El verano que nos juntó

Capítulo 10

La primera actividad en el itinerario de Val no podía ser otra que surf

La primera actividad en el itinerario de Val no podía ser otra que surf.

Por supuesto que no. Estábamos en Canggu, la zona más playera de toda Bali. Obviamente Val no iba a pretender pasar la semana aquí sin comenzar con su principal atracción turística. Clases de surf locales. Todos se encontraban reunidos en la playa junto a las villas cuando arribé, goteando agua a mi paso.

Todos me observaron con extrañeza, y leí los labios de mi madre preguntándome qué me había sucedido. Le susurré que luego le contaría. O más bien, me inventaría algún cuento tonto para zafar del asunto. Podría haber expuesto a Frank y al momento, toda la ceremonia se iría por el mismísimo caño. Pero solo ver la gigantesca sonrisa de Val, me hacía contener todo el enojo.

—Gracias a todos por estar aquí —empezó Val. Me señaló—. Tú tres minutos tarde. ¿En dónde estabas metida? —preguntó, pero en cuanto abrí la boca para responder algo, ella meneó la cabeza y se movió al centro del círculo. A su lado había una mujer de rasgos tailandeses. Tenía una melena negra que le caía a la espalda y una figura moldeada por un traje de baño de cuerpo entero. Sus hombros eran musculosos al igual que sus piernas. Mi hermana la señaló—. Ella es Aulia. Es entrenadora de surf y hoy nos va a acompañar en esta aventura. ¡Un aplauso para Aulia!

Todos a mí alrededor aplaudieron contentos. Tal parece que la única que no estaba disfrutando enteramente el momento era yo. ¿Y cómo iba a estarlo cuando parecía una fuente andante?

—Hola, hola. —Aulia nos pidió que dejásemos de aplaudir con un gesto—. ¿Alguno ha surfeado alguna vez? —inquirió.

Solo alguien levantó la mano. Era James, quien sonreía como un prodigio.

Aulia asintió.

—¿Alguno no sabe nadar?

Hubo una sola mano que se zarandeó por los aires. Todos miramos a mi padre, quien seguía recuperándose de la resaca.

Aulia asintió de nuevo.

—¡Perfecto! Esto es lo que haremos: nos dividiremos en grupos de a dos. Y haremos unas cuantas lecciones de practica en la arena antes de zamparnos al mar.

—¡Yo con James! —gritó Val como si alguien hubiese pensando en quitarle a su prometido.

Majo miró a Fer y le cogió el brazo con fuerza. Mi madre abrazó a mi padre de costado y le recostó la cabeza del hombro. Contemplé el circulo que se había empezado a disolver. Y mis opciones eran limitadas. Solo quedaba el chico del esmoquin que le cuidaba el trasero a Fer y...

Lo apunté con el dedo.

—¡Me quedo al del esmoquin!

Santiago no cuenta. Está trabajando —aludió Fer con hastío.

Sentí que se me caía el alma al suelo y se lo tragaba el mar. Al igual que mi dignidad. Y mi respeto por mí misma. Oh, mira. ahí van mis ganas de vivir también.

—Pero estoy segura de que está muriéndose de calor y quiere arrancarse ese esmoquin apretado que tiene. ¿Te echo una mano? —Casi le lloriqueé. Ondeé ambas manos al aire y sonreí con esperanza. El chico negó con una sonrisa avergonzada y quise gritar fuerte. Muy fuerte.

—¿Qué estás haciendo? —me inquirió Majo bajito. Disparé las cejas sin comprender a lo que se refería aunque claro que estaba al tanto. Era mi deber. Uno que no elegí. Uno que estaba comenzando a creer que no podría sostener hasta el final de estos treinta días—. ¡Ve con Frank! —me apremió.

—¡No quiero! —cuchicheé al mismo brío. Parecía que estaban obligándome a atarme a un captús.

Hasta eso sería preferible.

—¡No seas tonta!

—¡Que no quiero!

—¡Luna! —Majo me dio un empujón y caí como si nada al lado de Frank.

Frank me observó con los brazos cruzados, pero no pronunció una sola palabra. Y menos mal, porque luego del incidente en la piscina, no me quedaban ganas de ser cortés con él. Me preguntaba si escondía algo dentro del pecho o sí metía mi mano dentro de su camisa solo encontraría un agujero putrefacto.

Puse cara de pocos amigos. No me interesaba ser afable si él tampoco ponía de su parte.

—No me agrada que seamos equipo —le dije finalmente para romper el silencio. Ya todos se habían comenzado a alejar a la orilla, siguiendo a nuestra instructora—. Y preferiría que no hablásemos durante toda la maldita hora.

Frank alzó las cejas debajo de sus lentes.

—Vale.

—¡Chito! He dicho que no hablemos.

Me uní a los pequeños grupitos que se habían formado en la orilla sin prestarle atención a mi compañero. No recuerdo cuando fue la última vez que tuve que trabajar en equipo con alguien que no me agradaba en lo absoluto. Pero era una pesadilla.

Aulia nos entregó un par de tablas de surfear a cada grupo. Eran preciosas. Tenían diseños tallados a mano y nos explicó que lo habían hecho los mismos locales en las ferias de arte de las escuelas. También nos dio unas venditas, loción para golpes y unas gafas de plástico gigante.

Se llevó el silbato a la boca y sopló con determinación.

—¡Todos al suelo! —Enarqué las cejas sin comprender a qué se refería. Nadie se movió por lo que esta vez el ruidito de su silbato atronó en mis orejas—. ¡He dicho al suelo, bandada de turistas imbéciles!

Vale. ¿Esto era parte del show?

Porque Aulia sonaba verdaderamente en la carne de su papel.

Todos nos lanzamos a la arena y formamos una especie de hilera humana.

—¡Ahora naden! —nos indicó con un grito ensordecedor.

Miré a mi costado izquierdo y Fer me devolvió una mirada asustada. Su silbato nos apuró. Y empezamos a mover los brazos simulando estar aleteando.




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