El verano en el campo es Azul [terminada]

Capítulo 2

Me levanté temprano, quería ver la salida del sol. Me dirigí al baño a lavar mi cara y mis dientes, salí y me vestí con un short de jean, una musculosa blanca y una camisa roja y azul a cuadros. Tomé mi cámara y mis vans y bajé. Fui a la cocina, me serví un poco de jugo exprimido y me tosté unos panes, los cuales comí con dulce de frambuesa. Una vez que terminé, dejé todo en la bacha y me puse mis zapatillas. Tomé la cámara y salí de la casona camino a la pileta. Me senté en el borde y esperé, ya el sol asomaba por entre los prados. Estuve unos 40 minutos tomando fotografías, el amanecer era hermoso y la calma que otorgaba el lugar era única.

Después de que el sol asomara por completo entré para lavar las cosas que había usado. Una vez que acabé salí de nuevo y metí los pies en el agua. Estaba helada y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, me quede así durante un rato, esperando que mis pies se acostumbraran. El agua comenzó a calentarse en cuanto el sol dio en la pileta.  Saqué mis pies del agua y me puse las zapatillas, no los sentía, estaban muy entumecidos. En cuanto me levanté pude ver unas frambuesas al lado del alambrado llamándome. Fui dentro y busqué un taper para recogerlas, en cuanto salí vi a un chico del otro lado del alambrado, en el campo vecino. No recordaba que la Sra. Mendoza tuviese hijos ni mucho menos tan grandes y guapos. Me acerqué a recoger las frambuesas, él estaba de espaldas así que lo ignoré. Luego de tomar unas cuantas escuché una voz varonil y levanté la vista.

—Hola, soy Agustín. — dijo con una sonrisa en el rostro

—Hola, yo soy Ana, un gusto. — dije levantándome y devolviéndole la sonrisa

Tenía la tez pálida y el cabello negro, sus ojos eran una mezcla de verde con gris, realmente muy llamativos, era hermoso.

—El gusto es mío. — Miró el taper— ¿Quieres convidarme una?

Lo dudé unos segundos pero cedí. ¿Qué podía hacerme?

—Si claro. — le tendí el taper.

—Están deliciosas. — dijo probando una.

—Si es cierto. — dije comiendo una yo también.

Se hizo un silencio incómodo que duró algunos segundos. Yo tenía la vista en el pote de frambuesas y él miraba hacia algún punto fijo en el horizonte.

—Emmm, supongo que nos veremos luego Ana, adiós. — se despidió el muchacho.

—Adiós. — saludé.

Junté un par de frambuesas más y me encaminé hacia la casa, con los pensamientos fijos en aquel lindo chico. Entré a la cocina y allí estaban mis abuelos y mi madre desayunando.

—Buenos días. — saludé.

—Buenos días Ana, ven, toma asiento. — dijo mi abuela apartando la silla a su lado.

—Gracias abuela. — dije sentándome­— Conseguí frambuesas, están deliciosas ¿Alguien quiere? —pregunté.

—Pásame una. — pidió mamá. — Es cierto, están riquísimas.

Dicho esto dejé el taper en el centro de la mesa para que todo el que quisiera pudiese comer.

—Abus, ¿Puede ser que la Sra. Mendoza tenga un nieto o sobrino? —pregunté.

—Sí, viene al mismo tiempo que tus primos, en el invierno, que extraño que este en esta época del año. —contestó mi abuela.

— ¿Cómo se llamaba? — preguntó mi abuelo.

—Agustín. — contesté atropelladamente.

—Ah, sí, Agustín, muy buen muchacho— dijo mi abuelo pensativo.

—Ojo con ese chico Ana. — dijo mi madre medio en broma.

—Mamá. — me quejé rodando los ojos.

Todos reímos al unisón. 

 

A eso de las 5 de la tarde salí a la piscina, llevaba un traje de baño azul y blanco a rayas y mi pelo atado en un rodete. Dejé mi toalla a un costado y me senté en el borde, mis abuelos estaban tomando terere con mi mamá. Metí los pies en el agua, estaba más caliente que por la mañana.

— ¿Quieres? — ofreció mi abuela.

—Sí, claro, ahí voy. — contesté levantándome.

— ¿Porque no invitas a Agustín a la pileta? Le vendría bien, está cortando el pasto desde que salimos.

—Ok, ahora voy. — contesté devolviéndole el terere a mi madre, quien estaba cebando.

Me puse un short y las ojotas y fui hacia el alambrado. Él estaba sin camiseta y podía notar los músculos de sus brazos, no eran los mejores que había visto, pero estaban bien. Debo admitir que me daba demasiada vergüenza invitarlo a la piscina, apenas nos conocíamos. Traté de llamar su atención por encima del ruido de la podadora, pero los intentos fueron inútiles. En cierto momento la apagó y volteó.

—Hey hola. — dijo con su sonrisa brillante.

—Estoo, Hola. — no podía sacar la vista de su torso.

— ¿Se te ofrece algo? — preguntó de forma gentil.

—Ah, sí, claro. — Hablé atropelladamente— ¿Quieres venir a la piscina? Mi abuelo me ha dicho que te vendría bien. — me mordí el labio, nerviosa, esperando su respuesta.

—Sí, me encantaría, en 5 minutos estoy contigo. — dijo dándome la espalada y marchándose a la casa— por cierto, lindo bikini. — gritó haciendo que me ruborizara por completo.



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En el texto hay: diversion, adolescencia y amor

Editado: 17.04.2020

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