Me levanté con un fuertísimo dolor de cabeza, otra vez. Era bastante menor que la vez anterior, pero aun así dolía. Me puse unas ojotas y corrí la cortina, afuera estaba algo nublado. No me había gustado nada la situación de la noche anterior, no pensaba hablar más con Daniel y mucho menos volverle a ver. Facu me había estado haciendo compañía hasta que decidí entrar, y en ese rato que compartimos de charla bajo las estrellas me di por vencida conmigo misma y acepté los sentimientos que tenía hacia él. Bajé y me encontré con un Gabriel dormido en el sofá y con un Facundo tomando agua en la cocina. Estaba en bóxer solamente. Apenas entré se dio vuelta.
—Buenos días hoyuelos. — dijo sonriente.
—Buen día Facu. — contesté tomando asiento.
—¿Quieres algo para desayunar? Hice waffles. — preguntó observándome de arriba abajo- Bonita pijama, te sienta bien.
Me sonrojé al instante, llevaba una de mis camisetas grandes y un bóxer azul con tréboles.
—Gracia supongo. Bueno, acepto uno. — dije poniendo mi mejor sonrisa.
—No seas modesta Ana.
Me ruboricé más, si eso era posible.
—¿Dulce de leche, crema, dulce de frambuesa? — preguntó.
—Dulce de leche y crema, porfas. — contesté.
—A la orden. — dijo preparando mi waffle.
Se sentó poniendo frente a mí un waffle con dulce de leche y crema y un vaso de jugo de naranja. Me observó durante unos segundos y comentó:
—Eres tan linda, inclusive comiendo cosas chanchas. — dijo mientras yo ya estaba masticando.
—Gracias. Esto no es una cosa chancha. — me quejé.
—Es eso o que comes como chanchito, tú decides.
—¡Hey! — exclamé lanzándole una servilleta—Es una cosa chancha.
Ambos reímos. Noté que cuando se reía se lo formaba un hoyuelo del lado derecho de la cara, le quedaba genial.
—Ve a ponerte algo de ropa. — comenté divertida.
—¿Esto te distrae? — preguntó parándose y girando.
—Veamos. — dije acercándome a él de forma provocativa.
Pasé mis manos desde sus hombros hasta sus muñecas y noté como se tensionaba. Luego, solo para divertirme un poco dejé mis manos en su abdomen.
—Digamos que sí.
—No vuelva a hacerme eso. — amenazó en tono divertido.
—¿Si no qué? — le desafié.
—Esto.
Se aproximó a mí y me besó en los labios, tomándome por la cintura. Lo tomé por el cuello y me acerqué más a él, siguiendo con el beso. El abrió su boca y yo lo imité, dejando paso a su lengua. Era un beso perfecto, realmente perfecto. Estuvimos así durante algunos minutos hasta quedarnos prácticamente sin aire. Me separé de sus labios sin alejar mucho nuestros rostros.
—Lo siento, yo no debería, es que…— comenzó.
—No lo lamentes, me encanto. — dije jugando con la parte de atrás de su pelo.
—A mi igual. Tú me encantas. — dijo muy tiernamente acariciando mi rostro.
Un ruido proveniente del living hizo que nos separáramos de golpe.
—Enserio, ve y ponte algo. Haces que quiera estar cerca de ti cada minuto. Y no creo que a la familia le guste eso.
—Solo porque tú lo dices Ana.
Agarré mi plato y mi vaso y me puse a lavarlos en la bacha. Entró Gabi bostezando y se sentó en la mesa.
—Buenos días dormilón ¿Cómo quedó el Granero? — pregunté secando mis cosas.
—Creería que bien, hay que ir a verlo.
—De acuerdo.
Pasamos gran parte de la tarde dejando el granero como nuevo. No lo habían destrozado, pero era un mar de vasos, botellas, papel, y millón de cosas más. Los chicos ayudaron a Agustín a llevar el parlante a lo de su tía nuevamente.
Una vez dentro ya eran las 5 de la tarde. Merendamos una torta que había preparado mi madre, de vainilla con chips de chocolate. El resto del día paso normal. Mi madre me pidió que la ayudara a cocinar y lo hice sin pensarlo dos veces.
—Creo que la charla del otro día quedó sin finalizar. — dijo mi madre mientras metía el pastel de carne en el horno.
—Si. — contesté algo nerviosa.
—Siéntate, creo que es importante que lo sepas. — dijo ella sentándose.
—De acuerdo. — dije tomando asiento.
—Es sobre tus primos y vos. — comenzó.
—No hay nada más que amistad madre. — mentí evitando por completo tu mirada.
—Sé que no es así hija, he visto cómo se miran tú y Facu, hay algo más que amistad ahí. — suspiró—No me molesta, en absoluto.
No sabía que responder, mi madre siempre se daba cuenta de ese tipo de cosas, me conocía demasiado bien. Éramos algo así como mejores amigas, le contaba todo y le pedía consejos. Supo reconocer de entrada que le estaba mintiendo, y tampoco era consciente de cómo nos mirábamos mi primo y yo, así que no podía discutirle en eso.