Los días pasan, lentos, casi irreales. Es como si fuera una espectadora de mi propia vida, observo todo desde fuera sin poder hacer nada. Estoy bloqueada, alejada de todo lo que me rodea.
Los habitantes del poblado se encuentran asustados, aterrados mejor dicho. Ver a un presma quitar una vida no es nada bello de ver, es aterrador, traumático.
Verlo ya es aterrador, no quiero imaginarme lo que se debe sentir.
Nadie quiere salir de sus casas, todos se encuentran encerrados. Se sienten a salvo allí pero no lo están, nadie lo está.
Observo desde la ventana las calles vacías.
—Esto no puede seguir así…—Yennefer pone las manos en mis hombros, descansando la cabeza contra el marco de la ventana— Tenemos que vivir, Darya. No podemos seguir ocultándonos.
—Lo sé, créeme.
Nos mantenemos en silencio, observando el cielo despejado y el verde que nos rodea. Me alejo de la ventana y tomo de la mesa mis guantes, me los coloco con rapidez y observo a Yennefer.
—¿Me acompañas? —le cuestiono, me observa atenta con algunos destellos de intriga en sus ojos.
—Siempre.
Juntas caminamos por el poblado, cruzamos la barrera y nos adentramos al bosque. Caminamos atentas, sin emitir palabras. Estos días hemos visto a los presmas merodear la barrera y es posible que algunos se encuentren en el bosque.
Encontramos una de las bestias cerca del reino mas no parece tener intenciones de atacar, parece estar vigilando.
Cruzamos el límite con el bosque y recorremos las calles del reino, no ocultamos nuestra presencia pero de todas formas no es necesario, el lugar está despoblado. Una imagen muy similar a nuestro hogar.
—Esto no me gusta, Yenn.
—La energía es extraña —gira su rostro de un lado al otro, observando el reino.
La última vez que recorrimos estas calles juntas, escapábamos de una posible muerte. Dejamos atrás un castillo en llamas y nos refugiamos en el bosque hasta que todo se calmó y luego regresamos al poblado. Fue la primera vez en que nuestras manos se tocaron. Sin dudas, es un recuerdo amargo.
Llegamos al castillo y los guardias no tardaron en percatarse de nuestra presencia. Uno de ellos, se acerca y no me pasa por desapercibido la daga que esconde detrás de su espalda.
—Quiero hablar con tu reina —le digo cuando se encuentra cerca. Frunce el ceño, quizás por mi tono de voz. No dejo espacio para réplica, tomo la mano de Yennefer y pasamos por su lado, adentrándonos en el castillo.
—La reina no puede atenderla ahora, se encuentra en una reunión muy importante —nos informa el guardia.
—¿Si? —Yennefer intercede— Pues nosotras somos más importantes, dile que estamos aquí. Ahora.
El hombre toma una profunda respiración y se marcha por un pasillo. No son idiotas, nos rodean algunos guardias de forma disimulada, pero yo los veo. Yo veo todo.
—¿Desde cuándo eres tan ególatra? —digo en tono burlón.
—Desde que me junto contigo.
Sonrío, inevitablemente.
Minutos después el guardia regresa.
—La reina las atenderá, siganme —hace una reverencia para que lo sigamos y comienza a caminar seguido por nosotras.
—Que elegante…—susurra Yenn.
Llegamos a una gran puerta y el guardia golpea antes de permitirnos ingresar. Es un amplio salón y al lado de una mesa dorada se encuentra la reina, vistiendo un largo vestido verde junto al príncipe Devan que lleva un traje del mismo color.
—Majestades —digo con voz calma, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza—, esta es Yennefer, otra amartista del poblado —digo señalándola.
La amartista me observa con expresión furiosa y yo me limito a guiñar un ojo, solo para molestarla más.
—Es un placer conocerlos.
—El placer es nuestro querida —contesta la reina, siempre tan perfecta.
Devan se acerca y mueve dos sillas para que tomemos asiento.
—¿Que las trae por aquí? —el príncipe no gasta su tiempo en rodeos ni demasiadas formalidades.
Reprimo mi sonrisa, es momento de ser inteligente y usar las palabras a mi favor. Mi mayor y mejor arma.
—¿Puedo preguntar porque el reino se encuentra tan…?
—Vacío —agrega Yenn.
Ekaterina suspira mientras se observa con su hijo. Son dos gotas de agua, tan idénticos que me cuesta creer que el padre de Devan es un hombre tan horrible como Melkor.
—Unos monstruos nos atacaron hace unos días, fue horrible —contestó la mujer— Nadie quiere salir de sus hogares.
—Fue horrible, parecía como si les absorbieran el alma a las personas.
Yennefer y yo nos miramos. Mi presentimiento desde que vimos al presma vigilando el reino se hace realidad.
—Se llaman presmas —les digo—, son bestias que se alimentan de las almas y vitalidad de las personas. Lo destruyen todo, solos son poderosos pero juntos…juntos son casi invencibles.