El verano que nos juntó

Capítulo 25

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f6262492d6753372d3477647669673d3d2d313531303030343132372e313831613035306632313065633366663238343131363539353233332e6a7067?s=fit&w=1280&h=1280

Para mi sorpresa, la cena transcurrió mejor de lo que esperaba. Luego de atiborrarme con trozos de langostino grillado y salsas ácidas y exóticas, llegó la hora del postre que consistía en un volcán de chocolate. Se me hizo agua la boca tan solo clavarle el tenedor y comtemplar, fascinada, el chorro marrón que brotaba de su interior.

Le di un bocado y solté un jadeo por lo bajo antes de advertir la mirada de Frank sobre mí. Sus ojos chispeaban con una mezcla de diversión y fascinación. Sucumbido por el éxtasis. Tenía las manos bajo la barbilla en un gesto relajado y divertido.

Sentí a mis mejillas llenarse de calor y el corazón me latió con demencia cuando percibí sus lentos pero firmes movimientos.

Frank se inclinó desde su silla colindante a la mía, su brazo voló y su mano aterrizó alrededor de mis comisuras para quitarme un hilillo de chocolate que me bajaba por la piel. Me quede tan quieta, perdida en su cercanía.

—Te gusta el chocolate —soltó sin apartar sus dedos de mi piel.

—¿Me lo estás preguntando?

—No, lo estoy anotando en mi cabeza para luego escribirlo en mi diario.

A pesar de lo embobada que tenía el cerebro, de mi boca emergió una suave risita.

—¿Estás hablando en serio? —Tuve que preguntar al percatarme de que no había indicio alguno de que Frank estuviese bromeando.

Su índice se entretuvo con el surco detrás de mi oreja, donde acomodó un mechón rebelde.

—Te dije que me gustaban los diarios.

—Pero, nunca me dijiste que escribías sobre mí en ellos.

—Escribo sobre muchas cosas. Todas las importantes que me gusta recordar —repuso mientras regresaba a su asiento y se reclinaba sobre él.

Su confesión me llenó la cabeza de preguntas. Todas giraban respecto a qué era aquello que Frank Rogers había escrito sobre mí. ¿Desde cuándo escribía sobre mí?

Ante mi mutismo, Frank se levantó de la silla y me tendió su mano. Observé alrededor para darme cuenta de que sus padres permanecían enzarzados en una conversión con Charlotte. Durante la cena dejaron a la superficie unas cuantas certezas: Nunca estarían de acuerdo con el matrimonio de James, pero tampoco tenían la intención de estar presentes en su vida. No les caía bien, y aquello no estaba relacionado con el status económico, porque aunque no era una millonaria de Hollywood, vivía cómodamente en una casa propia, llevaba los impuestos al día y me pavoneaba en un Tesla aunque todo a cambio de mucho sudor y esfuerzo, aún así, no era el prospecto de mujer que querían para su hijo.

¿Por qué no me querían entonces?

Había llegado a la conclusión de que ni ellos mismo lo sabían y a mí me dejó de importar en el momento en el que noté su desprecio hacia mi hermana, quien no dejaba de hacer malabares para agradarles.

Charlotte solo tenía que eructar para mantenerlos contentos.

Seguí a Frank dando trompicones por culpa de los tacones de aguja fina que decidí ponerme para elevar mi atuendo. Subimos unas empinadas escaleras y el aire tibio y húmedo que soplaba desde el mar nos recibió en la terraza abierta del restaurante. Allí arriba solo había una barra de tragos, dos mesas muy alejadas y una enorme baranda que enmarcaba el recuadro del mar oleando frente a nosotros bajo la oscuridad que se desplomaba sobre el paisaje.

—Perdón por todo eso —dijo Frank mientras apoyaba los codos sobre la baranda que pareció temblar ante su peso.

—Tranquilo, creo que he tenido citas peores —bromeé.

—No hemos tenido una cita formal todavía.

—Dejamos de odiarnos ayer —constaté con un deje divertido que le robó una sonrisa.

—Me gustaría tener una cita real contigo —espetó, observándome de reojo—. Sin mis padres. Sin mi hermano y sin mi ex.

—Me parece una buena idea, aunque... fue divertido ver como James ponía a tu madre en su sitio.

—James siempre ha sido pertinaz. Supongo que siempre admiré eso de él.

—¿Y tú?

—¿Yo? —Se pasó una mano por el mentón—. Prefiero escribirlo que decirlo.

Aquello me hizo recordar la mención de los diarios que se dedicaba a escribir. Una bola de curiosidad nació en mi pecho y dirigió mis palabras.

—¿Escribiste sobre mí en tus diarios? —quise saber.

Frank movió sus ojos por el mar. Se veía tan tranquilo cuando respondió.

—Sí.

—¿Y qué escribiste sobre mí?

—Cosas.

—¿Cosas como qué?

—Cosas que noté en ti en varias ocasiones.

—¿Como que no puedes ganarme en ninguna competencia? —apunté con diversión.

Frank cuadró una sonrisita en la boca. Sus ojos brillantes regresaron a los míos.

—Sí, también recuerdo haber escrito algo sobre eso. Pero sobre todo —Relamió los labios a la vez que se acercaba hasta enjaularme contra la baranda—, lo confundido que me hacías sentir.

—¿Cuándo? —susurré mientras su aliento me acariciaba las mejillas.

—Ya no importa.

—¿Frank?

—¿Luna? —Me observó con atención.

—¿Alguna vez me contarás tu versión? —le pregunté en voz queda. Tan baja que se desvanecía bajo la estridencia de la melodía que vagaba por el restaurante.

Él presionó los labios como si le costase darme una respuesta. Sabía que muchas cosas habían ocurrido antes, mucho antes de imaginarme un verano juntos en una exótica isla de Indonesia. Sabía que existían fragmentos perdidos en el relato de mi vida. Cosas que Patroclo no fue capaz de confesar. Cosas que me llenaron de odio a la persona equivocada. Cosas que dolieron y dolían hasta el momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.