El veneno de la dama

Capítulo once: Construyendo un hogar

Varios días han pasado desde que Auroc, Devan y yo nos marchamos para encontrar más aliados. Sin duda, me siento decepcionada. Sabía que las cosas no serían fáciles pero no creí que llegaría a tal punto. Intento disimularlo, solo para mantener mi ego intacto, pero se que Devan vio el momento exacto en el que la decepción me golpeó tan fuerte que tardé algunos segundos en recuperarme.

Estábamos a orillas de un gran lago de agua cristalina. Se veían algunas figuras coloridas bucear por el calmo lugar.

—Wow —dijo Devan, con los ojos brillantes—, son hermosas.

—Lo son.

Poco a poco fueron llegando más y más de aquellas bellas mujeres. Sus cabellos eran de vibrantes colores y su piel estaba prácticamente cubierta de escamas coloridas. Se deslizaban por el agua de una manera delicada, tanto que te dejan maravillado. Comprendía el asombro de Devan ya que todos quienes la ven por primera vez tienen esa reacción.

—Jamás me habría podido imaginar unas criaturas tan bellas —dijo poniendo después una expresión culpable—, sin ofender.

—No ofende —le contestó Auroc con tono gracioso.

—Hay demasiadas criaturas, Devan, tantas que jamás podrías conocerlas a todas. Cada una más bella que la otra.

Ya no hubo respuesta puesto que una mujer de largo cabello rosado con escamas del mismo color y violeta salió del lago, adquiriendo poco a poco unas largas piernas que anteriormente se encontraban unidas.

—Vaya sorpresa…grandes cosas deben estar ocurriendo para que vengan a mí —su voz era aterciopelada, calma. El tipo de voz que me desagrada, nadie puede ser tan calmo por naturaleza—. Una amartista, un corve y un…simple humano.

Devan frunció el ceño, saliendo de su encanto por la mujer que teníamos enfrente.

—Holly…nosotros queríamos hablarte acerca de algo muy importante.

Mi viejo amigo tomó la palabra, explicando tranquilamente la situación y nuestra propuesta de crear una alianza. El príncipe y yo quedamos a un lado, siendo oyentes de sus palabras y testigos de la expresión de júbilo de Holly.

—No, no voy a ayudarlos.

—¿Qué? ¿Por qué no? —le cuestionó Devan algo exasperado— ¿No escuchaste a Auroc, acaso?

—Lo hice, cada palabra.

Varios pares de ojos nos observaban a lo lejos, atentos a la charla que manteníamos con Holly.

—¿Entonces por qué te niegas tan rotundamente?

—Si los presmas acaban con los mandinos y las amartistas, nos harán un favor a todos —ella nos observó a Devan y a mi—. Será un mundo mejor sin todos ustedes. 

En ese momento, con sus palabras tan crudas y su convicción me fue inevitable mantener mi calma. Mi interior era un completo caos, quería gritarle, decirle que era una egoísta que solo se interesaba por su bienestar.

—Y a ti, Auroc, te recomiendo que te alejes de ellos, no te traerán nada bueno.

Nos marchamos de allí en un completo silencio, arrastrando nuestras esperanzas.

Fui capaz de oír algunas risas a nuestras espaldas. Cerré los puños con fuerza, clavándome las uñas de los guantes en la palma de la mano. Un suave toque en ella hizo que relajara los dedos, a mi lado Devan me observaba atento.

—No le hagas caso, Darya— dijo casi en un susurro—. No sabe de lo que habla.

Asentí con la cabeza, creyéndome incapaz de contestar con mi voz sin que esta se rompiera.

Hace algunas horas llegamos al poblado y me sorprendió verlo tan vivo. Hacía demasiado tiempo que no había tantas personas aquí, niños corriendo a todos lados riendo sonoramente.

Caminé con pasos lentos y pesados a mi cabaña. Me lancé a la cama sin pensarlo demasiado, Yennefer, que se encontraba leyendo un libro de hojas desgastadas y amarillentas, se recostó junto a mi.

—No fue demasiado bien, ¿verdad?

—Los únicos aliados seguros son los corves.

Mi esposa acaricia un lado de mi rostro, cierro los ojos, relajándome con su dulce tacto.

—¿Sabes qué dijo Holly?

—Seguro nada agradable.

Yennefer conoce a Holly y a las demás mujeres del lago hace unos años y siempre ha dicho que no le agradan. Me burlaba de ella por sus fuertes palabras, creyendo que exageraba, hasta que un día las conocí y supe que sus palabras eran verdad. Jamás creí conocer a personas que se comportaran tan groseras con los otros.

—Ella dijo que los mandinos y todas nosotras deberíamos morir.

—¿En verdad dijo eso? —se levantó de la cama y su brusco movimiento me hizo abrir los ojos. Me observaba algo enojada con las manos en la cadera.

—No con esas palabras, pero sí.

Se vuelve a acercar a la cama y se sienta delicadamente a mi lado. 

—No le hagas caso, ella solo está generalizando —suena segura—, no todos los mandinos son como Melkor y no todas nosotras somos horribles, y si lo fuimos alguna vez, ya hemos cambiado.

—Si tan solo las cosas fueran como tu dices…—comento— Pero, en esta ocasión, no estoy muy segura de que tengas razón. Por más que nos esforcemos en cambiar y tener una nueva vida, no podemos olvidar lo que una vez fuimos, lo que somos y lo que vamos a ser por toda nuestra vida —insisto—. No soy buena, por más que lo intente.



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En el texto hay: fantasia amor aventura

Editado: 17.10.2022

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