Sentía miedo. Sería estúpido si no temiera. El detective Sergio jamás imaginó que, durante su turbulenta vida, se encontraría ante esa situación.
Se enfrentaba nada más que al mismísimo Grupo Terrorista, quienes secuestraron a la hija del presidente de la República y pidieron una suma exacerbante de dinero a cambio de su liberación. Sergio, quien era conocido por sus habilidades detectivescas, fue contratado por el mismo presidente para que investigara dónde quedaba oculta la guarida del Grupo Terrorista, a la par de que era el encargado de entregar el dinero del rescate en el lugar acordado.
Sin embargo, aquella noche, le tendieron una trampa.
Fue al lugar acordado, una estación de servicio que quedaba en algún punto de la ruta 3, ya cerca del departamento de Amambay. A pesar de ser junio, hacía mucho calor. Era el famoso "veranillo de San Juan".
Bajó del auto, sin compañía. Le indicaron que fuera solo. Apenas unas tímidas luces iluminaban el lugar y no encontró a nadie más.
- Seguro aún no llegaron – Pensó Sergio, recostándose por su auto y agitando su sombrero, el cual siempre llevaba puesto y hacía que sus colegas lo llamaran "extravagante". Al pensar en eso se rio. Le pareció una tontería recordar esas nimiedades.
Pasaron diez minutos. Aún no se presentaban. Solo quería terminar con todo eso, regresar con la mujer y dormir una larga siesta.
- Seguro quieren debilitarme – pensó el detective Sergio – No me puedo fiar de ese grupo armado que solo lastima personas inocentes. Además, las últimas investigaciones que hice me inquietan. Por lo general tardan más en exigir dinero de recompensa. Ella fue secuestrada el día de ayer y, en menos de una hora, pidieron esta suma de dinero para esta noche. El presidente me pidió que investigara sobre su escondite, pero cambió de idea y me pidió que fuese yo quien entregara el dinero. ¿Acaso no pudo pedírselo a alguien más? ¿A uno de sus guardaespaldas? ¿O alguien de la policía? ¿O acaso piensa que, si consigo llegar a un acuerdo, podré descubrir su escondite y así atraparlos a todos al final? No, Sergio, no te distraigas. Ahora lo importante es asegurarse de que ella esté a salvo.
Unos minutos más y Sergio vio a lo lejos a un grupo de diez personas. Todos iban armados con pistolas y metralletas y uno de ellos sostenía a la hija del presidente, a quien le vendaron los ojos y la boca, para que así no viera dónde la llevaban ni pudiese gritar por ayuda.
- ¿Traes el dinero? – le preguntó uno de los integrantes del Grupo Terrorista, el que parecía su líder. Todos llevaban los rostros cubiertos con trapos, por lo que no podía deducir quiénes eran.
- Sí, lo traje – Respondió Sergio, indicándole el maletín que llevaba en las manos – Entrégame a la joven primero.
- Primero acércate con el maletín – le ordenó el líder, quien extendió la mano hacia su dirección – Es a ti a quién queremos.
- ¿Cómo? – Dijo Sergio, sorprendido.
- La verdad nunca nos interesó la hija del presidente – explicó el líder – Solo buscamos una forma de llamar tu atención. Le dijimos al presidente que te "contratara" para el trabajo del rescate, junto con el dinero. Creí que lo habrías deducido, creo que te sobreestimé.
- En realidad sospeché que algo así pasaría – dijo Sergio – por un momento no entendí el porqué me pidió que fuese yo quien entregara el dinero de rescate, pero ahora está claro. Todo esto es una trampa para deshacerse de mí y no seguir arruinando los planes de este gobierno corrupto. Lo que no entiendo es el porqué metió a su hija en todo esto.
- Quien sabe – Dijo el líder – Ese presidente es muy extraño. Pero mientras nosotros sigamos ocasionando "el caos" en el país por órdenes del presidente de turno, nos desharemos de todo aquel que se interponga en nuestro camino.
El detective Sergio siempre sospechaba que los del grupo seguían órdenes del gobierno de turno, pero nunca tuvo pruebas para demostrarlo. Y ahora que las tenía, no podía hacer nada al respecto. Ellos eran diez. Él, solo uno.
- Está bien. Pueden llevarme – Dijo Sergio, acercándose con el maletín – pero liberen a la chica, por favor.
Desataron a la joven, quien fue corriendo directo a Sergio y, ante la sorpresa de todos, le dio un beso en la boca.
- ¡No lo hagas, por favor! – le pidió la joven a Sergio – ¡Si lo haces, te matarán!
- Perdón por involucrarte en esto – le dijo Sergio – Tu padre nunca me lo dijo directamente, pero él sospechó de nuestra relación y por eso mandó secuestrarte, porque te has vuelto mi debilidad.
- Lo siento tanto.
- No, perdóname a mí. Toma, aquí te dejo las llaves de mi auto. Vete y no mires atrás.
La mujer asumió con la cabeza y fue directo al auto. Los miembros del Grupo Terrorista rodearon a Sergio y le amarraron las manos por la espalda. El líder abrió el maletín y comenzó a contar los billetes.
- ¿Qué harán conmigo? – Les preguntó Sergio, intentando mantener la calma a pesar de su situación.
- Te mataremos. ¿Qué no es obvio? – Le dijo el líder – Podríamos matarte ahora mismo, pero sería aburrido. Primero te torturaremos, cortaremos tus dedos uno a uno y, cuando supliques que te matemos, comenzaremos a mutilar tus extremidades lentamente.
Sergio escuchó que su auto arrancaba. Sonrió. Al menos la hija del presidente, el amor de su vida, estaba a salvo. Pero el ruido del motor, en vez de alejarse, se acercaba. Y en cuestión de segundos vio cómo tres hombres fueron embestidos por el auto.
Tanto el líder como sus secuaces quedaron impactados. Y antes de reaccionar, el auto volvió a arrancar y comenzó a rodearlos, hasta llegar a Sergio.
La puerta del copiloto se abrió. Su amada estaba ahí, en su rescate.
- ¿Qué esperas? ¡Sube! – le ordenó a Sergio.
El detective así lo hizo. La joven movió el volante, dio otro gran giro y comenzó a alejarse del lugar. Sintieron que los terroristas comenzaron a dispararles, pero en esa oscuridad no podrían verlos.