! —grita la joven amartista.
Ekaterina observa a su esposo conmocionada, recordando probablemente la escena similar que vivió hace dieciocho años atrás.
El tiempo cambia, las personas no.
Los guardias arrojan a la chica cerca del rey y este se incorpora con ayuda de Versa. Devan observa todo con los ojos bien abiertos y un leve temblor en las manos que intenta ocultar aferrándose al brazo de su madre.
—Es una amartista…¿verdad?
—¿Eres estupido, acaso? —le espeta su padre— ¡Por supuesto que sí! Soy el rey…y merezco lo mejor.
—Padre…no le digas así, solo está preocupado —intercede Versa, pero en sus ojos se refleja el vacío de sus palabras.
Ekaterina se acerca aún más a su hijo, acariciando lentamente su brazo.
—Melkor…como has podido…
—Ella tiene algo que necesito y lo tomaré, así de fácil, mujer —le contesta a su esposa. Ni siquiera le da una mirada, sus ojos se encuentran fijos en la joven amartista.
Melkor no es capaz de entender que las amartistas no lo ayudarán, por más herido que esté. Jamás obtendría su ayuda. La monarquía hizo demasiado daño a aquella comunidad y jamás se han disculpado por ello. Generaciones enteras cegadas por el poder.
—Cúralo —le ordena uno de los guardias a Kai. La pobre solo tiene dieciséis años, pero adopta una posición firme y no despega los ojos del enfermo rey.
—No.
Su respuesta es fría, contundente.
—¡Cúralo! —la princesa interviene. Haciendo sobresaltar a su madre. Lejos quedó su apariencia educada y amable.
—Dije que no.
El tiempo parece detenerse por unos segundos, el odio se refleja en los ojos del rey y su mente se oscurece con la maldad.
En ese momento es cuando decido intervenir, cansada de ser una simple espectadora. Abandono la esquina en la que me encuentro y me dejo ver por todos en aquella habitación.
—Tóquela y será lo último que haga, princesa —mi voz es firme, ruda y a la vez débil. No necesito gritar para que los demás me oigan.
—Darya —dice Kai al oír mi voz, gira un poco su cuerpo y nuestras miradas se conectan. Dorado con dorado, fuerza con fuerza.
Hago que las cadenas de sus muñecas se rompan y ella corre a refugiarse detrás de mí, en el lugar en el que permanecí hasta hacía unos instantes oculta. Los guardias se ponen a la defensiva, dispuestos a luchar.
—Tranquilos, muchachos —sonrío— No me apetece pelear…por el momento.
Me acerco a la cama y me posiciono a un lado del rey, dándole un pequeño empujón a Versa.
—Ten más cuidado, amartista —dice.
—Y tú ten más respeto, niña.
Observo seria a Melkor, haciéndole saber quien manda en estos momentos.