El verdadero macho

Capítulo 1

Valentín —aunque todos lo llamaban simplemente Valia— estaba sentado a la mesa, suspirando con tristeza mientras observaba a su adoración secreta: Carolina.

El vestido rojo corto delineaba cada curva de su figura de ensueño. Su cabello dorado caía en suaves ondas sobre los hombros, los ojos celestes enmarcados con elegantes delineados negros, y los labios —tan deseados por Valia— resplandecían con un labial color cereza. No era una chica, era un sueño.

Ella charlaba animadamente en un rincón con su compañera de trabajo, Marina, una mujer de edad respetable y carácter vivaz.

—¿Por qué esa cara tan larga? —Valia recibió un golpecito amistoso en el hombro; Rostik se sentó a su lado.

—Yo nada, solo… —Valia se sonrojó como si lo hubieran atrapado robando. Las mejillas se le tiñeron de rojo y empujó hacia arriba sus gafas redondas, que se le resbalaban por la nariz.

—Valia, deja ya de babear por Carolina —comentó Kostik desde el otro lado, también colega de la oficina.

A diferencia de Rostik, que parecía haberse tragado medio gimnasio, Kostik se destacaba por su extrema pulcritud. Ropa siempre impecable, uñas recortadas con precisión y el pelo rubio perfectamente peinado. Valia sospechaba que incluso se teñía las cejas, aunque jamás se atrevió a preguntar. Kostik sacudió una pelusa invisible de su chaqueta gris y añadió:

—Ve a invitarla a bailar. Al menos que este evento sirva para algo.

Valia sintió que algo le apretaba la garganta. No una cuerda, no… ¡un cabo grueso de ansiedad! Aflojó el moño de su camisa a cuadros y tragó saliva con dificultad.

—No voy a hacerlo. Me va a rechazar.

—¿Por qué? ¿Cuánto llevan trabajando juntos? ¿Medio año?

—Ciento ochenta y seis días —soltó Valia de un tirón, recibiendo otro codazo de Rostik.

—Esto ya es grave. Anda, invítala. Le dará pena decirte que no. Vamos, no seas niño. ¡Eres un hombre!

Como para reafirmarlo, Rostik alzó el brazo y flexionó su bíceps, que tensó peligrosamente la tela de su camisa blanca. Valia apretó el vaso que tenía en la mano. Sí, era un hombre, y sí, iba a invitar a la mujer que amaba a bailar. Para armarse de valor, se bebió el vaso de un solo trago, lo dejó sobre la mesa y se limpió la boca con la manga.

—¡Así se hace! Yo ni me animaría a beber vodka en ese vaso. ¡Estás listo, ve! —exclamó Kostik, medio en burla, medio en serio.

—Era agua. Yo no tomo alcohol —confesó Valia, bajando la vista.

—Pues mal hecho. Un poco de vodka y tal vez te saldrían agallas.

Ignorando el comentario de Rostik, Valia se levantó de la mesa. Caminaba hacia Carolina como si marchara al cadalso. Sabía que una mujer como ella jamás se fijaría en él. No tenía los músculos de Rostik ni el look de revista de Kostik. Su cabello castaño caía en un flequillo rebelde sobre la frente, sus ojos grises traicionaban su miedo y, aunque bien afeitado, aún se le veían algunos granitos en el rostro.

Carolina se giró, sonrió, y sus ojos se encontraron con los de Valia. A él le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Sin pensarlo, desvió su rumbo y fingió interesarse de golpe en la mesa de postres. De inmediato recordó una frase de su abuela Gala, que siempre le decía:

—¡Reacciona, trapo de piso!

Apretó los puños con rabia. No, no era un trapo. Él era una prenda carísima, de boutique. Se enderezó y buscó a Carolina con la mirada. Seguía en el mismo lugar, conversando animadamente.

Valia se inclinó hacia adelante y, sin querer, rozó con el pantalón una tarta de crema. Una franja blanca quedó marcada como una ofensa en plena entrepierna. Apretó los labios. No podía presentarse así ante Carolina. Tomó unas servilletas de tela y comenzó a limpiarse, pero el desastre solo empeoró: la crema se extendió formando una enorme mancha. En un arrebato, arrojó la servilleta al azar. Esta cayó justo dentro de una fuente de chocolate y fue engullida por el dulce remolino.

Miró alrededor, esperando que nadie lo hubiera visto. Aunque todos parecían distraídos, sentía un par de ojos clavados en él.

Entró en pánico, agarró una caja de flores y la puso frente a su pantalón, esperando ocultar su vergüenza, y salió disparado hacia el baño. Ya dentro, respiró hondo. Tiró las flores al basurero y abrió el grifo. El agua helada le congeló los dedos, pero no se quejó. Bajó el flujo y comenzó a mojar el pantalón con la mano, frotando la mancha con desesperación. Ahora tenía un manchón húmedo justo donde nadie quería tenerlo.

Se acercó al secador automático. Al activarse, Valia intentó colocarse de modo que el aire caliente le secara los pantalones. Se apoyó en el aparato para equilibrarse, justo cuando escuchó el chirrido de la puerta.

Giró la cabeza y allí estaban: Carolina y Marina, paradas en la entrada del baño de mujeres, indecisas ante lo que veían.

Valia deseó evaporarse. Pero en vez de eso, se aferró más fuerte al secador. El aparato se desprendió de la pared y Valia, con todo y secador en brazos, cayó de espaldas al suelo.

Carolina se acercó corriendo y, tapándose la boca, exclamó:

—¿¡Valia!? ¿Qué haces en el baño de mujeres? ¿Estás bien?

El secador ya no zumbaba. Y Valia solo quería desaparecer. En ese preciso instante, Rostik asomó la cabeza con su vozarrón:

—¡Tremendo papelón!

¡Queridos lectores!
Nos alegra muchísimo tenerlos aquí, en las páginas de esta historia.
Prepárense para un sinfín de situaciones cómicas. ¿Logrará Valia convertirse en un verdadero macho y conquistar el corazón de su amada?
Si la historia les gusta, ¡agréguenla a su biblioteca y regálenle una estrellita!

Con cariño,
Lessі Naidenа y Kristina Asetska




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