—¡Espero que hayas traído una decena de bikinis! Bueno, de todas formas, siempre podrás ir a nadar desnuda. Aquí a nadie le importa que vayas con las tetas al aire —dijo Val desde su asiento mientras la furgoneta se sumergía en un paisaje que me dejó pasmada.
Todo lo que habíamos dejado atrás era cada vez más alucinante. El paisaje de Bali era una miríada de colores que armonizaban de una manera espectacular. El verde se mezclaba con el tono azul turquesa del agua que bañaba las costas. El cielo lucía de un azul pastel ilusorio. Las nubes parecían añadidas por edición y el resultado era una fotografía digna de colgar en mi Instagram.
No me resistí de sacar mi móvil y tomarle una foto que pronto subiría a algún lado, o tal vez, moriría en mi carrete de recuerdos al igual que un puñado más.
—¡También hay un montón de tiendas donde puedes comprarte algún bañador! —repuso James, aligerando la pesadez del comentario de mi charlatana hermana.
Negué con la cabeza.
—Tal vez vaya a curiosear, pero he traído todo lo que necesito para sobrevivir.
Alguien lanzó una risita burlona. Una risita que me quebró la cabeza.
—Desde luego que lo has traído. Aunque... ¿estás segura de que no lo has perdido en el aeropuerto?
Miré a Frank, quien parecía sacado de una estúpida película de Top Gun. Él iba ataviado con una franelilla de botones y sus pantalones. Se había quitado el jersey y llevaba el pelo revuelto por el aire que se metía vigorosamente por la ventanilla. Tenía un par de lentes que le cubrían los ojos y agradecí no encontrarme con sus ojos guasones. No me resistiría de clavarle las uñas como un felino rabioso.
Cuando conseguí reunir todos los trapos que habían salido disparados por todos lados en el aeropuerto, me sentí aliviada de verlo alejarse. Esperaba que, al salir, ya no hubiese rastros de su presencia. Pero, cuando atravesé las puertas eléctricas preparada para una temporada de relajo y diversión, un mes que añoraba con todas mis fuerzas para olvidarme del desastre que me llamaba a gritos en la ciudad, y mis ojos cayeron sobre su rostro egocéntrico no pude evitar sentir que el infierno se había trasladado a la tierra para hostigarme.
Claramente no pudo haber sido de otro modo.
Val no podía liarse con alguien más entre tantos hombres en el mundo.
No, por supuesto que yo debía cargar con los platos rotos como siempre. Ahora, mis anheladas fantasías se habían convertido en un puñado de cenizas que vi volar en el cielo hasta perderse en algún recoveco de la vasta isla.
No hice siquiera el intento de responderle. Era evidente que estaba puyándome para hacerme perder los estribos frente a Val y hacerme quedar como una loca. O como el mismo solía llamarme "Lunática". Ese mote que me enervaba la sangre y me hacia querer echarle ácido en esa boca que se gastaba.
—Toda la familia te ha estado esperando. Son los últimos en llegar —dijo Val. Me encontré con sus ojos por el retrovisor y la pillé mirándome fijamente mientras hablaba. Hubo algo que detecté en la forma en la que me miraba y asumí que no tardaría en arrinconarme para allanarme a preguntas que, imaginaba desde ya, no iba a querer responder—. Están ya en el lugar donde nos hospedaremos en Canggu. ¿Pudieron echarle un vistazo a la bitácora que les envié por mail?
—Sí —dijimos Frank y yo al mismo brío.
Lo miré y él me miró detrás de sus gafas oscuras. No pude controlar el escalofrío que me recorrió la columna al haber respondido como un par de robots sincronizados. Me había dejado petrificada un instante.
Así que solo por llevarle la contraria, solté:
—En realidad, solo lo ojeé por encima.
—Yo sí lo he leído, Val. Me ha gustado mucho la organización. También me he tomado el tiempo de investigar acerca de los lugares para no perder el tiempo —declaró Frank.
No pude evitar entornar los ojos. Raro fuese escuchar que Frank Rogers, el hombre más esquemático que había llegado a conocer, le dejase algo en manos del destino. Desde que lo conocía, nunca hubo algo que no previese antes.
Desde luego que esta enorme y garrafal coincidencia le había asentado como una patada en las canicas. A menos que... ¿cuántas posibilidades existían de que Frank ya supiese que Val era mi hermana?
Descarté el pensamiento cuando me di cuenta de que no había forma de que lo supiese sin oponerse a venir. No tenía que echar mucha cabeza para saber que no nos sentíamos cómodos el uno con el otro. Mucho menos sobreviviríamos a compartir el mismo espacio por los próximos treinta días.
Val se giró en el asiento para mostrarle una sonrisa de agradecimiento.
—Vaya, Frank. Sí que eres genial, ¿eh?
Un resoplido emergió de mi boca. Me interesé por el paisaje que rodeábamos y descubrí que nos adentrábamos en una especie de resort que nos recibía con un enorme seto interrumpido por una puerta gigantesca. Aquel sitio era una completa locura creada por los mismísimos dioses. Estaba fascinada, con la boca seca y los ojos abiertos al máximo.
James detuvo la furgoneta en el vasto estacionamiento atiborrado de vehículos. Lo primero que me llamó la atención al aventarme de la furgoneta fue la esplendida vista que se percibía de la playa a la distancia. No estábamos muy lejos y el rumor de las olitas quebrandose contra las rocas me resultaba gratificante.