El verano que nos juntó

Capítulo 26

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Me sorprendió encontrarme con un puñado de turistas recorriendo el centro de la isla a altas horas de la noche. La mayoría de las tiendas estaban cerradas pero los bares nocturnos y pequeñas discos emanaban vida a la isla, que aunado a la tibia ventisca que bailaba en las calles, era una noche casi perfecta.

Frank caminaba a paso resuelto, serpenteando entre las personas que hacían breves paradas para evaluar los centros nocturnos o sacarse fotos al lado de las exóticas esculturas que salpicaban todo el lugar. Casi me llevaba corriendo y una parte de mí, seguía abrumada ante el cambio de emociones que había tenido que barajar esta noche.

—¿Puedes ir más lento? No eres tú quién está montado encima de unos zancos —me quejé.

Frank le echó una miradita rápida a mis pies acalambrados bajo los zapatos.

—Puedo llevarte en hombros.

—Frank, no me jodas.

—¿Qué? —Soltó una risita ronca y empezó a rezagar los pasos—. No me molestaría, en serio.

—Ya, paso.

—Vale, como quieras.

Seguimos caminando entre el gentío que se arremolinaba en las entradas de los restaurantes y centros nocturnos. Frank me arrastró al interior de un sitio donde la música era ensordecedora, tenues luces azules, rojas y amarillas desafiaban la penumbra del lugar. Nos dirigimos directo hacia la barra y no tuve que hablar, porque Frank apuntó mi pedido a la perfección.

—Un tequila doble para mi chica y una cerveza para mí.

Parpadeé mientras la intriga crecía dentro de mí. No sabía si el corazón me latía porque recordó mi trago favorito o por la mención que hizo sobre mí.

Mi chica.

Nos acomodamos en las banquetas frente al largo taburete. Mi pierna se enredó con la suya y reprimí el suspiro que quiso escapar de mi boca.

—Bueno, ¿esta es tu sorpresa? —pregunté, observandolo fijamente.

Frank mostraba una sonrisa traviesa que no podía borrar. Consultó la hora en su reloj y su sonrisa se amplió.

—No, pero no puedo dartela todavía.

—¿Por qué no? —El chico detrás de la barra nos trajo nuestros tragos. Le di un sorbo que me escoció la garganta. Sentí pequeñas bola de fuego ardiendo en todo mi organismo.

—Porque las mejores sorpresas, son aquellas por las que debes esperar.

—Estás un poco filosófico esta noche —noté mientras le daba otro sorbo a mi vaso.

—En realidad, me siento diferente esta noche y no sé porqué creo que todo esto tiene que ver contigo.

—¿Conmigo?

—Sí. —Dibujó la boquilla del botellín con su dedo—. Ya sabes, como con este presentimiento de que algo va a suceder... —Dio un trago y sacudió la cabeza—. Bueno, ¿por qué mejor no me cuentas cómo sigue tu madre?

—Estuvo mareada esta mañana, pero siempre ha vivido con migrañas desde que éramos pequeñas. —Una gotita de agua helada resbaló por el cristal. Clavé los ojos sobre ella un momento—. Voy a llevarla al médico cuando vuelva a Los Ángeles.

—¿Tu madre vive en L.A?

—No, en realidad, nunca se mudó de Cartagena. —Puse una sonrisa nostálgica, porque hace mucho tiempo que no me acercaba a visitar la casa de mis padres.

—Háblame de tu vida allá. ¿La extrañas? —se interesó mientras acunaba su mejilla contra la palma de su mano en un gesto de concentración.

O admiración.

No estaba del todo seguro, solo sabía que la forma en la que sus ojos refulgían en medio de toda la oscuridad, me aceleraba el ritmo cardíaco.

—Sí, echo mucho de menos mi vida allá. Supongo que, sobre todo, el hecho de que más de la mitad de mi familia siga viviendo en el mismo lugar por tantos años y que sean vecinos y estén todos el uno para el otro en cada momento, me haría mucha ilusión tenerlo.

—¿Es una familia grande?

—Enorme. —Sonreí atontada mientras un agujero de recuerdos me transportaba a mi niñez. Esa en la que la pequeña Luna, una menuda niña con huesudas piernas y tirabuzones en el pelo, correteaba en las pintorescas callejuelas—. Imagina cuatro veces todos nosotros. Esa es solamente la familia materna. De la paterna... mejor ni te cuento, porque estaríamos toda la noche contándolos.

—Tenemos mucho tiempo antes de la sorpresa —instó Frank, sin dejar de sonreírme de esa forma tan genuina y cautivadora. Tan real y etérea que me calaba por dentro.

Dirigí una mirada al vaso de vidrio entre mis dedos escurridizos. El líquido se agitaba contra las paredes de cristal con tanta lentitud que despertaba una sensación de intimidad y confianza.

—¿Y qué hay de tu vida en L.A? —continuó, sin dejar de observarme.

Me mordí el carrillo sin poder evitarlo.

Pensar en mi vida en L.A me ponía los pelos en punta.

—No hay nada interesante allí que quieras saber.

Frank negó sin dejar de analizarme.

—No es cierto. Todo sobre ti me interesa, Luna. Hasta el más insignificante de los detalles. Quiero saberlo todo.

Se me alzaron las cejas de tirón mientras parpadeaba para alejar la sensación extraña que afloraba en mi estómago.

—Tengo un chihuahua. Se llama Tequila.

—¿Por qué será? —dijo burlón.

—Ya, ni idea. —Le seguí el juego mientras ocultaba la sonrisa detrás del vaso.

—¿Y qué más?

—Bueno... hace un año comencé a pagar el crédito de mi casa, en la que paso menos tiempo del que debería porque si me buscas, solo me encontrarás en el hospital. Tengo una mejor amiga llamada Mica, que suele invitarme a las citas con su novio y antes me sentía como la sujeta velas pero tal parece que siempre acabo aceptando, aunque sé que no debería.




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