Valia cruzó el umbral de una tienda de ropa enorme. Las perchas alineadas a ambos lados y los maniquíes vestidos de forma extravagante le producían escalofríos. Pero lo que más miedo le daba eran las dos vendedoras sonrientes que parecían sanguijuelas dispuestas a chuparle hasta el último centavo. Se detuvo en la entrada, incapaz de avanzar. Enseguida recibió un empujoncito por la espalda de Rostik.
—Avanza, ¿qué haces ahí parado?
—¿Y si mejor no...? —Valia se ajustó las gafas con la esperanza de conmover a su amigo. Ir de compras le parecía una tortura medieval, por eso nunca lo hacía: siempre dejaba que su madre le eligiera la ropa.
Sasha resopló divertida:
—¿Cómo que “mejor no”? ¿Vas a seguir andando por la vida como un espantapájaros? Te vistes como si todavía fueras al colegio. ¡Mírate! Jersey rojo con un ridículo moño de lunares asomando por el cuello, pantalones gigantes y zapatos tan gastados que parecen reliquias. ¿No me digas que se los robaste a tu abuelo? ¿Y así piensas conquistar a alguna chica? Me daría vergüenza que me vieran contigo.
Valia apretó los labios en una línea fina. Las palabras eran ofensivas, sí, pero al mirar a Kostik, que siempre iba a la moda, entendió que Sasha tenía razón. La chica lo arrastró dentro casi a la fuerza. Rebuscaba entre las perchas, a veces poniéndole alguna prenda delante:
—Esto no te va... Esto sí puede que funcione —Valia frunció el ceño al ver una camiseta negra con una moto estampada. Sasha lo notó enseguida y arqueó las cejas:
—¿Qué pasa? ¿No confías en mi gusto?
Valia la miró, deteniéndose un segundo en su sien rapada, y asintió con resignación. Los ojos castaños de Sasha se abrieron de par en par, llenos de chispas. Él se maldijo por dentro. Le tenía miedo a esa chica. Si era como su hermano, probablemente también solucionaba las cosas a golpes. Y con esa fuerza, seguro que podía dejarlo en KO en el primer round. Valia se tocó el moño, que de repente le apretaba el cuello como una soga:
—Confío, claro que sí...
Sasha suspiró profundamente:
—Hagamos esto. Tú eliges ropa por tu cuenta, yo la mía. Nos vemos en los probadores y comparamos a ver quién te viste mejor.
Valia asintió aliviado y se fue directo a la sección de "REBAJAS". Le daba igual dónde mirar, mientras fuera lejos de Sasha. Revisó unos pantalones y eligió unos de pana azul brillante con pierna ancha, como los que solía comprarle su madre. Completó el conjunto con un jersey verde de renos y gorro navideño rojo con pompón.
Al mirar una estantería con moños, se le iluminó la cara. Valia tenía debilidad por los moños bonitos: se los ponía con camisa o incluso sobre el jersey, sin importar la estación. Y allí estaba, el moño perfecto. Violeta, llamativo, con la cara de Bart Simpson en el centro. ¡Una joya! Lo tomó sin pensarlo dos veces y fue rumbo al probador, donde ya lo esperaba Sasha. Al ver lo que traía, ella frunció la nariz con horror:
—¿Qué es esto, una postal desde los años ochenta? ¿Seguro que lo sacaste de esta tienda y no de una cápsula del tiempo?
—Los pantalones están bien... —Valia bajó la cabeza sin entender cuál era el problema. Sasha le arrebató el jersey de las manos:
—¿Y esta aberración neón también te parece “bien”? —Como no obtuvo respuesta, le quitó también los pantalones—. No, no, ni se te ocurra probarte esto. Ven, yo ya te elegí cosas de verdad. Con esto vas a parecer un hombre hecho y derecho.
Valia apretó el moño en el puño. Temía que ella se lo quitara también. Aprovechando que no lo había visto, lo escondió en el bolsillo. Kostik apareció con una camisa gris lisa:
—Toma, pruébate esto. A ver qué tal te queda.
Valia se metió en el probador, escapando de todas las miradas. Se quitó el jersey y su adorado moño. Por más que lo pensaba, no entendía qué tenía de malo. El moño le daba un aire distinguido. Con solo verlo, uno sabía que estaba frente a un hombre serio. Mantuvo la camiseta de cuello alto por miedo a resfriarse. Se puso el suéter oscuro sin dibujos y se miró al espejo. Muy apagado.
Resoplando, se bajó los pantalones y trató de ponerse unos skinny de cuero... sin quitarse los calzoncillos largos de lana. Metió una pierna y subió la pernera hasta la rodilla. Para meter la otra, tuvo que adoptar la postura de una grulla. Los pantalones no cedían. Se habían quedado atorados a medio muslo. Valia hizo un último esfuerzo, como un atleta en los últimos metros de la carrera, y dio un salto, estirando la tela. Se enredó en una de las perneras que había quedado en el suelo y cayó estrepitosamente. Otra vez.
—¿Y? ¿Cómo vas ahí dentro?
Sin esperar respuesta, Rostik abrió la cortina de golpe, revelando a Valia tirado sobre la alfombra, tratando de enfundarse en los pantalones. Al notar las miradas sorprendidas, se levantó de un brinco. Kostik frunció el ceño con asco:
—¿Calzoncillos de lana? ¿En serio? ¿Intentás ponerte pantalones de cuero sobre calzoncillos de lana?
—¿Y qué tiene? Es invierno, hace frío... —murmuró Valia, cabizbajo.
Sasha entrecerró los ojos:
—Uy, esto está peor de lo que pensaba.
—No te apures a sacar conclusiones. Aún no viste sus calzones blancos con florecitas azules... —Rostik le dio un codazo a Kostik, que enseguida se corrigió:
—O sea... Valia tiene un estilo muy... peculiar.
—No importa, eso se arregla —Sasha colgó una chaqueta de mezclilla con una calavera bordada en la espalda—. Quítate esos calzones largos y ponte estos pantalones directamente. No muerden.
—¿Estás segura de que son de mi talla? Se ven chicos... —Valia no quería probárselos. Eran lisos, brillantes, suaves... como piel de serpiente. Solo mirarlos le daba escalofríos.
—Seguro, Valia. Ahora se usan así. ¿Para qué querés campanas en los tobillos? ¿Para barrer la calle mientras caminas? En ese caso, te vamos a tener que pagar medio sueldo de barrendero. —Sasha cerró la cortina y Valia suspiró aliviado.