—¿Cuidarás de Tequila?
—¡Que sí, Luna! ¡Te lo he dicho como diez mil veces! —bufó Mica poniendo mala cara. Ella se ofreció a llevarme al aeropuerto junto a su novio, José. También estaba Albert, quien se había colado como un intruso en nuestra despedida.
Sin embargo, aunque me resultó un tanto intimidante dado cómo acabaron las cosas entre nosotros luego de aquella noche en la que perdí la cabeza y acabé atiborrándome a vino y llorando porque Antoine, mi ex y la persona a la que más detestaba en este momento, me había abandonado de la forma más repugnante.
Todavía recuerdo esa noche como si fuese ayer. La noche en la que Albert llegó a mi casa pasadas las doce de la noche. Cuando escuché la vibración de un auto fuera de casa, mi cerebro entró en pánico; así que hice lo que cualquier persona hubiese NO hecho jamás, me escondí detrás de las cortinas de la sala.
Claramente mi coartada no sirvió para un solo bledo. Puesto que mis paredes eran de cristal y las cortinas lo suficientemente transparentes como para permitir que Albert husmease a través de ellas en mi búsqueda. Luego me sentí avergonzada, pero lo invité a pasar y nos acurrucamos en la sala con una botella de vino.
Recuerdo habérmela acabado en menos de cinco minutos. Viejos vicios que me quedaron de mi pasaje por una fraternidad americana de chicas. Y entonces, mi mente hizo lo que siempre hace cuando me pongo en pedo; auto boicotearme. Antoine se adueñó de mis pensamientos, aflojando las lágrimas a su paso. Fue de ese modo en el que acabé en el piso de mi enorme salón, con una botella de vino vacía y rímel manchándome las mejillas.
Albert me abrazaba con pena, y aunque podía intuir lo que estaba pensando de mí, esa noche elegí ignorarlo. Me aferré a sus brazos y lloré como una viuda. Después, mis emociones se deslizaron hacia mi lado eufórico y acabé contándole mi repertorio de chistes absurdos. Me miró horrorizado y aún recuerdo sus palabras tamborileando a mí alrededor.
—Es la cita más extraña que he tenido —susurró—. Sí eres rarita.
—¿Perdona?
—Lo siento. Es que tus chistes son muy malos.
—¡No te metas con mis chistes! —Le arranqué el vaso de las manos y lo obligué a salir de mi mueble—. Solo no tienes suficiente sentido del humor para entenderlo.
—Hum... no lo creo. ¿Todas las tías gringas son así?
—¡Que soy colombiana!
Salí de mi ensimismamiento cuando los dedos de Mica se enroscaron alrededor de mi brazo, obligándome a recorrer el estacionamiento del aeropuerto. No dejaba de sorprenderme la cantidad de personas que arribaban a diario al aeropuerto de LAX. No existía un solo día del año sin que el lugar estuviese hasta el tope.
—¿Cuántas cosas llevas aquí, Luna? —comentó José, quien se había ofrecido a llevar mi maleta y ahora sonaba arrepentido—. ¡Pesa demasiado!
—En mi defensa me iré por treinta días —me defendí.
—¿Para una boda?
—No es solo para la boda. Es para la ceremonia...
—Prenupcial —completó por mí, largando un suspiro—. Sigo sin entender de dónde ha salido esa tradición tan tonta.
Mica le lanzó una mirada agria.
—Pues a mí me parece romántico. Además, tienes la oportunidad de conocer a la familia de tu novio. Me parece muy justificado. —Mica me codeó—. ¿Prometes que me escribirás acerca de todo lo que pase? ¡Sobre todo si hay chicos lindos de por medio! No sé cómo se verán los balinenses, pero de seguro te consigues a alguien que tenga una buena llave. —Me guiñó un ojo, socarrona.
Sentí a mi pecho inflarse lentamente y le mostré una sonrisa de eso nunca va a suceder. Y era verdad, de cierto modo. No estaba yendo a Bali con intereses amorosos de por medio. Después de todas las rupturas amorosas que me han azotado el corazón en los últimos cinco años, no quería meterme de nuevo en el atolladero. No estaba dispuesta a tropezarme más de cinco veces con la misma piedra.
Hum... me parece que debí habérmelo propuesto antes de la tercera vez. Tal vez así, no tendría el corazón a punto de desplomarse y la cabeza hecha una verdadera encrucijada.
—Haré lo que pueda —le dije.
Eché un vistazo a mí alrededor y noté a los transeúntes que se movían de un lado a otro sin freno alguno. El sonido de las ruedecillas al friccionarse contra el suelo me retumbaba en los oídos. Permití que mi mirada deambulase por el lugar sin rumbo alguno, y me sentí un poco abrumada al emprender este viaje sola, por mi cuenta.
No era la primera vez que lo hacía, pero en otras circunstancias, en alguna vida ideal, estaría aguardando a que mi vuelo despegase junto a alguien más. Alguien a quien llevaría al mes prenupcial. Alguien a quien mi familia amaría con locura y me pondría en vergüenza delante de él. Alguien que me tomaría de la mano y llevaría mi maleta sin rechistar.
Alguien que fuese capaz de amarme por quien era.
Observé a mis fantasías desvanecerse cuando José entró en mi campo visual con una mueca exhausta.
—¿Para qué quieres que te envíe fotos de balinenses sexys? —le inquirió a su novia, mirándola con las cejas fruncidas y los brazos en jarras.
Mica esbozó una sonrisa de satisfacción. Sabía cuanto adoraba ver a José celoso. Eran una pareja bastante peculiar. Ambos tenían dos personalidades fuertes y avasallantes. Eran tan parecidos, que hasta podían parecer hermanos peleándose todo el tiempo. Tenían una relación relajada, sin tensiones, no estaban siempre de acuerdo y a veces, se decidían a irse por los caminos opuestos, pero siempre encontraban la forma de reincidir.