Mis ansiadas vacaciones para alejarme del caótico trajín de Nueva York se agotaron en el instante en el que me encontré con Luna García en el vuelo de Qatar Airways. Sin embargo, y lejano a mis expectativas, las cosas parecieron alcanzar un equilibrio durante un momento.
Y ahora la balanza se había inclinado por completo al lado catastrófico. Charlotte, mi ex novia, era la encargada de la organización de la boda de mi hermano. Mis padres me estallaban en móvil todos los días porque James no les respondía los protocolares mails que desbordaban su mensajería. Y, aunado a todo eso, estuve a un solo segundo de besar a Luna.
Se me comprimía el pecho de pensar que si no hubiésemos sido interrumpidos, algo más hubiese llegado a suceder. Y lo que es más, en el fondo de mí, sabía que era una idea que no me disgustaba. Solo que no entendía esta metamorfosis que se extendía por mis redes neuronales y colapsaba el ritmo de mi corazón.
El amanecer nos acobijó hasta que llegamos al puerto en el que, plantados en la orilla, observamos mientras la colina de humo cruzaba la atmósfera como un riel. El atronador sonido del barco nos envolvió con desgana. Y los nervios no tardaron en aparecer.
—¡No puedo creer que nos ha dejado el Ferry! —gruñó Luna, atiborrandose la frente a golpecitos.
—Tomaremos el siguiente. —Traté de mediar con calma.
—¡Todo esto es tu culpa! —prosiguió.
—No es el fin del mundo.
—¡Pues estando aquí solos los dos pareciera que fuese el apocalipsis!
—¿A quién saliste tan dramática? —Le dediqué una mirada con una ceja arriba y observé la expresión iracunda que brillaba en su rostro. Sus mejillas rosadas y sus enormes ojos enmarcados por sus largas pestañas echaban chispas. Mis ojos sobrevolaron la comisura de sus labios. Suaves y brillantes. Humectadas. Y me pregunté cómo era posible que un ceño fruncido pudiera lucir así.
Ella hizo un ruidito con la garganta mientras me alejaba en dirección a las taquillas del terminar de barcos. Sus pasos repiqueteaban detrás de mí con determinación y beligerancia
—¡¿Y tú de dónde saliste tan...?!
Me detuve en seco y me di la vuelta de refilón. Su rostro se estrelló contra mi pecho, y sus ojos subieron lentamente hasta mi cara.
Otra vez sus labios me saltaron a la vista.
Pero maniobré para deshacerme del irracional impulso que me cosquilleaba detrás de las costillas. Desperecé mi sonrisa más audaz.
—Tomaremos el siguiente barco, Luna. No te sucederá nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estás conmigo. No dejaría que te pasara nada malo mientras estás conmigo, Luna.
Ella entreabrió los labios y sus cejas se alzaron con ligereza. El aire a nuestro alrededor sopló con cadencia, alzándose desde el mar hasta batir las copas del arboledo que amurallaban las costas. Se entremetió en su melena castaña y la hizo ondear con gracilidad.
Movió su cabeza en señal de acuerdo y reanudamos el camino hacia la zona donde vendían los boletos. Hicimos la fila en silencio. Nuestras miradas no paraban de enredarse como si fuésemos dos prisioneros de un feroz magnetismo. Y cada vez que lo hacían, una corriente se propagaba entre los dos. Como las olas que se reúnen en el fondo del océano antes de la marea.
Cuando fue nuestro turno, me apoderé de mis escasos conocimientos sobre el idioma y me las apañé para hacerle entender a la señorita que necesitábamos estar en el próximo ferry.
—El próximo barco zarpa al atardecer —nos informó la señorita con una sonrisa apenada.
—¿No tienen uno más próximo? —le insistí.
Ella negó.
—¿Qué está diciendo? —me inquirió Luna.
—El siguiente barco sale al atardecer.
—¡¿Al atardecer?! ¡Nos perderemos la cena!
—Puede que no...
—¡Val va a matarme! Tengo que organizar la prueba de vestidos. No puedo saltarme la prueba de vestidos, Frank.
Su desesperación me resultaba divertida. Y sin poder evitarlo, una sonrisa se había apoderado de mis labios. Su ceño fruncido emergió al ataque.
—¿Te estás burlando de mí, Frank Rogers? —me acusó. Mi sonrisa se ensachó todavía más. Podía sentirla llenándome la cara entera.
—No me burlo de ti. Solo me causas diversión —aclaré con despreocupación.
—¿Por qué te causaría diversión esta situación? No tiene nada de divertido.
—Sí que lo tiene.
—¿Y qué es lo divertido, exactamente?
—Tú. Me diviertes de la forma más ilógica que podría imaginarme.
—¿Yo te divierto? —Sus enormes ojos se abrieron en par. Relamió sus labios y noté la forma en la que su pecho se inflaba con la misma lentitud que el mío.
—Me causas más que diversión —murmuré roncamente por lo bajo.
Y no estaba muy seguro si ella había logrado comprender a lo que me refería cuando ni yo mismo lo hacía. Me llené los pulmones de aire y le confirmé a la señorita por los tiquetes. Ella los imprimió y me los entregó junto a un folleto turístico de Islas Nusa.
Ambos volvimos afuera donde, pronto, nos adueñamos de una banqueta solitaria cerca del muelle. El cielo despejado brillaba con furor, el revuelo de aves alzaban vuelo en grupos multitudinarios. Entonces, mi menté cansada de divagar por pensamientos esquivos regresaba a anoche en un bucle sin fin. Luna que se frotaba las manos mientras le echaba una ojeada al folleto, me descubrió observándola.