El verano que nos juntó

Capítulo 13

Una notificación me saltó a la vista tan pronto encendí el móvil

Una notificación me saltó a la vista tan pronto encendí el móvil. Se trataba de una historia de Instagram que Antoine había subido recién. Me resistí a la tentación de presionar el dedo sobre el icono de la app en la pantalla y husmear en lo que sea que había subido. Un cosquilleo me recorrió la columna y se propagó hasta mis dedos.

Metí la cabeza debajo de la almohada y apreté los puños. Me había acostado hace tres horas pero no había modo de que el sueño le ganase la guerra al bucle de mis infinitos pensamientos. No sabía qué demonios me estaba ocurriendo esa noche, pero cada vez que cerraba los ojos no podía sacarme a la anodina y melodramática película de mi vida en la cabeza. Era como una pantalla que me reproducía mis peores decepciones amorosas cada que mis parpados se cerraban.

Después de un par de minutos más, decidí levantarme de la cama y arrastrarme fuera de la habitación con una cobija aferrada a los hombros. Me acurruqué junto a la alberca, en un mueblecillo largo. Las luces de la casa se encontraban a oscuras y el corillo de animales nocturnos era mi única compañía.

Miré mi móvil sobre mi regazo y crispé los dedos en los bordes de la manta. La parte inteligente de mi cabeza me dictaba que no abriera la foto que había posteado Antoine. Pero mi masoquista corazón me latía con premura dentro del pecho. Habían pasado un par de meses desde que rompimos. ¿Por qué no podía simplemente pasar de página como con mis otros exes?

Tal vez porque ninguno te había dicho las cosas que Antoine me dijo.

Tal vez porque... esta vez pensaba que era la definitiva. No me imaginaba una vida con alguien más. No me imaginaba tener que resistir más cortejos y primeras citas. Conocer nuevos defectos en los demás y virtudes alucinantes. Descubrir que el amor podía lucir de distintas formas, colores y palabras. Pintarme un nuevo cielo para verlo quebrarse a mitad de la noche.

—¿No puedes dormir?

Me giré hacia la voz que se había colado en mis cavilaciones. Sus ojos azules brillantes se encontraron con los míos. Lucían cansados y somnolientos. Pero ese deje de sátira y petulancia que se regodeaba internamente de mí continuaba tan chispeante como siempre.

Un suspiro me abandonó los labios. Uno que sonó más a un quejido irritado.

—No, solo me gusta pasar sueño por diversión —murmuré con ironía.

Frank se detuvo junto a la barandilla y apoyó sus dedos contra ella. Mis ojos recorrieron su pijama que consistía en una camiseta lisa blanca y unos holgados pantalones de cuadros que permitían entrever la línea que se perdía debajo de la tela. Sentí un extraño calor recorrerme la nuca y me obligué a mover los ojos lejos de su cuerpo. Me fijé en el inflable de unicornio que flotaba en medio de la piscina y que me devolvía la mirada con fijeza. Me dio escalofríos.

De cualquier modo, percibí su sonrisa de suficiencia por el rabillo del ojo. Idiota.

—¿Qué te sucede, Lunática? —preguntó sin quitar su pesada mirada sobre mí.

—¿Puedes dejar de llamarme así? No estamos en la universidad. Somos adultos, Frank.

—¿Ser adultos significa que debamos ser aburridos y cero creativos?

—¡No soy aburrida! —protesté, volviendo a mirarlo. Su mandíbula envainada por una sombra de barba incipiente se encontraba cuadrada. Sus labios formaban un rictus que se agrietaba en las esquinas. Un amago de una sonrisa que, por un instante, vaciló—. Solo trato de ser una adulta aquí. —Hendí mis dedos en el espacio que había entre los dos; una mesita ratona de madera con un par de botellas abandonadas encima.

Él puso una mueca y asintió. Avisté la forma en la que sus dedos incrementaron la fuerza con la que se sostenía de la baranda y los músculos de sus brazos se contraían. Me pinché la parte interna de la mejilla. ¿Por qué empezaba a darme cuenta de que Frank ya no era el mismo chico que había conocido en la universidad?

¿Por qué había tenido que recibir el golpe de la adultes tan... maravillosamente?

Su cuerpo había dejado de ser escuálido para inflarse de músculos tersos y fornidos. Siempre fue alto, pero ahora se veía más imponente y ancho y... sexy. En la universidad, era ordinario y sencillo. No había mucho de él que me llamase la atención más allá de su increíble capacidad de sacarme de mis casillas. Su pelo continuaba siendo castaño dorado, sus ojos seguían siendo azules, pero el tiempo remarcó sus facciones y perfeccionó cada rasgo de su rostro; su nariz recta y su mandíbula marcada. Sus cejas espesas y que resaltaban su mirada. Su boca pequeña y labios gruesos y... ¡Deja de mirar su boca, Luna!

La temperatura de mi cuerpo se elevó un poco, por lo que empujé con el dedo la manta fuera de mis hombros. Y me arrepentí tan pronto noté la forma en la que sus ojos me recorrieron entera. Mi pijama era vergonzoso. Una franelilla de tirantes rosa y un short diminuto gris. Oh, Dios. Ni siquiera llevaba sujetador. Probablemente estaba mirándome los pezones ahora mismo.

Frank lo disimuló bastante bien.

—¿Sabes qué me ayuda a dormir? —emitió al cabo de unos minutos. Se despegó del barandal y tomó asiento en el mueble frente a mí.

—¿Meterte drogas? —pregunté.

—¿Qué? —Me miró con horror y se apuró en negar—. ¡No! Me gusta acostarme, cerrar los ojos y pensar en escenarios bizarros.

Una de mis cejas se disparó.

—¿Escenarios bizarros?

—Sí. Escenarios que nunca me sucederían en la vida real —repuso. Extendió los fornidos brazos alrededor del reposacabezas y se inclinó ligeramente hacía mí—. Intentalo —me animó.




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