El verano que nos juntó

Capítulo 20

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La lengua es el castigo del cuerpo.

No sé cuantas veces me dije a mí misma que nunca me atrevería a ser desleal a las conjeturas que contemplaba acerca de los demás. Nunca digas nunca. Nunca haré esto o nunca iré a tal lado. Nunca me fijaría en alguien como él o como ella...

Y es que a veces preferimos hacernos los ciegos con respecto a los sentimientos que engendramos por otros. Los sentimientos son como un puñado de hilos que se cruzan encima del otro hasta formar algo tan grande que no puedes ignorar. Palpita allí. Dentro de tu pecho. No puedes ignorar el dolor, el agobio, los celos... No puedes dejar de sentir por más que dichos sentimientos sean una fehaciente contradicción hacia lo que alguna vez prometiste negar.

Una prueba fehaciente de que en la vida las cosas tienen un curso imparable. Y no siempre, podemos estar a cargo del control.

Nunca estudiaría medicina.

Nunca sería amiga de un tacaño.

Nunca bailaría raeggueton con mi madre en una fiesta familiar.

Nunca... Nunca podría sentir algo por Frank Rogers.

¿En qué demonios estaba pensando cuando me le lancé encima?

Pues, no estaba pensando. Me dejé llevar por la forma en la que su calor me envolvía en una burbuja de la que no era consciente. Solo sé que cuando la información nerviosa sobre mis labios viajó por medio de mis vías neuronales, alcanzó mi cerebro, ya era demasiado tarde. Ya tenía mis labios sobre los suyos y sus manos firmes en mi cintura impedían que pudiese desplomarme en el suelo.

Sus labios eran todo lo que estaba bien en el mundo. Suaves y a la medida perfecta. El modo en el que sus manos me sujetaban por la nuca y la cintura me llenaba el cuerpo de electricidad. Había estado subestimando sus capacidades, pero Frank sí que sabía cómo besar a alguien.

Y a diferencia de lo que imaginé, me complació y asustó al mismo tiempo notar que no estábamos repeliéndonos el uno del otro. ¿A caso yo no le resultaba tan desagradable como se empeñaba en hacerme creer?

Tuve que apoyar mi frente contra la suya cuando nuestros pulmones comenzaban a quemar por la falta de aire. Cerré los ojos, porque... ¡Dios! ¡No podía lidiar con una de las suyas en este momento! Mi mente empezó a elucubrar un sinfín de motivos por los cuales Frank me había seguido el beso. Tal vez solo lo hizo para burlarse de mí. O vengarse. O para joderme...

Pero el gutural sonido de su voz me hizo temblar el pecho. Me rehusé a despegar los parpados, sin embargo.

—¿Luna? —No moví un solo músculo. Su frente seguía sosteniendo la mía. Un repentino malestar de nauseas se instaló en mi estómago—. ¿Puedes abrir los ojos? —me pidió en un graznido.

Dudé eternos segundos en los que me concentraba en la forma en la que el corazón me galopaba dentro del pecho. ¿Estaba nerviosa? ¿Estaba arrepentida?

Primero abrí un ojo y después el otro. Grave error. Mis latidos se fueron a dar un paseo por el espacio cuando me encontré con la profundidad de sus ojos azules. Estudié su expresión. Indagué en búsqueda de algún vestigio de arrepentimiento o de burla. Una señal que me pellizcara el pecho por haberlo besado.

Más solo me encontré con sus labios estirados en una sonrisa discreta. Su barba incipiente difuminando las esquinas.

—Yo... no sé por qué he hecho eso —confesé buscando mi voz tras un par de carraspeos.

—¿A qué llamas eso? —La forma en la que sus ojos me devolvían la mirada me hacia sentir como uranio radioactivo.

—A lo que acabamos de hacer.

—Besarnos. —Su sonrisa se amplió—. Puedes decirlo, Luna. Nos hemos besado.

—¿Estás seguro? —Disimulé todo el calor que se me agolpaba en la cara de pronto.

—¿Quieres que te lo reafirme? —Me guiñó.

El calor crecía a raudales a nuestro alrededor. Podía sentirlo evaporando el agua que se estremecía contra nuestras pieles. Fue entonces cuando me percaté de que el grupo de turistas que habían venido con nosotros ya se habían puesto sus zapatillas para disponerse a volver a la camioneta.

A Frank parecía no importarle aquello.

Inhalé una bocanada de aire que no fue suficiente para amainar la ansiedad que se derramaba por todo mi cuerpo. Mirar la sonrisa que pregonaba me hacía poner más nerviosa. Ni siquiera entendía por qué me sentía como una adolescente haciendo travesuras con el chico malo de la escuela.

Eramos dos adultos.

Dos adultos que se querían arrancar los ojos hasta hace una semana.

Y que ahora se quieren arrancar otras cosas...

—¡Se están yendo! —Señalé en dirección a la última pareja cuyas sombras se alejaban.

Frank ni siquiera se inmutó. ¿Nada? ¿En serio?

Hice un amago de marcharme pero antes de que pudiese treparme en el pequeño islote de piedra, un par de dedos sujetaron mi muñeca. Sus ojos volvieron a observarme la cara como si buscasen la manera de entrar a mi mente y escarbar en mis más oscuros deseos.

Inclinó su rostro hacia mí y su aliento me golpeó en los labios.

—No sé qué ha sido todo eso, Luna. Pero no podrás impedirlo por mucho tiempo.

Me quedé helada mientras él se disponía a colgarse la camiseta playera en un hombro y se encorvaba sobre sí para ponerse las zapatillas con una agilidad impresionante. No pude evitar seguir cada movimiento con los ojos. Había un deje cautivante que seguía anclado a mi sistema.




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