—Repíteme porqué debemos levantarnos tan temprano —murmuré somnolienta mientras los ruidos que hacía Majo revolviendo la habitación entera atronaban a mí alrededor.
—¡Porque solo falta una semana y tres días para la boda!
Hubo una diminuta pausa en la que me ilusioné pensando que su charla matutina había cesado. Sin embargo, la manta que cubría mi cara fue expulsada lejos de mí.
Me enfurruñé. Eran alrededor de las siete de la mañana.
Error. Eran las nueve. Pero anoche no pegué el ojo hasta rondar las cuatro de la mañana. Estuve toda la noche revolcándome como una marmota adolescente en la cama. Imaginandome una manada de mariposas revoloteando en el techo y monos furiosos tocaban baterías en mi pecho.
—Hace un día precioso, Luna. Así que más te vale levantar el bote de la cama, ponerte un lindo bañador y encontrarte con todos en la playa. —Con un ojo cerrado y el otro a medio abrir, atisbé la silueta de Majo bañada, peinada y acicalada con un vestido playero y chanclas abriendo la ventana de par en par—. ¡Isla Nusa, nos espera un gran día!
—¡Solo cinco minutos más! —Me arrastré en la cama y me caí al suelo con brusquedad. La acolchada manta amortiguó mi caída.
Majo me observó con una ceja arriba. Apuntó el desastre en el que se había convertido mi cama y luego clavó el dedo sobre mí.
—Arregla este chiquero. Y, Luna, te presto un cepillo de pelo por Dios. —Me lanzó un robusto cepillo que me golpeó en el muslo y luego salió de la habitación.
Cerré los ojos un momento para intentar conciliar el sueño otra vez, pero mi mente navegó en dirección a la noche anterior. Frank Rogers. Frankestein. Frank, mi nemesis de la universidad. Y el que ahora se rehusaba a salir de mi mente.
Tallé mis ojos y me obligué a mí misma a buscar algún ápice de productividad. Con un resuello que me trepó hasta la garganta, eché una ojeada y comprobé lo que Majo había querido decir con lo del cepillo. La mitad de mi cabello lucía engurruñada mientras que la otra mitad apuntaba al techo.
No puedo lucir así. Cogí el cepillo y me metí en la ducha. Tardé alrededor de veinte minutos en alistarme. Por alguna extraña razón, todos los atuendos que había empacado parecían austeros y nada sexys. Bueno, tampoco quería lucir sexy pero ahora que mi cabeza estaba ocupada en alguien, quería asegurarme de lucir más presentable.
Luego de despotricar obscenidades frente al espejo, opté por un vestido amarillo que nunca pensé que tendría el valor para exhibirlo fuera de casa. Ni siquiera recuerdo donde lo adquirí, solo sé que llevaba más de cinco años acompañándome en todos mis viajes buscando por una oportunidad para ser presumido. Era strapless con un escote en forma de corazón. La tela se ajustaba perfectamente a mis caderas y acababa en un bordillo sobrevolado.
Me até el pelo en un moño y me maquillé siguiendo un tutorial de Vogue. El espejo me sonreía devuelta en señal de aprobación. Solo poner un pie fuera de la habitación ocasionó un cataclismo en mi pecho. Estaba nerviosa y ni siquiera habíamos llegado al medio día.
Bajé las escaleras practicando la forma en la que actuaría cuando tuviese a Frank frente a mí. ¿Cómo iba a saludarlo? ¿Lo besaba? ¿Le diría un hola? ¿Le debería dar una palmada en la espalda como si fuésemos bros?
—¡Buen día, Lunita! —me saludó mi padre, alzando la vista del periodico que estaba impreso en otro idioma—. Te queda muy bien ese vestido, por cierto.
Noté que un calorcito se me instalaba en la cara.
—Buen día, pa. —Lo observé con el ceño fruncido. Tan solo llevaba puestos unos calzones azules de cuadros y el pecho desnudo—. Tú también luces muy bien.
Mi padre sonrío complacido.
—Lo sé, querida. Siempre luzco genial. Sino pregúntale a tu madre.
—¡Es cierto! —Mi madre se asomó desde la cocina. Lleva el pelo lleno de un montón de rollos rosados y una mascarilla verde agua le pintaba la piel—. ¿Quieres un poco de café?
—Sí, por favor.
Me dirigí a la cocina en la que mi madre se encontraba haciendo el desayuno. Huevos revueltos, tocino y toneladas de queso abarrotaban la mesada. Majo estaba lavando platos y Fer estaba sentada en las banquetas ya vestida y metida en su móvil. Rodé los ojos para mis adentros, antes de dejarme caer en la banqueta a su lado.
Me alivió de cierto modo no tener indicios de Frank merodeando por la zona. Habían cosas que debíamos aclarar antes de atrevernos a algo más. Y una de ellas era... mi familia.
—¿Ya viste quien subió una foto a instagram con otra chica? —comentó Fer, posando sus ojos verdosos sobre mí.
—No me importa mucho, la verdad.
—¡Antoine! ¿Puedes creerlo? ¡Es un idiota! No puedo creer que te dejara.
Iba a contestarle que estaba todo bien, que no me afectaba tanto ahora como creí, pero fue la forma en la que lo sabía lo que me llamó la atención. No había tenido el coraje de contárselo a mis hermanas. Solo se lo dije a mi madre la noche que nos quedamos varados en medio de la nada.
—¿Se lo has contado? —La pregunta fue para mi madre.
Ella puso una mueca de disculpas.
—Yo no quería decir nada, pero ellas insistían en que Antoine era un buenorro y alguien tenía que poner a tus hermanas en su sitio.