El verano que nos juntó

Capítulo 29 (Final)

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Era oficial. El mes de prenupcial se había acabado finalmente.

Nunca creí que podría soportar un mes entero siguiéndole la corriente a mi hermano y a la curiosa, pero agradable, familia de su prometida. Fueron días cargados de una avalancha de emociones, hubo momentos intrigantes e incómodos, hubo momentos donde temí verdaderamente por mi vida (cuando me subí en aquella moto con Luna, por mencionar uno), hubo momentos donde me reí hasta que el estómago me ardía y aún así no podía dejar de carcajearme.

Hubo momentos que me hicieron querer golpear a alguien. Sobre todo, a James.

Hubo momentos donde creí que me moriría de los nervios y estrés.

Y luego... por encima de todos esos momentos, estaban esos que marcaron un antes y un después de este verano.

El verano que me cambió la vida.

El verano que volvimos a encontrarnos.

El verano que me enseñó que hay más oportunidades a las que aferrarse cuando piensas que has tocado fondo.

Y, siendo sincero, no cambiaría este viaje a Bali por nada en el universo. No cambiaría una sola cosa de las que viví estos últimos días. Mis sentimientos tampoco estaban dispuestos a amainar un poco, incluso sabiendo que el futuro era incierto. Aún sabiendo que nuestros caminos eran diferentes. Aún sabiendo que ella regresaría a Los Ángeles y yo iría a Médicos sin fronteras en África.

Aún sabiendo que nunca podría enamorarme de alguien como me enamoré de ella.

Me ojeé en el espejo mientras la suave melodía de una canción se colaba por las ventanas de mi habitación. La villa estaba que explotaba entre tanto ajetreo. Habían personas que iban de un lado a otro. Que si con las flores. Que si con la comida. Que si tomando fotos desde la primera hora de la mañana antes de la boda. Todo era un caos, pero la felicidad flotaba en el aire.

Me vestí con el típico esmoquín negro y tuve un par de problemas al ponerme la pajarita, así que salí con ella en la mano para que alguien me ayudase.

En la sala de estar, me encontré con un suburbio de mujeres que reían escandalosamente. Alguien pasó por mi lado muy rápido y casi me fui de trompa. Un puñado de mujeres con grandes bolsos y brochas de maquillaje entró en tropel hacia las escaleras, en dirección a la habitación de la novia.

—¡Ey, te ves increíble! —me dijo alguien al oído.

Me giré para observar los brillantes ojos de Charlotte. Ella estaba sonriente y contenta. Se notaba el empeño que había puesto en esta boda, y también se notaba lo mucho que fantaseaba con ser la protagonista de su propia boda.

Ojalá algún día se le cumpliera el sueño. Se lo merecía.

—Gracias. Tú también. Y sospecho que la boda será todo un éxito.

—¡Ni me lo digas! No dormí en toda la noche. Pasé de largo repasando los detalles, la comida, la decoración, llamé cinco veces a los de la banda para asegurarme de que no nos dejarían colgados. ¡Me fumé un porro de los nervios y yo nunca fumo, Frank!

Se me llenó el pecho con una risita. Si se desveló, no se le notaba nada. Su rostro lucía fresco y brillante como la porcelana.

—Tranquila, todo saldrá bien.

—Eso espero, porque me muero si me ponen una mala reseña. —Soltó un pequeño suspiro y me observó con las cejas alzadas—. ¿Has hablado con James?

—¿Debería?

—Va a casarse.

—Lo sé.

—Entonces, búscalo y asegúrate de que no plante a la novia —dictaminó. Me dio un último vistazo y señaló la pajarita que yacía en mi mano—. ¡Y termina de vestirte, por el amor de Dios!

Luego la vi perderse hacia la entrada donde los organizadores se metían en las camionetas que nos llevarían al lugar donde se llevaría a cabo de la boda.

Y estaba tan aturdido observandolos, que apenas pude reaccionar cuando distinguí su despampanante figura asomandose por las escaleras.

Nuestros ojos se encontraron y todo lo demás pasó a un segundo plano.

El corazón se me agitó con vehemencia mientras sus labios dibujaban una resplandeciente sonrisa. De esas que moría por contemplar durante horas bajo esos labios perfectos.

La respiración se me volvió dificultosa mientras la contemplaba bajar a pasos lentos pero firmes por las escaleras. Su largo vestido morado se deslizaba detrás de ella. Me perdí en su rostro y en sus ojos grandes y brillantes, y en sus labios que chispeaban un fulgor inigualable. Me perdí en el escote que revelaba un pequeño lunar y en la forma en la que se acercó a mí, moviendo las caderas con sensualidad y elegancia.

—Te ves... —Me quedé sin aliento.

—¿Cómo una diosa? Divina y regia, claro que sí —bromeó con una sonrisita—. Pero, te cuento un secreto, estos zapatos van a desaparecer tan pronto la novia diga que sí acepta.

Me aclaré la garganta y le sonreí.

—Bueno, al igual que esto. —Apunté la pajarita entre mis dedos—. Ni siquiera he podido ponérmela todavía.

—¿Me permites a mí? —Extendió la palma y la dejé caer en su mano. Ella puso una mueca de concentración que resaltaba sus labios en un puchero—. Vaya, el más inteligente del curso y no sabe ponerse la pajarita. Eso sí que es una novedad. —Dio unos toquecitos a mi cuello y sonrió satisfecha—. Ya está, guapo.

—Claro que sabía —mentí.

—Ajá. —Luna rodó los ojos y se detuvo a escanear el lugar. Una sonrisa pletórica le llenó la cara—. ¿Te he contado lo mucho que me emocionan las bodas?




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