−Dios, necesito un rostro nuevo, el mío se fundió de la vergüenza. –me quejo, con el rostro entre las manos.
−Bueno, a decir verdad creo lo manejaste bastante bien. –dice Penryn, sentándose en la cama, justo a mi lado.
−¿Lo maneje bien? ¡Me desmaye! –exclamo. No solo vomite a una persona, sino que luego me desmaye encima de él, justo encima del líquido que acababa de salir por mi boca.
A S Q U E R O S O.
−Por eso mismo, imagina lo que hubiese sido si el desmayo nunca hubiese ocurrido, ¿podrías haberte hecho la dormida tan eficazmente? –dice simplemente, como si aquello fuese un consuelo.
−¿Llamas a eso eficaz? El hombre incluso antes de entrar a la habitación sabía que estaba perfectamente consciente de mi desastre.
−Ay, bueno ya. Deja de estresarte no es como si lo volvieras a ver. –finalizo. Se levantó como un resorte y me arrojó un vestido. Era hora de salir.
Unas horas más tarde nos encontrábamos en un pequeño Bar con una preciosa vista a la playa. Mi idea inicial era emborrarme hasta olvidar el incidente de esta mañana, pero debido a la maldición de mis genes soy inusualmente tolerarte al alcohol.
−¿Lo recuerdas? Él dijo, él dijo… “No hacemos devoluciones”. –dijo mi amiga, imitando la voz de Alex, su ex novio. −¡Por supuesto que no! ¡POR ESO NUNCA ME DEVOLVIO MI CORAZON! –finalizó con un grito para luego estallar en llanto.
Alex, trabajaba en un supermercado y aquella frase fue el primer intercambio verbal entre mi amiga y el joven cuando se conocieron. Era un buen chico, y definitivamente sabia matar zombis, realmente extraño matar zombis con él. Pero supongo que tuvo sus prioridades, y una de ella fue abandonar el pueblo lo antes posible dejando a Penryn atrás.
Suspiré. Y antes de que ella pudiera ingerir el próximo vaso, lo tome de sus manos y lo bebí de un solo trago.
−Vamos, ninguna quiere recordar cómo nos rompieron el corazón. – pague la cuenta, la tome por el hombro y a pasos lentos abandonamos el Bar.
−Dios, como es posible que tus huesos sean tan pesados. –dije entre dientes, su cuerpo se iba deslizando por mi costado y sus pies, que ya no tenían fuerzas, prácticamente iban siendo arrastrados por el suelo. –Vamos, Pen. Ayúdame, prometo que al llegar jugaremos a las escondidas.
−¿Lo juras? –levanto la cabeza esperanzada. Sonríe asintiendo.
Aunque me di cuenta de que fue una mala idea cuando se despegó de mi lado y salió corriendo a quien sabe dónde.
−No, no, no, no me refería ahora. Jugaremos cuando lleguemos al hotel. –expliqué, aunque la había perdido de mi campo de visión. − ¡Pen! ¡PEN! ¡MALDITA SEA, PENRYN!