Facundo
Me fui a duchar luego de saludar a Ana. Estaba en mis pensamientos desde el día en que había llegado a lo de mis abuelos. La quería, demasiado, y realmente me gustaba, era algo así como perfectamente imperfecta, bah en fin, la chica que idealizaba siempre que pensaba en volver a estar de novio. Hasta donde yo tenía entendido ella no sabía que no éramos primos de sangre, y no pensaba mencionárselo tampoco. No por egoísta, sino porque me gustaba esa relación que teníamos, aún que ya dudaba sobre mi decisión respecto a esa verdad, porque quizás hacérselo saber haría que todo fuese más distendido y claro. Mi padre realmente no hermano de su madre, eran primos. Pero mi abuela había decidido adoptarlo cuando era pequeño, luego de que su verdadera madre falleciera.
A la mañana siguiente me levanté más temprano de lo habitual, quería sorprenderla con el desayuno en la cama. Sabía que amaba las galletas de mi abuela, así que la noche anterior le había pedido la receta. Me puse unos jeans y bajé en silencio, para no despertar a nadie.
Una vez en la cocina busqué el libro de cocina y los ingredientes. Seguí todos los pasos, repasando no equivocarme y metí las galletitas en el horno. Mientras esperaba preparé un licuado de banana, el cual me encantaba, y lo serví en dos vasos, dejando el resto en una jarra.
Preparé las cosas sobre una bandeja y subí a su cuarto. Todos seguían durmiendo en sus respectivas habitaciones. Haciendo malabares y con un solo codo abrí la puerta de la habitación de Ana. Dormía con una pierna fuera y abrazada a un peluche que le había comprado mi abuela de pequeña. Su imagen durmiendo me causo muchísima ternura, tanto que solté, sin querer, un AWWW.
Me senté en un lado de la cama y con suma delicadeza apoyé las cosas, junto a su libro, sobre la mesita de luz. Tenía el pelo enmarañado y la pintura de ojos corrida bajo el parpado. Me acerqué despacio y le dije al oído:
—Buenos días…— levantó la cabeza y no me dejo terminar. —Aiiiiii. — me quejé frotando mi nariz recién golpeada.
—Perdón, me asustaste mucho. — dijo ella disculpándose y tocándome la nariz—¿Estas bien?
—Sí, creo que sí— contesté— No fue mi intención asustarte.
—No pasa nada.— dijo sonriendo.
Seguía bajo la colcha, pero ya imaginaba que estaría en bóxer, porque la remera grande siempre la usaba junto con eso. Se refregó un poco los ojos y miró el despertador. Le deposité un corto beso en los labios y me giré a buscar la bandeja.
—El desayuno en la cama madame.— dije con tono aristocrático.
—Eres un amoooooooooooooooor— dijo abrazándome.
Dejé las cosas y le devolví el abrazo.
—Gracias, enserio. —dijo en cuanto nos separamos. — Quiero despertarme así todos los días.
—No es nada. — dije tomando una galleta— prueba.
—Veamos que tal Chef. — la mordió— Están riquísimas. —contestó tapándose con la mano la boca.
—Me alegro- dije sonriendo.
Desayunamos en su cuarto y estuvimos hablando y alternando uno que otro beso hasta que se acabaron las galletas. Luego de eso bajé y lavé las cosas mientras ella se cambiaba en su habitación.
Entré a la cocina y vi a mi papá, tomando licuado de banana.
—Buen día. — saludé.
—Buenos días hijo. — se giró a verme— Rico licuado.
—Gracias. — dije haciendo un gesto con los hombros.
—¿Qué te parece si hoy hacemos salida de hombres? — dijo poniéndose a mi lado.
—Sí, claro, me encantaría. — dije sin dejar de lavar el plato.
—Fabuloso, en cuanto tu hermano se despierte salimos. — dijo sonriendo.
—De acuerdo, te toca preparar los sándwiches. — dije subiendo las escaleras.
—Que vivo, le dejas el trabajo duro a tu podre padre. — dijo desde la cocina.
Una vez en nuestra habitación desperté a mi hermano, avisándole que iríamos a pasar el día con nuestro papá. Me puse un jogging, una remera y las zapatillas, preparé mi mochila y fui a ver a Ana.
—Permiso— dije tocando la puerta.
—Pasa.
Estaba guardando su libro, todavía en pijama.
—Cómo te cambiaste. — dije riendo
—Es más cómodo así. — contestó girándose hacia mí.
—Si tú dices. No me quejo de la vista. — dije besándola en los labios.
—Yo digo. — dijo sonriendo.
—Pasare el día con mi padre. — dije sentándome en su cama— Iremos a hacer Cosas de Hombres— finalicé poniendo voz firme y gruesa.
—¿Y entonces por qué vas? — preguntó divertida.
—Eso es malvado, yo soy un hombre. — levanté una ceja— A no ser que te gusté una chica— dije poniendo boca de pato.
Me golpeó el hombro y se rió.
—Primero, no, no me gusta una chica. Y segundo, las chicas no hacemos esto. — dijo poniendo la boca en pato.