La palabra tiene poder, siempre lo supe. Si dices algo con convicción y fuerza harás que los que te escuchen estén de acuerdo y que, posteriormente, te sigan sin dudarlo porque el poder lo tienes tú y ellos lo saben, confían en eso.
Pero algunas veces, ese poder no es suficiente. Es allí cuando las palabras quedan en el olvido y se debe tomar la decisión de actuar. Llevar las riendas que el poder te permite controlar.
No sabía que poseía ese poder hasta que un día lo intenté, solo fue una pequeña charla que me demostró lo manipulable que es la gente y, sobre todo, lo manipuladora que puedo llegar a ser.
—¿Qué crees de todo esto, padre? —le pregunté cuando las amartistas se fueron del castillo y yo lo acompañé a su habitación. Madre y hermano se encerraron en la oficina, no me interesó permanecer con ellos.
—Todo es una mierda justo ahora, Versa.
Tosió, su rostro de dolor hizo mi sangre hervir. La asquerosa amartista no solo se había negado a sanarlo sino que también nos atacó y ahora, osaba con hacer una alianza con Ekaterina.
—Esa alianza…no está bien.
—Lo sé, pero una vez que me sane…acabaremos con ella, con todas ellas —me contestó seguro. Padre siempre fue un hombre que destilaba poder en cada palabra pero en esos momentos, en su mirada se filtró un apéndice de inseguridad. Decidí que debía aprovechar su inestabilidad.
—Pero las cosas no serán iguales —dije acariciando su brazo— Nos veremos débiles.
—¿A qué te refieres?
—¿No te das cuenta? —inquirí— Si llevamos a cabo la alianza, el reino se revelará porque sabrán que no somos lo suficientemente fuertes y que necesitamos la ayuda de las amartistas para defendernos.
Melkor se quedó en silencio, observando el techo de su elegante habitación. Ví que mis palabras le afectaban así que decidí dar mi último golpe.
—¿Que pasara cuando se sepa lo que mamá hizo?
No dije nada más al respecto, después de un rato en silencio me marché dejándolo solo. Convencida de que había logrado lo que quería.
Algunas horas después, mi madre era decapitada y mi hermano encerrado en una celda.
Desde entonces, utilizo mi poder cada segundo que puedo.
Camino por uno de los pasillos del castillo a paso acelerado, alzo un poco mi vestido para poder ir más rápido. Observo por un gran ventanal el caos que se formó en la entrada, las personas se aglomeran y gritan sin cesar.
Un hombre resalta entre los demás, viste ropa totalemte negra y en el lado izquierdo del pecho reluce una insignia, una espada dorada rodeada por una serpiente de color verde.
Desde que se supo sobre la muerte de mi madre y la desaparición de Devan y sus amigos, el reino está en caos. No es un secreto que ellos eran los miembros preferidos de la corona.
Están furiosos y esa furia les nubla la mente, se olvidan de a quién se están atreviendo a enfrentar.
Pero pronto lo recordarán.
—¡Guardias! —un hombre cubierto de una resplandeciente armadura se acerca trotando hacia mí.
—Princesa, ¿necesita algo?
—Acaben con él —digo señalando al hombre—, para que se pongan en el lugar que corresponde.
Titubea ante mis palabras, me observa con los ojos bien abiertos. Quiere negarse, lo intuyo. Busca las palabras para que me retracte.
—Órdenes del rey.
Tres palabras que lo hacen asentir y marcharse camino a la muchedumbre.
Observo por la ventana como se acerca a los guardias que intentan retener a las personas y como se acerca al oído de uno, diciéndole algunas palabras. Asienten.
Uno de ellos desenfunda la espada que colgaba de la cinturilla de su pantalón y se acerca a los mandinos, nadie parece verlo venir. En un rápido movimiento, atraviesa al hombre por el pecho. Un grito colectivo se oye, las mujeres se tapan el rostro, lloran. Gritan, todos. Quieren atacar a los guardias pero estos se ponen en fila y dan inicio al toque de queda.
Las personas se ven obligadas a retirarse a sus hogares, algunos intentan llevarse el cadáver del hombre pero los guardias se lo niegan.
Me fue fácil reconocer aquella insignia que el hombre portaba, hace un tiempo en el reino se ha creado una especie de grupo rebelde que se identifican con ese sello. No me preocupan demasiado, solo son un grupo de marginados que quieren hacerse los héroes pero, con suerte, ellos logran comer una vez cada dos días. ¿Cómo lograrían algo real para los demás, si no pueden ayudarse ni a ellos mismos? Con suerte siguen con vida y deberían agradecérlo, no luchar contra nosotros.
El cuerpo inerte queda a los pies de la escalera del castillo, como un recordatorio de lo que pasa si intentan enfrentar a la corona.
***
—Padre, ¿cómo te encuentras? —le pregunto al acercarme a su cama.
—¿Qué eran todos esos gritos, Versa? —se incorporó, apoyando la cabeza en el cabezal de la cama. Desde que mandó a asesinar a mamá ha empeorado, las fuerzas se le agotan y ahora, no solo le duele el cuerpo sino también el alma.