—Nada con delfines. Vive la experiencia ahora. —Leí el folleto que sujetaba entre los dedos y se me arrugó la frente—. El clima está horrible. No veremos ni un solo delfín con este clima.
—No seas tonta, Luna. Son expertos, sabrán a donde llevarnos para ver a los delfines —repuso Val, arrancándome el folleto de las manos.
James soltó una risita por lo bajo.
—Los delfines no le tienen miedo a la lluvia —se burló.
—Yo nunca dije eso —repliqué.
—Ya, bueno, haremos el intento así que deja tu pesimismo para otro día del año que no tenga que ver con las próximas dos semanas y media. ¿Vale? —Val me lanzó una mirada aprehensiva por medio del retrovisor.
Me hundí en el asiento de la camioneta que habían alquilado, estaba en el medio de Antoine y Majo. Esta mañana salimos muy temprano con dirección al norte de Bali para atestiguar a las manadas de delfines que viajaban en esta zona de la isla. Llevábamos más de dos horas de camino y me dolían los músculos y el estómago ya que apenas había comido la mitad de un sándwich en la villa.
—¿Lu? —me llamó Majo bajito.
Me volví hacia ella.
—¿Sí?
—¿Cómo vas con... Frank?
El pánico se arremolinó en mi cara y temblé por varias razones. Número uno, después de anoche, donde atraje a Frank a la idiotez más grande que se me había ocurrido, no habíamos vuelto a hablar. En la mañana me intenté acercar, pero Charlotte se me adelantó. Bebieron café juntos y ella se mostró comprensiva y sonriente.
Y número dos; no conocía la razón, pero mencionar a Frank me provocaba escalofríos en las piernas.
—¿Con Frank? —La voz me sonó aguda y quebrada. Me aclaré la garganta—. ¿Qué con él? Todo bien, supongo.
—No tonta, me refiero a cómo vas con lo de ser su asignada.
—Qué linda manera de decir que soy su canguro.
Majo soltó una risita y asintió.
—Bueno, como se llame. Mi madre estuvo preguntándome esta mañana por él. También me pidió que te dijera si puedes averiguar cómo siguen los padres de James. Se me hace raro que todavía no se hayan recuperado de esa fiebre del Mediterráneo.
—¿Tenían fiebre del Mediterráneo?
—Eso parece. —Majo puso una mueca de pena—. Pobre Val. Su mayor deseo era tener a ambas familias unidas durante la ceremonia. —Sus ojos se clavaron en Val, que iba testeando las estaciones de radio locales—. Ojalá sus suegros se recuperen pronto.
Tuve que morderme la lengua para no revelarle que los padres de James no habían contraído ningún virus maligno del Mediterráneo. Sino que James se rehusaba a ponerlos en aviso.
—Sí, qué mal. De seguro averiguaré algo —le aseguré.
—¿Y con Antoine? —Me dio una mirada socarrona y enarcó ambas cejas.
Se me puso la cara roja pero no era de nada relacionado a un buen sentimiento.
—Regresará a Los Ángeles después de mañana.
—¿Y cómo estás con eso?
—Pues bien. —Me encogí de hombros y disimulé una sonrisita—. Puedo soportarlo.
—Hum... seguro que sí.
—Majo...
—¿Sí?
Mi mirada se cruzó con la de James por medio del retrovisor y no pudimos apartarla durante lacónicos segundos. Creo que nunca me había detenido a mirar bien al prometido de mi hermana. Él portaba facciones sutiles y sus ojos eran pequeños de color esmeralda. Tenía la piel bronceada por el sol y el cabello ondulado. Su mandíbula era más angulosa que ancha y su cuerpo era apolíneo.
Tanteé la idea de mencionarle a Majo la verdad. Las palabras se tejieron en mi cabeza y viajaron hasta mi lengua, pero no fui capaz de articularlas en voz alta.
—Nada. —Me arrepentí.
Enderecé la espalda y moví los ojos hacia la ventanilla opuesta a la de Antoine, quien parecía haberse quedado dormido. Sufría de cinetosis, no lograba mantenerse compuesto durante los viajes en auto. Sus dedos se aferraban a una bolsita de plástico por prevención.
Durante lo que restó del viaje, me decanté por admirar los paisajes a través de la ventanilla. Bali era un extraordinario destino que sí o sí las personas tenían que considerar visitar al menos una vez en la vida.
La camioneta se detuvo frente a un parque lleno de vegetación selvática y enormes afiches que promovían el cuidado de la flora y fauna autóctona.
El cielo estaba cubierto por un espeso manto de nubes plomizas que presagiaba una potencial lluvia más tarde. No había traído un suéter o alguna chaqueta puesto a que el sol y el calor era lo usual en la isla.
Nos reunimos con el resto de mi familia junto a la entrada. Y tan pronto mis ojos se tropezaron con los de Frank, sentí un vuelco en el estómago que omití como una campeona. Llené mis pulmones conforme mis pies se deslizaban grácilmente hacia él. Sus ojos atrapados en los míos. Iba vestido con un short negro y una camiseta playera de flores verde. Siempre llevaba un reloj de plata adherido a la muñeca y los lentes de sol, aunque no había una sola gota de este.
—¡Franky! —exclamé con exagerada felicidad al estrecharlo entre los brazos.
Reparé en la forma en la que sus hombros se ponían duros y tensos.
—¿Qué estás haciendo? —me susurró, envolviéndome la espalda con los brazos.
—Sólo sígueme la corriente —mascullé, empujándome hacia su pecho. Cuando nos separamos teníamos decenas de ojos puestos sobre nosotros. Tragué grueso y recé por que no se notaran mis nervios—. Te eché de menos. ¿Y tú a mí? —Puse ojitos.