El verano en el campo es Azul [terminada]

Capítulo 7

Me levanté y fui derecho a ducharme. La charla pendiente con mi primo me tenía ansiosa. Realmente mi mente se encontraba muy confundida, sabía que todo eso estaba mal, pero estar a su lado se sentía bien. Además, no era como si nos fuésemos a casar o algo parecido, pero de todos modos la idea de estar faltando altamente a la moral no me dejaba en paz. Una vez que salí me vestí con un short de jean y una camiseta simple blanca. Me peiné y dejé mi pelo suelto, poniendo una goma de pelo en mi muñeca por si acaso. Bajé y desayunamos todos juntos en familia.

Agustín vino a almorzar y trajo un cheescake de postre. Luego del almuerzo fuimos con mis primos hasta el living, a esperar que nos bajara la comida.

—Hay que terminar de pintar el granero. — comenté a nadie en particular.

—Podemos ayudar. — se ofreció Agustín.

—Genial, terminaremos más rápido. — dije levantándome del sillón con entusiasmo. — Los espero fuera.

Subí a mi habitación, me puse el tapado plástico que había comprado junto con Facundo y me dispuse a bajar. Avisé a mi madre que estaría fuera y llevé el bote que había dejado sin terminar.

Al llegar al granero me encontré con Facundo esperándome con los brazos cruzados. Recordé que habíamos dicho de hablar así que supuse que por eso se había apurado en bajar.

—Querías que habláramos. — dijo en cuanto yo deposité el bote en el suelo.

—Sí. — contesté con la cabeza gacha.

—Lo único que tengo para decirte es que no me molestaron en absoluto los besos que nos dimos.

—A mí tampoco. — respondí tímida. — Pero no creo que sea lo correcto.

—Solo piénsalo ¿Sí? — suspiró y se paró para ir a tomar su pincel.

—De acuerdo, gracias. — dije tomando el mío.

Comenzamos a pintar en silencio, cada uno concentrado en lo suyo. A los pocos minutos aparecieron Gabi y Agus, que enseguida se pusieron a pintar. Luego de un rato de silencio Gabriel lo rompió:

—Esto parece un velorio joder ¿Ninguno tiene música?

—Yo. — respondí. — Iré por el mini parlante.

Dejé la brocha en el pote de pintura y corrí hacia la casa. Subí las escaleras, tomé mi celular, el parlantito y bajé. Una vez fuera lo apoyé en una pequeña mesa y lo encendí, dándole play a la lista de reproducción 1. Comenzó sonando Te conozco, de Ricardo Arjona.

—Cambia eso, es una mariconada. -—se quejó Agustín.

—Calla y pinta. — le contesté haciéndome la seria.

Fui solidaria y cambié la canción por la siguiente. Tango del Pecado, de calle 13, comenzó a sonar, haciendo que todos comenzáramos a cantar y bailar de algún modo extraño.

—Ahora está mejor. — dijo Gabriel.

—Concuerdo. — lo apoyó Agus.

Pasamos unas dos horas allí y lo terminamos de pintar por fuera. Una vez que acabamos nos dimos un descanso y entramos a merendar. Había galletas y licuado de frambuesa, que había preparado mi abuela. Nos sentamos los cuatro en el comedor y atacamos.

—Estas galletitas están deliciosas. —dijo Agustín a mi abuela.

—Gracias querido. — respondió ella orgullosa.

A ella le gustaba cocinar, lo hacía con amor, y adoraba que halagaran sus comidas. Mi abuela terminó de ordenar las cosas de la cocina y se retiró, no sin antes preguntar cómo íbamos con el granero. Todos contestamos que fantástico.

 

—Saben, estoy con ganas de fiesta. — dijo Agustín. — Pero el boliche no abre hasta dentro de tres días.

—Podrías montar una fiesta en lo de tu tía. — dije yo levantando los hombros.

—No es mala idea, pero ellos se duermen muy temprano y jamás me dejarían.

—¿Y si la hacemos en el granero? — dijo Gabriel con una sonrisa en el rostro.

—Eso sería genial. — comenté entusiasmada.

—Tenemos que ver si la abuela nos deja. — dijo Facundo.

—Primero tenemos que terminar de acomodarlo, genios. — dije lo ultimo medio en tono burlón.

—¿Qué hacemos aquí holgazaneando? En marcha.

Todos se levantaron y se fueron, dejando la mesa hecha un chiquero.

—Limpio y los alcanzo. — grité.

Lavé todos los vasos y el plato de galletas, dejando las que quedaban en una canastita de mimbre. Me sequé las manos con el repasador y guardé todo. Pensé en mi madre y le preparé un café, el cual subí a su habitación junto con un par de galletas. Ella me lo agradeció y volví hacia el granero, para terminar de pintar y acomodar su interior.

Entré y todos estaban pintando, sin percatarse del desastre que era todo lo demás. Había que rastrillar un poco, había paja por todos lados y dos grandes fardos en medio.

—Hey, muchachotes. — dije atrayendo su atención. — Esto es una mugre. Ustedes sigan pintando que yo rastrillaré, luego me ayudan a mover los fardos ¿Sí?

Los tres asintieron con la cabeza y continuaron pintando. Yo fui por el rastrillo y comencé a rastrillar, sector por sector. Un rato más tarde movimos los fardos a una punta, dejándolos uno del lado derecho y otro del lado izquierdo.



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En el texto hay: diversion, adolescencia y amor

Editado: 17.04.2020

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