La chica se quedó inmóvil y en silencio. Después de unos segundos, como si despertara del shock, negó con la cabeza:
—Si necesita lavar su ropa, contacte con la recepción del hotel. Tienen servicio de lavandería.
Larisa se acercó a otra mesa y Kostik frunció el ceño:
—¿En serio acabas de invitar a una chica a la lavandería?
—Vi que alguien lo hacía así... Y ustedes dijeron que lo importante no era si aceptaba, sino el proceso.
—Bueno, no te voy a contradecir —Rostik se llevó una nuez a la boca—. Eso dijimos. Pero fallaste la misión: no te dio su número. Así que vamos de nuevo. Ella se acerca, y tú le dices: “¿Me podría traer la cuenta y su número de teléfono, por favor? Me encantaría hablar con usted algún día.” Importantísimo que digas “número”. No teléfono. Número. ¿Entendido?
Valia asintió y, para darse coraje, esta vez él mismo alcanzó el vaso. Incluso empezó a gustarle el trago. Masticó un chip y con un gesto llamó a la camarera. La chica se acercó y Valia habló al fin con seguridad:
—Lal… Ralysa, ¿me podría traer el número de su cuenta, por favor? Me encantaría hablar con usted.
La chica se puso las manos en la cintura y frunció el ceño como si se pusiera seria:
—¿Por qué quiere mi número de cuenta? ¿Usted es del banco? Ese crédito lo pagué hace tiempo.
—No se altere, Larisa —Kostik se levantó y le puso una mano en el hombro—. Verá, mi amigo claramente ha bebido de más…
—¿Bebido de más? Si se tomó un vaso —Larisa lo miró con sospecha y entrecerró los ojos.
Valia levantó un dedo como si fuera a decir algo sabio:
—No uno, ¡dos! Me tomé también el de Rostik.
Kostik le lanzó una mirada asesina que hizo que Valia se callara de inmediato. Luego continuó, intentando arreglar la situación:
—Mi amigo se emborracha muy rápido. Pero tal vez podríamos vernos en un ambiente más informal… Por haber soportado todas las locuras de Valia, me veo obligado a compensarle con una cena. ¿Qué dice? ¿Me dejaría su número? La llamaré.
La chica sonrió, y toda la furia que antes chispeaba en sus ojos desapareció como por arte de magia:
—Anotaré mi número en la cuenta.
—Le estaré muy agradecido —Kostik la deslumbró con su sonrisa perfecta, y ella se fue hacia la barra. El hombre volvió a sentarse, chasqueó los dedos con aire triunfal—. Así se hace. ¿Qué fue eso de la cuenta?
—Pero ustedes dijeron que dijera “número” —Valia bajó la mirada, avergonzado, como si los pretzels del plato empezaran a girar en cámara lenta.
Rostik no se aguantó:
—¡Número de teléfono, no número de cuenta! ¡No es lo mismo! Creo que ya fue suficiente experimento por hoy.
Valia asintió y se levantó de la mesa. Con las piernas medio dormidas, se dirigió a su habitación. Le zumbaba la cabeza y aún tenía el sabor amargo en la boca. Caminaba como entre niebla, buscando el número de su puerta. Sus ojos pasaron por los carteles: “208”, “209”... Valia recordaba claramente el 13 y se dirigió a esa puerta. Buscó la tarjeta en el bolsillo. El suelo se le movió bajo los pies, y para no caerse, se agarró del picaporte. La puerta se abrió y él se sorprendió.
Qué raro. Se le había olvidado cerrarla.
Entró tambaleándose. La oscuridad lo envolvió, y solo una tenue luz atravesaba las cortinas, delineando los muebles. No quería encender la luz: le hería los ojos. Se quitó los zapatos y, ya desnudándose, avanzó un poco más. Un calor repentino lo hizo sudar. Se prometió a sí mismo no volver a beber vodka. Su madre tenía razón: agua del diablo.
No recordaba en qué momento se quitó todo. Hasta sus boxers favoritos le picaban. Se metió en la cama y jaló la manta. Se acomodó al centro… y tocó algo tibio.
Un grito femenino agudo lo dejó sordo.
Valia no entendía nada. Se tapó los oídos para no escuchar esa voz chillona, tipo sirena. Al encenderse la luz, vio frente a él a una anciana desconocida, vestida solo con una camisola:
—¡Socorro! ¡Un loco se metió en mi cama! ¡Ha intentado abusar de mí!
Desde el pasillo llegaban gritos. Valia miró hacia la puerta y entre los curiosos reconoció a Karolina. La voz de Rostik lo trajo de vuelta a la realidad como un baldazo de agua fría:
—Esto ya es el colmo.