El verdadero macho

Capítulo 3

Por fin, todos se acomodaron en sus asientos. Valia pidió sentarse junto a la ventana, para poder girar la cara hacia otro lado. Moría de vergüenza. Si hubiera sabido que era el perro de Carolina, jamás habría dicho semejante cosa.

Los compañeros charlaban, hacían bromas y tarareaban las canciones que salían por los altavoces. Solo Valia estaba completamente fuera de ambiente. Decidió animarse comiendo algo. Sacó una fiambrera y extendió una servilleta sobre las rodillas.

—¿Alguien quiere un huevito? —preguntó con cortesía. Que Carolina viera que también tenía su lado amable.

Silencio total.

—¿Y una croqueta? No seáis tímidos. Mi madre me puso demasiadas.

Sintió el aliento caliente de Rostik en la oreja.

—¿En serio vas a comerte un huevo en el bus? —le susurró con tono ácido.

—¿Crees que mejor lo guardo para el hotel?

—¡Vas a apestar todo el autobús! Guárdalo ya. Las croquetas también… Vaya idea.

—Ah, o sea, ¿oler a perro está bien, pero a croqueta no? —Valia frunció el ceño—. Injusto total.

Curiosamente, fue precisamente la perra la que reaccionó a su oferta. Corrió hacia él con los ojos brillando de hambre, dando saltitos en busca de un trozo de croqueta.

—¡Eh, fuera! ¡La invitación no era para ti! ¡Largo! —Valia subió los pies al asiento, intentando no rozar a aquel bicho peludo. Justo entonces, el autobús pasó por un bache y dio un salto. El chico perdió el equilibrio y cayó a los pies de Kostik.

—¿Qué haces, parkour ahora? Venga, levántate —su amigo lo ayudó, tomándolo del codo.

Adele, al ver que Valia estaba distraído, aprovechó para ir a por todo el recipiente. En pleno vuelo, enganchó la fiambrera con los dientes y la tiró al suelo. Valia soltó una retahíla de indignación. Intentando ahuyentar a la perra, empezó a rescatar su comida. No le importaba que estuviera sucia: por principios, no iba a dejarle ni una migaja.

No tenía dónde meter las croquetas. Desesperado, se las metió en los bolsillos.

—¡Déjame en paz! —gritó cuando Adele intentó meter el hocico también allí—. ¡Qué descarada!

El alboroto atrajo a Carolina de inmediato.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó, mirando alternativamente a Valia y a la perra. Mientras tanto, Adele seguía colgada de los pantalones, con una croqueta hecha papilla entre los dientes.

Valia se rindió. Optando por el mal menor, sacó lo que quedaba de su almuerzo y se lo ofreció a la perra directamente en la palma.

—Es que… la estoy invitando.

—¿Invitando? —Carolina cogió a Adele en brazos y la apretó con tanta fuerza que casi se le salen los ojos—. ¡Adele no puede comer eso! ¡Está con una dieta sin gluten! ¡Estos perros requieren alimentación especial!

—Yo no lo sabía…

—¡"No lo sabía"! ¡Ya te cayó mal desde el principio! ¿Y ahora intentas envenenarla? ¿Por qué, Valia? ¿¡Por qué!?

Sin esperar respuesta, se marchó hacia el conductor. Valia no era precisamente un experto en psicología femenina, pero incluso él entendía que Carolina estaba dolida.

Ni comió, ni impresionó a la chica. Decidió distraerse con un libro. Por aquel entonces, a Valia le gustaba releer Harry Potter. Abrió por la página marcada y se sumergió en el mundo de los magos. Pero, ay, muy pronto empezó a sentir retorcijones en el estómago. Y no tenían nada que ver con el hambre.

—Chicos —se giró por encima del respaldo—. Me siento mal.

—¿Qué te pasa? ¡Estás verde!

—Náuseas. Creo que me mareé… Nunca he viajado tan lejos en bus. Solo en tren.

Kostik entró en pánico.

—¡Respira! ¡Lo que faltaba, que vomites aquí!

Valia tomó aire profundamente, pero eso solo empeoró las cosas. El estómago se le retorcía.

—Mejor no respires —sugirió Rostik.

Valia se tapó la boca con la mano.

—Y yo quería decirte… Uy, ¿qué te ocurre? —Carolina regresaba a su asiento. Se detuvo para darle a Valia una última advertencia sobre su adorada perra, pero se interrumpió al verlo—. ¿Necesitas ayuda?

Valia intentó decir algo coherente, pero en su lugar, soltó su desayuno justo a los pies de la chica. Los botines blancos de Carolina quedaron salpicados de manchas marrones.

Carolina bajó los brazos con resignación:

—Eran unos Gucci auténticos.

—¿Esto es un ¡Qué papelón!? —preguntó Kostik a Rostik, tapándose la nariz y encogiéndose en el asiento para no ser salpicado.

—Totalmente, hermano.

Llegaron al pueblo de Sviatkove, encaramado en las montañas nevadas, a altas horas de la noche. Valia se sentía como un pez fuera del agua. El proceso de instalación fue como en un sueño. Ni la belleza del paisaje ni el ambiente navideño lograron llamarle la atención.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.