El verano que nos juntó

Capítulo 14

Hacía tiempo que no dormía tan plácidamente

Hacía tiempo que no dormía tan plácidamente.

La mañana siguiente me levanté cuando los halos solares que discurrían entre las cortinas se estrellaron contra mi cara. Me estiré como un gato y me llené de impulso y motivación para saltar de la cama. Tomé el neceser que había acomodados en la mesita de noche y abrí las cortinas antes de dirigirme al baño fuera de la habitación. El mismo que compartía con Frank. Solo rezaba porque el aludido se encontrase durmiendo.

Como debí suponerlo, Frank Rogers no era de esos tipos que vagaban hasta el mediodía. Cuando crucé la puerta me encontré con su silueta que llevaba una diminuta toalla blanca aferrada a las caderas. Miré su pelo mojado y las gotitas de agua que salpicaban sus hombros y parte de su pecho. Al subir los ojos de nuevo a su cara, me fijé en la sonrisa guasona que se alzaba como una bandera.

—Buen día. —Hizo un ademán con la cabeza a modo de saludo.

Me aclaré la garganta y me esmeré en devolverle la sonrisa mientras mi mente viajaba directo a la noche anterior. Esa en la que me había quedado dormida imaginando al hombre frente a mí preparando té en... ropa interior. Y luego, todo se volvió un poco más turbio y la ropa interior desapareció...

—Buenos días —le dije—. ¿Puedes darme permiso? Necesito ducharme.

Frank alzó una ceja y apoyó el brazo contra la puerta. Agitó su otra mano y recién caí en cuenta de que llevaba una afeitadora en la mano. La mitad de su barbilla estaba cubierta de espuma de afeitar.

—Me parece que tendrás que esperar —continuó en tono burlón, volviendo a meterse dentro del baño.

Basculé la idea de meterme en el baño. Había dos lavabos, un inodoro y una ducha y bañera aparte. Frank tenía sus cosas perfectamente ordenadas en su lavabo y deslizaba el rastrillo sobre su piel con una habilidad propia de un arte. Puse los ojos en blanco y solté un bufido. Me ardía la vejiga y mi aliento seguro olía al de un dragón.

No estaba dispuesta a esperar hasta que acabase de perfilarse la mandíbula. Me di la vuelta y me adentré en la casa. Atravesé el salón a la carrerilla y me metí en el primer baño que se cruzó en mi camino. Hice mis necesidades, me duché y me envolví en una toalla porque sí, había sido una idiota que olvidó traerse su ropa al baño. Abrí la puerta del baño y reforcé el nudo de la toalla alrededor de mi cuerpo. Me deslicé a hurtadillas por el salón y una explosión de risas me golpeó de lleno en los oídos. Agudicé el oído intentando ponerle un rostro a aquella voz masculina que viajaba desde el salón. Era grave pero no demasiado y su risa era encantadora y áspera. Incluso el olor que emanaba de su cuerpo parecía alcanzar mis fosas nasales.

Y entonces, alguien me nombró y me detuve tan abruptamente que mis pies resbalaron y tuve que sostenerme del mueble para evitar caerme. Moví la cabeza en la dirección en la que había emergido mi nombre y sentí como el suelo se diluía a mis pies.

—¿Luna? —Mi nombre sonó como una alarma letal en mi cabeza.

El corazón se me apretó en un puño y la sangre se me acumuló de lleno en la cara.

—¿Antoine? —Me escuché decir mientras trataba de procesar la situación frente a mí. En la sala, detrás del cuerpo de Antoine se encontraba Val y mis padres. Ellos le miraban con ilusión mientras que mi hermana me fruncía el ceño con discreción.

—¿Por qué llevas una toalla? —apuntó ella.

—Acabo de ducharme —le dije con énfasis como si no fuese demasiado obvio.

El aire se atoró en un punto medio entre mi nariz y mis pulmones. Toda mi atención fue acaparada por la presencia de mi ex en el salón. En Bali. Muy lejos de casa. ¿Qué demonios estaba haciendo Antoine en Bali?

Y como si pudiese leerme los pensamientos, su voz resonó en la estancia con cadencia.

—Perdón por no avisarte nada, nena. Cuando Val me pidió que viniera a hacerte compañía, creí que estabas al tanto.

Respirar me dolía.

—¿Val te pidió que vinieras a Bali a hacerme compañía? —repetí lo que había mencionado en forma de interrogante. Antoine, con sus ojos brillantes y el pelo prolijo, asintió—. ¿Y lo hiciste sin más?

—Yo... —Se rodeó un brazo con la mano y volvió a afirmarlo—. ¿Te molesta que yo esté aquí?

—¡Claro que no le molesta, rubio tonto! —Mi madre me quitó las palabras de la boca—. ¿Por qué le molestaría que su novio guapo venga a visitarla?

—¿Su novio? —Antoine posó sus ojos sobre mí. Una de sus cejas se arqueó ligeramente. Yo apenas podía reaccionar con precisión. Una sonrisa se adueñó de su boca—. Claro que no me molesta venirte a visitar, nena. Lo que sea por ti, Lunita.

Sentí un escalofrío corriéndome por la espalda cuando me llamó nena. No solo era la forma en la que esa palabra sonaba en su boca. Era todo lo que acompañaba a esa palabra, la sonrisa torcida, sus ojos brillantes, el hoyuelo que remarcaba su mejilla.

Boqueé sin saber muy bien como mantener esa farsa delante de mis padres. Mi madre era demasiado perspicaz. No tardaría en detectar la mentira si no me esforzaba en ello.

Una voz me hizo dar un respingo. Giré sobre mis talones y me encontré con Frank recién acicalado. La sombra de su barba lucía más limpia y sus ojos eran frescos y enérgicos.

—Ya he terminado de usar el baño.

—Me las he arreglado —le respondí todavía ensimismada.

—Ya veo. —Sus ojos me recorrieron entera y luego de arrugar el ceño al fijarse en la probable expresión de horror que se había adueñado de mi cara, reparó en el grupo de personas detrás de mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.