El verdadero macho

6.1

Con algo de esfuerzo, logró meterse en esos skinny jeans.
Se le pegaron a las piernas como una segunda piel. Valia tenía miedo hasta de agacharse: sospechaba que los pantalones reventarían por las costuras. Cada movimiento emitía un crujido incómodo que los delataba.

Con cierta aprensión, estiró la mano hacia el chaleco con la calavera. Parecía que los agujeros oscuros donde iban los ojos lo observaban fijamente. Eran amplios, redondos, como queriendo atraerlo a una trampa de oscuridad. Sacudió la cabeza para ahuyentar los pensamientos raros, se puso el chaleco y corrió la cortina del probador, mostrándose ante sus amigos en todo su esplendor. El silencio cayó en la sala, roto solo por la voz de la dependienta:

—¡Genial! ¡Te queda estupendo!

—¿En serio? —Kostik frunció el ceño de tal forma que dejó clarísimo que no, no le quedaba bien—. Definitivamente no es su estilo. Y con esas gafas redondas… eso hay que solucionarlo.

Valia se acomodó las gafas sin entender qué demonios tenían de malo. Salió del probador. Los pantalones marcaron cada uno de sus pasos con sonoros chirridos. Sasha soltó una carcajada:

—Definitivamente no. Ni la ropa de hombre de verdad te queda bien. Probemos con otra cosa. ¡Desvístete!

Valia suspiró aliviado. No quería seguir crujiendo por todo el complejo turístico. Se escondió tras la cortina y empezó a desabrocharse. Los pantalones se le habían pegado a la piel sudada y quitárselos resultó más difícil de lo que había imaginado. Centímetro a centímetro, los iba despegando como si le arrancaran la piel. Le picaban las piernas y sentía un leve ardor. Rostik lo escuchó forcejeando:

—¿Valia, te falta mucho?

—Pues... tengo un problema.

—¿Qué problema? —preguntó Rostik mientras abría sin permiso la cortina, dejando a Valia totalmente expuesto. El pobre intentó taparse los calzoncillos con las manos, pero Sasha ya lo había visto todo, a juzgar por su sonrisa:

—Voy a buscarte unos bóxers.

La chica desapareció entre los estantes y Valia estalló:

—¿Pero qué haces? ¿Y si hubiera estado completamente desnudo?

—Tampoco es que estés muy vestido —respondió Kostik, y al notar la mirada asesina de Rostik, se corrigió rápidamente—. O sea... no habría sorprendido a nadie, es un probador. ¿Qué te pasa?

—¡No puedo quitarme los pantalones! ¡Se me pegaron!

—¿Se te pegaron? ¿Qué hiciste, les pusiste pegamento? —Kostik no le creyó, tiró de los pantalones pero apenas logró bajarlos unos centímetros. Rostik intervino:

—Déjame, esto necesita fuerza.

Se agachó frente a Valia, agarró los pantalones con firmeza y tiró con todas sus fuerzas. Para su sorpresa, junto con los pantalones se bajaron también los calzoncillos con estampado de Pokémon. No se había dado cuenta de que los había enganchado también.

Justo en ese instante, Sasha apareció frente al probador, con unos bóxers grises en la mano. Se quedó paralizada mirando... justo donde no debía. Ni siquiera intentó apartar la vista.

Valia se cubrió y se subió los calzoncillos de inmediato. Sus mejillas ardían como fuego. La voz de Rostik tronó como una campana:

—¡Qué papelón!

—No te preocupes, no había mucho que ver —intentó calmarlo Kostik, aunque solo empeoró las cosas. Al recibir una patada en la espinilla de parte de Rostik, se corrigió—. O sea, nadie vio nada. Fue cosa de un segundo. Ni tiempo de fijarse. Y además Sasha seguro ve mal.

Valia sentía el sudor empapándole la frente. Tenía las mejillas ardiendo y quería desaparecer de la faz de la Tierra. La única que parecía tranquila era Sasha. Se acercó con seguridad, le tendió los bóxers y dijo:

—Veo perfectamente, y no te preocupes. No vi nada que no haya visto antes. Pruébate estos, creo que te quedarán mejor. Los hombres no se avergüenzan de su cuerpo. Además, tendrás que mostrárselo a Karolina tarde o temprano.

Solo pensar en eso hizo que Valia se pusiera como un tomate. Con manos torpes, tomó los bóxers y suplicó al cielo que aquel día terminara de una vez. Ni siquiera miró la ropa que Sasha había elegido. Solo quería volver al hotel, encerrarse en su cuarto, meterse en la bañera y lavar toda aquella vergüenza.

Suspiró aliviado al volver a ponerse su propia ropa. Pagó rápidamente en la caja y se dirigió a la salida. Las paredes de la tienda lo asfixiaban. Sentía que el aire le faltaba. Pero cuando ya estaba a punto de alcanzar la tan ansiada libertad, la alarma sonó.

Un chillido agudo sacudió el local y un guardia se le acercó con expresión amenazante:

—¿Vas a enseñarnos qué te robaste o prefieres que te registremos?

El tono severo del guardia hizo que el corazón de Valia se pusiera a golpearle el pecho como un martillo. Agitó las manos, nervioso:

—¡Yo no… no he robado nada!

—Tranquilo, Valia —Sasha se puso a su lado con una sonrisa encantadora—. Seguro es un error. Tal vez en la caja no pasaron todo. Vamos a revisar.

El guardia, ya curtido en mil batallas, negó con la cabeza:

—Dejen las bolsas y pasen de nuevo.

—Te las agarro yo —dijo Rostik, tomando los paquetes. Valia volvió a pasar. Estaba seguro de que esta vez no sonaría nada. Pero la alarma chilló otra vez, más fuerte aún. El guardia apretó la porra en su mano y frunció el ceño:

—Vacía los bolsillos.

—Pero... no llevo nada —la voz de Valia temblaba, claramente angustiado. Obedeció sin discutir. De su chaqueta sacó un chicle, una semilla de girasol y un boleto arrugado del bus.

—Desvístete.

—¿Otra vez? —Valia se acomodó las gafas, guardó sus “tesoros” en el bolsillo y suspiró resignado. Le entregó la chaqueta a Kostik, sacó el móvil y las llaves de los pantalones—. ¿Lo ve? No llevo nada.

—¿Y ese bolsillo? Se nota que hay algo —el guardia señaló el izquierdo. Valia se encogió de hombros y metió la mano. Sintió un sudor frío recorrerle el cuerpo en cuanto recordó lo que había ahí. Se le había olvidado. Quería darse una palmada en la frente, pero la mirada severa del guardia lo mantenía inmóvil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.