“La mayor parte de la escritura se hace lejos de la máquina de escribir”.
-Henry Miller (1891-1980).
Eduardo.
Frente al monitor veía una hoja blanca digital, en Microsoft Word, siendo sincero antes solía narrar mis palabras en un papel en físico, esperando a que la pluma no se quedase sin tinta mientras tuviese inspiración, sin embargo, ahora lo hago en digital. Desde que mi propia madre me obligó a hacerlo y se esforzó por enseñarme a usar una computadora. Es curioso, yo soy parte de la era tecnológica, crecí con ella, prácticamente puedo decir que conoce todo de mí e incluso si fuese posible, seriamos los mejores amigos.
Aun así, las ganas de usarla son pocas.
Frustrado, cerré con desvelo mi portátil antes de salir del cuarto. Escribir un libro es complicado y parece fácil hacerlo. Encontrar las palabras exactas para expresar, una forma única de narrar y los errores de ortografía que se deben de evitar. El espejo frente a mi mostraba lo que soy, un adolescente guapo, con ojos castaños, cabello corto de color café y piel blanca, sin alguna expectativa o meta sobre el futuro, más que terminar la universidad de literatura.
Deje de verme en mi propio reflejo, desviando la mirada hacia el librero que yace lleno de polvo desde hace algunos meses, exactamente, diría que son dos años desde la última vez en me digne en leer algún libro que me hizo compañía durante la infancia, después de todo me había mudado de la casa de mis abuelos, inicié a independizarme al momento en que ingrese a la universidad, iniciando una nueva etapa de vida. Leyendo los títulos me encontré con el cuento de "El principito". Desenvolví el delgado libro entre mis dedos, apenas alcanzaba las cien páginas, el color azul de la pasta y en la portada un niño parado viendo el horizonte. Decidido pase las páginas buscando las anotaciones que siempre dejaba al final, ya fueran errores ortográficos, según mis conocimientos de niño.
También los pensamientos o ideas que dejaba conforme terminaba el capítulo, la imaginación daba un vuelco tan grande, juró podría haber terminado dos cuentos cortos completos. Y ahora, esa creatividad se está esfumando como la salud de la naturaleza.
—La imaginación es imparable cuando se es pequeño, al crecer va escapando de nosotros—mencione al aire, posando la mano derecha en la barbilla.
—Eso hace que veamos el mundo real, sin fantasías—recién llegaba Ivonne, mi tía—aunque siempre se quedará algo con nosotros.
Ivonne, tiene 25 años, sigue sin casarse y es feliz. Ella cuido de mí varias ocasiones, desde lo sucedido con mis padres, pero aquello ya es otra historia distinta, que ahora no es relevante.
—Tengo una hipótesis sobre la pérdida de imaginación—conteste sentado sobre el sillón, su atención regresó sobre mí, esperando ciertamente una respuesta clara—cuando creces la pierdes, mejor dicho, la liberas, un nuevo infante la obtiene y tú que eres un adulto la dejas ir.
—Estas diciendo que tu creatividad es como un animal, que lo tienes cuando se es pequeño y lindo, pero al crecer lo abandonas a su suerte esperando a que una persona con buen corazón lo cuide—decreto con tono interrogatorio.
—Como lo dijiste tú, sonó cruel.
—Depende desde la perspectiva que lo veas Eduin—rasco su nuca notando el libro en mi mano aun—estás leyendo ese viejo cuento, creí que te gustaban las novelas actualizadas, nada de épocas pasadas como las novelas de Miguel de Cervantes.
—Para mí cualquier libro es mágico, si de verdad te interesa la historia te transportas al mundo creado por el escritor. Inclusive Don Quijote de la Mancha me encanta. Es de alguna manera educativo el libro.
—Prefiero ver televisión sobrino.
—Leer es mejor que la televisión, los programas te privan de imaginar una nueva realidad, otro mundo donde cada cosa puede ser a tu gusto. Por ende prefiero leer—decrete decidido cerrando las pastas delgadas del cuento.
—A veces pienso que eres un nerd sin gafas pero guapo, pero luego recuerdo que eres parte de la familia y la inteligencia era inevitable tenerla, la heredaste por los genes.
—Creo que la inteligencia queda fuera del tema tía—me miro mal, ella odia que le diga así—Ivonne. Amar libros depende de cada quien, obligar a tener un sentimiento hacia algo que ni siquiera te gusta, es como encerrar a un ave que siempre fue libre.
— ¿Seguro que no eres algún tipo de sabio?
—Completamente seguro de ser yo, Eduardo Maximiano Anderson, tu único sobrino irresistible—alegre cruce los brazos, algo engreído a decir verdad.