El verdadero macho

1.1

Unos minutos después, Valia ya estaba en el baño de hombres justificándose ante sus amigos:

—No sé cómo pasó. Manché los pantalones con crema, intenté limpiarlos con agua, y luego quise secarlos... pero la secadora hizo un desastre. Lo peor es que Carolina lo vio todo. Ahora ni siquiera me va a mirar.

—¿Y por qué no? Con los pantalones mojados es difícil no mirarte —dijo Rostik, hasta que la mirada fulminante de Kostik lo obligó a corregirse de inmediato—. Vamos, no te deprimas. Esto se puede arreglar. Tu objetivo hoy es bailar con Carolina. Nosotros te vamos a ayudar. ¡Quítate los pantalones!

—¿Qué? —Valia retrocedió como si acabaran de soltar una jauría de perros rabiosos.

Rostik ya estaba desabrochándose el cinturón:

—Nos los cambiamos. Te pones los míos y vas a invitarla a bailar.

—Pero tú eres más alto. Me van a quedar enormes.

—Pero están secos. ¿Quieres bailar con Carolina o no? —Valia negó con la cabeza, pero Rostik hizo caso omiso, se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos burdeos—. Ya sabes lo que dicen: a pantalón regalado no se le mira la talla. ¡Póntelos!

Valia, dudando, empezó a desabrocharse los suyos y a bajarlos hasta las rodillas. Kostik, al ver su ropa interior, frunció el ceño:

—¿Calzones blancos con florecitas azules? ¿En serio? Creí que ni los abuelos usaban eso ya. ¿Quién te compra la ropa interior?

—Mi mamá —admitió Valia encogiéndose de hombros—. Pero son cómodos, de algodón, y no aprietan.

—Ojalá no termines a solas con Carolina esta noche, porque va a salir corriendo en cuanto vea ese último grito de la moda —Kostik soltó una carcajada tan escandalosa que retumbó en todo el baño.

El corazón sensible de Valia no aguantó más. Empezó a ponerse de nuevo sus pantalones mojados:

—No necesito su ayuda. Puedo arreglármelas solo.

—Valia, no seas así. Kostik solo habló sin pensar —dijo Rostik mientras intentaba arrebatarle los pantalones—. Tus calzones están... están muy originales. ¡Vamos, dámelos!

Valia se aferró a la tela con fuerza y no soltó. Entonces la puerta crujió. Entró el director general de la empresa donde trabajaban, Don Dimas Pompillos. Los observó con mirada sospechosa:

—¿Pero qué demonios…? Me parece que entré justo a tiempo. Ahora conozco un nuevo lado de mis empleados.

Dicho esto, Don Dimas salió del baño con dignidad. Rostik se cubrió la cara con una mano:

—¡Qué papelón! —y de un tirón bajó los pantalones de Valia al suelo—. ¡Si no hubieras peleado tanto, nada de esto habría pasado! ¡Póntelos!

Valia se acomodó las gafas y se puso los pantalones secos de Rostik. Le quedaban grandes. Se los arremangaron por abajo y ajustaron con un cinturón. Kostik dio su veredicto:

—Pues no está mal. Al menos es mejor que esos calzones florales.

Confundido, Valia salió al salón. Vio a Carolina y se dirigió hacia ella. Los pantalones se le bajaban, así que tuvo que sujetárselos. No sabía cómo mirarla después de ese espectáculo. Si fuera por él, ya estaría en un taxi, camino a casa. Pero sus amigos eran tercos. Tenía que demostrarles que era un verdadero hombre y pedirle a Carolina que bailara con él.

Se acercó por detrás y dudó antes de hablar. Su respiración le rozó la espalda, y ella se giró.

Valia contuvo la respiración. Las palabras se le atascaban en la garganta como si le hubieran echado chile en polvo. Ella le sonrió:

—¿Estás bien, Valia? Te ves tenso.

Él asintió con torpeza. Finalmente logró balbucear:

—Yo solo... quería preguntarte si tú... bueno, no sé cómo decirlo... si tú...

Rezaba mentalmente para que ocurriera un milagro. Y sus plegarias fueron escuchadas: el presentador habló por el micrófono.

—¡Queridos invitados, le damos la palabra al director de POMPILLOS CORPORATIVOS: Don Dimas Pompillos!

Aplausos. Valia se secó el sudor de la frente mientras Don Dimas tomaba el micrófono, parado cerca de la mesa de postres, junto a los músicos.

—Es un placer celebrar con ustedes el quinto aniversario de la empresa —empezó su discurso.

Valia no escuchaba nada. Pensaba en cómo encontrar las palabras adecuadas para invitar a Carolina. Entonces el micrófono pasó al subdirector, Kirzakov, quien anunció con entusiasmo:

—Para conmemorar esta fecha, les traemos un pastel personalizado y un ramo de flores.

Bajo aplausos, un camarero entró con el pastel. Un lateral estaba claramente dañado, la crema mal repartida. Y en vez de decir “POMPILLOS”, el pastel mostraba la palabra “POMPIS” con mucho orgullo. Don Dimas frunció el ceño.

—Qué bromistas…

El subdirector se quedó sin palabras. Levantó las manos:

—No... eso no debía pasar. Tal vez fue un error en la entrega. Lo arreglamos enseguida. Un poco de crema por aquí...

Chistó a los camareros:

—¡Traigan las flores! En el ramo está el sobre.

Pero no encontraron ni ramo ni sobre. La tensión aumentaba por segundos. El presentador rescató el micrófono e intentó hacer una broma. La música volvió, la gente empezó a bailar, pero todos cuchicheaban sobre si Kirzakov seguiría con su puesto.

Valia bajó la cabeza. Sabía que el responsable del desastre era él. Rezaba porque nadie se diera cuenta. Carolina lo miraba, curiosa:

—Valia, ¿querías decirme algo?

—No… bueno, sí. Yo… —las palabras se esfumaban hasta los pies. Por suerte, Kostik apareció:

—¿Por qué no bailan? Es una canción romántica. ¡Vamos, bailen!

Para empujarlo a actuar, le dio una palmadita en la espalda. Valia se ajustó las gafas:

—¿Quieres bailar?

—Claro, me encantaría.

La mano de ella se deslizó en la suya, y una chispa le recorrió todo el cuerpo. Le sudaban las palmas, se le erizaba la piel, las piernas se le enredaban en los pasos. Al principio, apoyó la mano en su cuello, pero al ver a las otras parejas, se dio cuenta del error. Bajó la mano torpemente hasta la cintura de ella.

—Valia, me pisaste el pie.




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