Tomo asiento y cierro los ojos. Que el avión no se caiga, rezo por dentro. Siento como despega y puedo ver en mi mente como poco a poco las ruedas se despegan del suelo y se esconden en este gran monstruo de metal.
Mis dedos aprietan con nerviosismo el cuero del asiento y antes de preverlo o, al menos intentar detenerlo, el contenido del estómago me sube con rapidez a la boca y como conclusión termino derramando el mismo sobre el joven sentado a mi lado.
― ¡POR UN DEM…! ―escucho que gritan. Y luego caigo en la inconsciencia.