El verdadero macho

7.1

Valya se miró en el espejo. Le faltaba la mitad de la ceja derecha. Justo en el centro, un espacio rapado parecía un sendero pisoteado en medio de un frondoso bosque.

—¿Y esto qué es? ¿Cómo voy a salir a la calle ahora?

—No entres en pánico, Valya, todo va a estar bien. Estamos en invierno, llevarás gorro todo el tiempo, nadie lo va a notar. Bueno, en realidad, intentar no ver esa calva es como ignorar un meteorito del tamaño del que extinguió a los dinosaurios. Solo que en tu caso, extinguió una ceja —dijo Kostik, ganándose un codazo de Rostyk—. O sea, apenas se nota… más o menos.

—¿Y si le rapamos la otra también? —propuso Rostyk, deslizándose el dedo por el cuello en un gesto dramático—. Así queda simétrico.

Valya hizo una mueca. Solo de pensar en que ese monstruo con dientes —la máquina de cortar pelo— volviera a tocarlo, se le erizaba la piel. La próxima vez, seguro le cortaban la cabeza. Sasha, con los brazos cruzados sobre el abdomen, chistó con fastidio:

—No digas tonterías. Nadie va a hacer eso.

—Pero podríamos dejarle el flequillo —dijo Rostyk con una idea más razonable—. Por lo menos tapa un poco la ceja.

A Valya le encantó esa idea. Se miró al espejo y volvió a admirar su largo flequillo. Había que reconocerlo: la tía Halia siempre acertaba con la medida. Ni le tapaba los ojos ni dejaba la frente descubierta. Y además, ¡tapaba la ceja! O sea que la tía Halia ganaba: dos a uno a favor de su tijera temblorosa.

La peluquera, Diana, se pasó los dedos por las largas rastas con un aire tenso:

—Podría recomendarte un tatuaje de cejas. Tenemos una experta buenísima.

—¿Igual de experta que usted? ¿Dónde está el libro de reclamaciones? —Kostik frunció el ceño, esta vez completamente serio, y empezó a mirar a su alrededor como si de verdad lo buscara. Sasha negó con la cabeza.

—Las cicatrices le dan carácter a un hombre. Podríamos hacerle una cortadita y decir que Valya se peleó defendiendo a una dama de un ladrón. En un par de semanas, nadie notará nada.

—¿Valya? ¿Defendiendo a alguien? —Kostik soltó una carcajada cristalina. Sasha arrugó la frente:

—Vale, uno solo. Un ladrón flacucho. Al menos una vez en la vida que parezca un héroe delante de Karolina.

—¿Y con qué lo cortamos? —los ojos de Rostyk brillaron con entusiasmo. Valya lo miró horrorizado. Para él, ya no era su amigo: era un carnicero sin alma que no veía la hora de despacharlo. El chico encogió el cuello como una tortuga y se llevó la mano a la ceja que todavía seguía intacta.

Sasha le lanzó una mirada asesina a su hermano:

—¡Nadie va a cortar a nadie! Ve a la farmacia, compra unas tiritas. Le tapamos esta “no-herida de guerra” y a Karolina le contamos que hubo sangre, mucha sangre.

Valya se irguió. Miró a Sasha como a una salvadora y creyó —iluso de él— que ya no lo torturarían más. Pero su esperanza se desmoronó en segundos, cuando vio que Diana volvía a tomar la máquina.

Saltó del sillón como si lo hubieran picado:

—¿Y por qué vuelve a agarrar eso? No pienso dejar que me toque de nuevo con esa cosa.

—Tranquilo, esto no volverá a pasar —dijo Diana con voz serena, aunque a Valya no le tranquilizaba ni medio. Por suerte, Kostik intervino:

—La verdad, creo que será mejor si lo atiende otra persona. Si no, le da un infarto acá mismo.

—Está bien, voy a llamar a alguien más —respondió Diana, visiblemente ofendida, y desapareció hacia el fondo del salón.

Valya aprovechó su ausencia para reunir todo su valor y dirigirse a Sasha:

—¿Y si no me corto el pelo? Tengo un peinado bastante decente…

—Dices eso porque no has visto lo que es un corte decente en tu vida. Hasta los chicos lo tienen mejor que tú.

Valya miró de reojo el cabello rubio peinado hacia atrás de Kostik y el corte moderno y prolijo de Rostyk. Frunció los labios. Según él, su peinado no estaba tan mal. Pero entonces reapareció Diana… y no venía sola.

A su lado caminaba un hombre con la cabeza completamente rapada y un escorpión tatuado en el cuello.

—Les presento a Artur. Él va a cortarte el pelo.




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