Luna
La noche que cubría el cielo de Bali me causaba una mezcla de escalofríos y adrenalina. Era casi la medianoche cuando el barco en el que pasamos la noche, pretendiendo los juegos de roles más absurdos que alguna vez había interpretado, bajó el ancla junto al muelle. En toda la noche no había podido despegar los ojos de Frank. Creo que era algo mutuo, dado que cada vez que divagaba en su dirección, recibía una sonrisita casual de su boca que me revolucionaba el estómago. No puedo creer que yo esté pensando de esta forma, pero nunca había estado tan emocionada de bajarme de un yate como esa noche.
—Supongo que tú y yo tenemos una cita esta noche —mencionó una masculina voz a mi espalda. Di un respingo. Mi corazón también lo dio al procesar sus palabras. ¿Una cita? Hace mucho no tenía una cita.
—Tal vez deberías tomarlo con calma, viejo —repliqué, anidando un mechón de pelo que me caía sobre la cara.
Frank desperezó una sonrisa a la vez en la que se cruzaba de brazos.
—Lo hago. Pero es muy difícil cuando te paseas por ahí vistiendo ese vestido amarillo —apuntó.
—¿Qué tiene este vestido?
—Pues... —Soltó un suspiro y ladeó sus labios en una sonrisa socarrona—. El amarillo es tu color. Sin duda alguna, es tu color. Deberías vestir así más a menudo. Ya sabes, menos impoluta y sombría.
—Me gusta vestir como Morticia.
—Ya lo he notado. Y no me mal intérpretes, también luces hermosa siempre. Solo que esta isla te asienta muy bien.
Fruncí los labios y estiré las esquinas de los ojos mientras analizaba sus palabras. ¿A caso, estaba Frank insinuando que siempre me veía bien?
Error. Hermosa. Esa fue la palabra que utilizó para referirse a mi forma de vestir. Manchas carmesí inundaron mis mejillas. Intenté desviar la conversación.
—Pues a ti también te asienta bien la calidez de Bali —le devolví el cumplido. Y no sé si lo imaginé, pero sus ojos brillaron por segundos.
Tal vez solo había bebido demasiado champagne rosado en el yate. Sí, tiene que haber sido eso. Porque, aunque la tensión entre Frank y yo esa noche crecía exponencialmente, no había manera en la que mis palabras pudiesen hacer tanto efecto en él. O por lo menos, eso prefería pensar.
—¡Ey, tortolos! —gritó Val desde la entrada del muelle. Estaba tan ensimismada en la burbuja que nos encerraba a Frank y a mí, que ni siquiera había notado que nos habíamos quedado atrás del grupo—. ¡Coqueteos para después! ¡Nos espera una fiesta y me muero de hambre!
Rodé los ojos porque Val había acabado con tres bandejas de tostadas de trucha en el yate. No había manera de que le entrara más comida en ese diminuto y plano abdomen.
—¡No estábamos coqueteando! —aclaré con las mejillas encendidas cuando los alcanzamos.
—Ella no, pero yo sí que estaba coqueteando —murmuró Frank al instante.
Val dibujó una sonrisa traviesa mientras que su prometido, James, lució sorprendido y asqueado al mismo tiempo.
—Bueno, ¿vamos en moto? —preguntó James.
Frank drenó la sangre hasta ponerse lívido.
—¿No podemos pedir un taxi?
—Estamos en una isla donde el transporte principal son las motocicletas —le dijo James.
—Ya sé, pero somos turistas.
—¿Tienes miedo o qué, princeso? —se mofó James.
—Me da vértigo. Además... —Me envió una miradita—, no tengo buenos recuerdos de andar en motocicleta a mitad de la noche.
Puse los ojos en blanco.
—La playa está a quince minutos en moto, Frank. No puedo matarte en quince minutos —le dije.
—En efecto, puedes matarme en menos.
—¿Prefieres ir caminando?
—No me haría mal un buen cardio. —Me guiñó.
—Vale, pueden ir ustedes. Los alcanzaremos allá. —Me dirigí hacia mi hermana.
Ella abrió mucho los ojos, como si no pudiese creer lo que estaba escuchando decir de mi boca. Me envolvió el codo bajo su huesuda mano y me dio un apretón.
—¿Estás segura de ir andando? —musitó para que solo yo alcanzara a escucharla.
Suspiré y asentí.
—Me vendría bien un poco de cardio también.
Supe que no tendría que haber soltado aquello cuando sus labios encauzaron una sonrisita traviesa.
—No dudo que lo tendrás. Solo... recuerda que es el hermano de James. Si las cosas se llegan a complicar, podría afectar a nuestras familias. Lo sabes, ¿no?
—No te preocupes. Ya nos odiabamos antes. Lo peor que podría pasar es que volvamos al odio. Nada nuevo.
—Es en serio. Una vez que suceda algo entre ustedes, no habrá vuelta atrás.
—No voy a arruinar tu boda. —Le tranquilicé.
—No es eso lo que me preocupa. Me preocupa que te vuelvan a hacer daño. Después de lo de Anton, mereces ser feliz, Luna. Eres maravillosa y solo espero que Frank Rogers sepa valorar eso.
—Entonces, ¿no te importa si jodemos tu boda?
—Oh, no. Claro que me importa. ¿Tienes idea de todas las invitaciones que tuve que escribir a mano? Me salieron cayos en los dedos.
—¿Las escribiste tú misma? —Me escandalice.
Valeria se encogió de hombros como si no fuese la mayor hazaña de amor que haya hecho en su vida. Aquello me hizo dar un respingo. No había manera en la que mi forma de ver el amor se asemeje a todo lo que mi hermana hacía por amor a James.
—Fue solo una noche.
—¡¿Escribiste más de doscientas invitaciones en una sola noche?!
—Fueron trescientas. —Me dejó claro. Puso una sonrisa en la boca y miró por encima de mi hombro.
Frank y James conversaban junto a la motocicleta. Ninguna de las dos era una prodigio en el arte de la mímica pero no había que serlo para darse cuenta de que la conversación que estaban teniendo era un poco acalorada.
—De veras que estás enamorada.
—Ya lo sé —expuso con entusiasmo—. Algunos escribimos hasta que se nos entumecen los dedos, mientras que otros caminan dos kilómetros y medio a mitad de la noche en una isla foránea. Lo que las personas hacemos por amor, es impresionante —soltó en un suspiro, pizpireta—. Disfruta de la caminata, hermanita.