Me desperté cuando sentí olor a carne. Miré el reloj, eran las 11 am y yo seguía durmiendo. Me volteé y ahí estaba Facu, mirándome con una sonrisa en los labios.
—Buen día princesa. — dijo depositando un beso en mi coronilla.
—Hola. — contesté aun adormilada.
—Ya están todos abajo, o mejor dicho afuera. — me corrió un mechón de pelo. — Sera mejor que te vistas y bajes.
—¿Y tú? — pregunté.
—He dicho que venía a despertarte a ti y a Gabriel. — dijo aun sonriendo.
—De acuerdo. — le di un beso corto en los labios y me encaminé hacia el baño.
—Linda. — gritó antes de que cerrara la puerta.
Me reí y luego me miré al espejo. Estaba desastrosa, así que puse marcha para arreglarme, o por lo menos estar presentable. Me lavé la cara y los dientes y me cepillé el pelo en una trenza cocida. Luego salí y me vestí con un short de jean y una musculosa de mangas abiertas color rojo. Me puse soquetes, mis zapatillas y bajé.
—Hola mami. — dije entrando a la cocina.
—Hola querida, ve a saludar a papá, esta fuera. — dijo besando mi mejilla.
Salí disparada hacia afuera y vi a mi papá en la parrilla charlando con los hombres. Corrí y lo abracé con fuerza, él me devolvió el abrazo.
—Hola nena. — dijo sonriendo. — ¿Cómo estás?
—Hola pa. Muy bien gracias ¿Mucho trabajo? — era una pregunta tonta, pero la hice igual.
—Sí, por eso no pude venir, pero no podía faltar al asado de cierre, es tradición. — contestó.
Me puse a saludar al resto de la gente, estaban la Sra. y el sr Mendoza, Agustín, mis abuelos y mis tíos.
—Ana, lamento lo de la otra vez. — dijo Agus en cuanto me senté a su lado.
—Tranquilo, eh hecho borrón y cuenta nueva, no pasa nada. — dije dedicándole una sonrisa.
—Gracias, lo aprecio mucho. ¿Los chicos? — preguntó.
—Supongo que arriba. — contesté algo distraída.
—Vamos por ellos. — dijo levantándose y tendiéndome la mano.
—De acuerdo. — dije mientras me levantaba.
Entramos a la casa y subimos las escaleras, luego guie a Agus hasta el cuarto de los chicos y los esperé en la puerta. A eso de 5 minutos salieron todos. Los tres vestían bermudas y remeras manga corta.
—Buen día Ana. — saludó Gabi.
—Buen día. — respondí.
—Ustedes adelántense, nosotros tenemos que buscar unas cosas. — dijo Facu agarrando mi mano.
—Claro, buscar. — dijo Gabriel bajando.
—Tonto. — llegué a gritarle antes de que desapareciera de mi campo visual.
—Déjalo, es envidia. — dijo Facu divertido.
—¿Qué se supone que debemos buscar? — pregunté.
—La lista, todavía te quedan cosas por hacer. — dijo sonriendo y abriendo la puerta de mi cuarto.
—Creo que la deje sobre la mesita de luz. — dije entrando detrás de él.
En cuanto cerré la puerta y volteé Facu me atrapo con sus labios. Lo tomé por el cuello y él a mí por la cintura. Se separó un poco y dijo sobre mis labios con algo de pena:
—Extrañare demasiado esto. — y me volvió a besar.
Nos estuvimos besando mucho rato. Yo revolvía su cabello y el pasaba sus manos por mi espalda y mi cintura. En determinado momento yo terminé contra la pared y él se separó un poco.
—Me vuelves demasiado loco. — dijo y me succionó un poco el cuello.
—Tu a mi. — dije levantando un poco la cabeza para dejar mi cuello a su disposición.
Luego de otro rato más de besarnos mucho, nos separamos y tomamos la lista.
—Quedémonos hasta que nos llamen. — pidió el acercándose otra vez.
—Estamos aquí arriba hace casi 20 minutos vida. — suspiré y lo besé. — Ya deben haberse dado cuenta.
—¿Me dijiste vida? — preguntó con una sonrisa boba en la cara.
—Sí, ¿Por qué?
—Dios, no puedo quererte tanto. — dijo capturando mis labios otra vez.
Entre beso y beso se nos escapaban sonrisas, nos queríamos demasiado, y era todo muy lindo y perfecto.
Alguien golpeó la puerta y nos separamos enseguida, era mi abuela:
—¿Ana? ¿Estás bien? — preguntó del otro lado.
—Sí abue. — dudé sobre que escusa poner. — Estoy terminando de depilarme. —mentí
—Bueno, en 5 minutos comemos. ¿Has visto a Facu?
—Debe estar en el granero. — dije lo primero que se me ocurrió.
—Gracias querida.
Una vez que escuché que la abuela había terminado de bajar las escaleras me giré a ver a Facu. Estaba hecho una bola sobre mi cama, doblado en dos, riendo en silencio.
—¿De qué te ríes? — pregunté