Luna estaba a punto de hacerme perder la cabeza. O, tal vez hace ratos que lo había logrado. La forma en la que su cuerpo se amoldaba perfectamente al mío era una experiencia que nunca había compartido con nadie. Los suaves gemidos que escapaban de su boca en cada roce. Me desquiciaba la forma en la que arqueaba la columna y me arañaba la espalda para sentirme más cerca. Todos mis sentidos habían colapsado desde el momento en el que nuestros cuerpos desnudos se fundieron juntos.
Ella era un sueño hecho realidad. Sus enormes ojos mieles y sus mullidos labios suaves, dejando besos por mi cuello. Sí esto era un sueño que nadie me despierte.
Nuestros cuerpos estaban cubiertos por una capa de sudor brillante y el errático sonido de nuestras respiraciones entonaban dentro de la habitación, llenándolo todo. El corazón me latía con una fuerza insostenible cuando los dos explotamos juntos.
Dejé a mi cabeza caer sobre la suya, apretando los ojos con fuerza mientras sus uñas aflojaban el agarre en mi espalda. Me hacía la idea de todas las marcas que trazó sobre mi piel, pero en ese momento, era lo que menos me importaba. Estaba completamente satisfecho. Desbordado por un aluvión de emociones que me cosquilleaba bajo la piel.
Cuando abrí los ojos, me perdí en los suyos. Su mirada era chispeante y sexy.
Joder... todo ella era la propia reencarnación de la sensualidad.
El pecho me ardió cuando sus labios se estiraron en una sonrisa genuina, sin perder el brillo alucinante que le recubría los ojos.
—¿Repetimos? —preguntó con las mejillas encendidas y la voz ronca.
Solté una risita antes de atrapar sus labios en un profundo beso que me achicharró la piel.
—Necesito un momento, nena —le pedí por lo bajini, tumbandome a su lado.
—Estuvo increíble —confeso en un suspiro, acurrucándose junto a mí de modo que su cabeza descansaba sobre mi corazón palpitando.
Giré el cuello para observar la silueta de su esbelto cuerpo desnudo reposando junto al mío. Encajábamos de una manera que me resultaba complicado comprender. Como si hubiésemos sido hechos el uno para el otro y no lo sabíamos. Envolví su cintura con mi brazo y percibí a sus músculos tensarse debajo de mí.
Aquella reacción despertó una calidez que no sabía que residía en mi pecho.
Levanté la mirada hacia el techo para concentrarme o volvería a ponerme cachondo dentro de poco. Con los ojos clavados en los paneles que se entrelazaban en el techo, me centré en el ritmo de nuestras respiraciones silbantes. Su pecho subía y bajaba en sincronía con el mío. Sus dedos trazaban figuras imaginarias en mi pecho perlado de sudor.
—¿En qué piensas? —quiso saber por lo bajo.
—En este verano... —Bajé la vista hasta sus grandes ojos brillantes—. Estuve a un paso de no venir.
—Pero es la boda de James —mencionó, dubitativa.
—Lo sé. Sólo... —Me aclaré la garganta cuando un nudo apareció en ella—. No quería arruinarle la boda a mi hermano.
—¿Por qué la ibas a arruinar? —inquirió, clavando un codo sobre el colchón y mirándome con la barbilla apoyada en la palma de su mano.
Estiré el brazo para acariciarle el pelo que le caía alrededor del cuello, alborotado. Era suave y brillante, como ella.
—Arruiné su infancia —dije con voz queda, sopesando si debía ceder al sueño o abrir mi corazón un poco más.
Supongo que esto era nuevo para ella. También lo era para mí. Nunca fui una persona a la que se le diese fácil expresar sus emociones.
—No arruinaste su infancia. Sus padres lo hicieron.
—Pero contribuí.
—No hiciste nada malo, Frank. —Ella me dio una mirada comprensiva, mientras sus dedos empujaban mi mejilla hacia ella—. No eres el culpable de las decisiones que tomaron tus padres. Ninguno de tus padres. Sólo merecías una familia. Todos merecemos un lugar que nos haga sentir queridos y protegidos.
Solté un suspiro mientras su voz atronaba en la tormenta dentro de mi cabeza. No podía dejar de mirarla como si fuese el diamante más brillante del universo. Mis dedos no podían dejar de acariciarle el cabello. Y mi corazón... solo latía más fuerte.
—Tú me haces sentir así, Luna.
Ella esbozó una sonrisita nerviosa. Sus dedos se deslizaron por mi mejilla hasta parar sobre mi pecho. El calor de su mano irradiaba dentro de mí.
—Tú también, Frank Rogers.
Luna bajó su mano con firmeza hasta alcanzar mi vientre. No se detuvo hasta que mi cuerpo reaccionó de la forma en la que ella quería. No opuse resistencia, tenerla conmigo causaba en mí una nueva sensación que no sabía que existía.
Sentirla cerca, acariciándome hasta el alma, era como haber pisado un nuevo planeta del que no quería irme.
Su mano fue reemplazada por sus labios, haciéndome cerrar los ojos con fuerza por instinto.
—¿Luna, qué estás haciendo? —solté en un gruñido ronco.
Ella no se detuvo cuando elevó sus ojos ardientes a los míos.
—Se acabó el tiempo de recuperación.
(...)
El olor a café me hizo abrir los ojos cerca de las nueve de la mañana. Me removí en la cama, para estirar mis músculos que seguían dormidos, y noté un cuerpo descansando lánguidamente junto al mío. Luna dormía bocabajo, con una pierna estirada y la otra flexionada a la altura de su cintura. Su melena castaña yacía desparramada sobre las almohadas y la expresión de serenidad en su rostro me hizo cosquillas en el pecho.