El Verano De Mi Vida

Capítulo 4.

Mientras manejo enciendo el manos libres y llamo a mi padre para saber si ya puedo pasarme por su estudio de grabación.

—Princesa, ¿cómo va tu día? — Escucho como intenta hablar por encima del ruido.

Trato mentalmente de adivinar cuántas personas hay en el estudio —Muy bien y ¿el tuyo?.

—Algo cansado. Aún no hemos terminado y ya quiero salir corriendo de aquí.

No puedo evitar reirme al imaginar su cara de hastío —¿Puedo ir? Puedo llevarles algo de comer si quieres... Ya me he desocupado y no tengo nada que hacer.

—Muy bien, puedes venir. Tomaremos un descanso, pero luego tendrás que irte a casa.

—Está bien, iré por algunas donas y luego voy para allá —Respondo entusiasmada.

—Aquí te esperamos princesa, saluda a Enzo de nuestra parte y no tardes mucho... te amo —Colgando inmediatamente.

Colocó nuevamente la radio y está vez es Miley Cyrus quién me acompaña hasta la pastelería favorita de mi familia. Encuentro algo de tráfico en la calle así que me decanto por el callejón trasero de la pastelería, estaciono junto a la camioneta de entregas y bajo del auto esperando que esté el dueño y me deje pasar por la puerta de empleados.

Toco cuatro veces con un ritmo específico y espero a que alguien abra, dos minutos después un hombre bajo y barbudo, con una mirada ligeramente amenazante, vestido de chef aparece ante mis ojos.

—¿Se le ofrece algo señorita? —pregunta al verme con su ceño fruncido.

—Buenas tardes, ¿Está Enzo? Vengo de parte de un viejo amigo suyo —Logro responder con inseguridad.

—Deme un segundo señorita...

—Carter —Completando su frase.

—Señorita Carter.

El hombre rechoncho me cierra la puerta en la cara y enseguida escucho un grito desde dentro, Enzo sale disparado por la puerta atrapandome en otro abrazo de oso que parecen ser la orden del día.

—Theresa, cariño. Cuánto tiempo sin verte. —Dando un paso atrás para mirarme a los ojos —Mira lo hermosa que estás... Pero no te quedes ahí, pasa pasa —Empujándome hacia adentro de la pastelería —Disculpa a Marco, es mi nuevo jefe pastelero y tiene un fuerte déficit de humor. ¿Cómo está tu padre? Ese vejestorio tiene meses sin pasar por aquí.

No pude evitar sonreír ante la energía desbordante de Enzo —Te envío saludos. Ha estado muy ocupado, está trabajando en un proyecto nuevo. Sabes cómo son esas cosas.

—Gracias a dios salí de esa banda hace años —Girándose para dirigirse a su oficina —No soportaría a esta edad tener toda esa presión de la disquera.

—Es un adicto al trabajo, la única presión que tiene es de si mismo —Aclaré

—¿me lo dices a mi? —Volteando a verme con una impresionante ceja levantada —Trabaje con él quince años querida, sé perfectamente la clase de pesadilla en la que se puede convertir Jared Carter. Pero dejemos de hablar de ese pedazo de fósil. —restándole importancia con un movimiento de mano —¿Que te trae por aquí princesa?.

Sabía exactamente a qué se refería pero decidí evadir el tema —Vine para llevarles algunas donas al estudio, la calle principal está atestada por eso llegué por la puerta trasera.

Enzo me miró en silencio durante unos segundos, este hombre podía leerme como a un libro abierto, sabía que había evadido su pregunta y di gracias a los dioses cuando decidió no insistir.

—No te preocupes, tu sabes que tienes acceso a cualquier área de este lugar, toma asiento en alguna mesa mientras te preparo un par de cajas, también te pondré unos cannolis para que los pruebes, son la especialidad de Marco.

—Muchas gracias tío Enzo —Dije sabiendo la verdadera carga que conllevaba esa frase y sabiendo igualmente que Enzo lo entendería.

—Ay no es nada querida, ahora ve, dame unos minutos —Empujandome nuevamente, está vez hacia el frente donde se encontraban algunas mesas y reservados.

Hacía años que había abandonado la batalla de discutir con el ex-bajista de The Wilds quien parecía tener siempre la razón y nunca aceptaba un no como respuesta.

El lugar tenía solo unos pocos clientes repartidos entre las mesas, busqué una cerca del mostrador mientras esperaba por Enzo, el fuerte ruido de la puerta principal abriéndose de un golpe hizo que todos los presentes voltearamos a ver de qué se trataba, un chico con la cara escondida entre una bufanda y una gorra entró con ímpetu sentándose en el reservado mas apartado de todo el local, a eso le siguió el rumor de una turba corriendo en la calle gritando un nombre que lamentablemente logré identificar de inmediato, por lo que no se me hizo difícil deducir la situación, al poder distinguir el montón de adolescentes histéricas gritando, mirando a todos lados y pasando de largo la pastelería en su carrera en busca de la superestrella que acababa de desaparecer frente a sus narices, no pude evitar soltar una fuerte carcajada ganándome la mirada de algunos clientes que habían vuelto a sus asuntos sin inmutarse por lo que sucedía afuera.

Un día común y corriente en las calles de Hollywood.

Nunca fui precisamente religiosa, mi padre siempre me dió la libertad de creer en lo que quisiera y desde que había visto la película de Hércules decidí creer en los dioses del Olimpo, pero está situación no tenía nada que ver con Zeus, Afrodita o Hera, mi padre también me enseñó que estamos en este mundo llevados por el destino, y mientras detallo al chico sentado a unos metros de mi creo más fervientemente que nunca que este es una de las bromas favoritas del destino.




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