El verdadero macho

Capítulo 8

Justo cuando Valia pensaba que la tortura había terminado, Sasha se detuvo. ¡Y eso que la salida estaba tan cerca! Solo unos pasos más y habría alcanzado la tan anhelada libertad…

—¿Y ahora qué? —preguntó con la voz entrecortada, tratando de contener una lágrima inesperada. Una lágrima digna, por supuesto, de hombre herido en su orgullo.

Sasha lo volvió a examinar con la mirada. Un escaneo completo, como si fuera una radiografía.

—Con un corte de pelo no basta. Aquí hace falta algo más radical.

—¡Si estás pensando en cirugía plástica, no cuentes conmigo! —retrocedió alarmado.

Sasha señaló una óptica cercana.

—Es hora de decirle adiós a esas gafas tan… poco favorecedoras.

Aquello fue como una sentencia de muerte. Valia se agarró con fuerza las gafas. ¡Eso sí que no! Primero fueron los pantalones, luego el flequillo, la gorra… ¿y ahora también sus gafas favoritas? Aquello solo podía pasar en una pesadilla.

—¡No! ¡Tengo miopía! Sin gafas no veo nada.

Rostik soltó un suspiro resignado.

—Ojalá Karolina tuviera "micropía". Así tal vez no notaría el desastre de pretendiente que tiene delante.

Valia cruzó los brazos, frunció el ceño con tanto énfasis que las gafas volvieron a caerle hasta la punta de la nariz.

—¡Se dice miopía! Es un defecto visual que...

—…que hace que todos a tu alrededor pierdan la paciencia contigo, —completó Sasha sin dejarlo terminar—. Ya entendimos que ves mal. Pero, dime una cosa: ¿por qué llevas unas gafas tan espantosas? Y por favor, no me digas que tu mamá te las escogió, ¡por el amor de Dios!

—¿Mi mamá? —Valia bajó la vista, concentrándose en sus zapatillas nuevas—. Las compré yo. Son como las de Harry Potter. Incluso tienen —se quitó las gafas y se las mostró— un pequeño símbolo del snitch. ¿A que están geniales?

Rostik y Kostik fruncieron el gesto.

—Tal vez para una fiesta de disfraces, colega. Pero no para el día a día.

Sasha, sin pedir permiso, guardó las gafas en su bolsillo. Valia se quedó paralizado. Fue como si le arrancaran un pedazo de su alma.

—Escúchame, mago sin varita. Vamos a entrar a esa óptica y te vamos a buscar lentes de contacto.

—Pero... mi mamá siempre decía que…

—Me da igual lo que decía tu mamá. ¡Ya eres un chico grande!

Y sí, en teoría Valia era mayor. Pero en ese momento se sintió como un niño pequeño y desprotegido. ¿Por qué no podía aparecer su mamá justo ahora, entrar al centro comercial, regañar a sus "amigos", ponerlos en su sitio y devolverle sus queridas gafas? ¡Qué duro era estar tan lejos de casa!

—Confía en mí —dijo Sasha con un tono más suave—. Todo irá bien. Solo vamos a probar.

—Bueno… está bien —cedió él, sabiendo que no podría ganar esa batalla.

Lo llevaron casi a rastras hasta el gabinete del oftalmólogo. Sasha explicó brevemente lo que buscaban y luego se sentó cerca de la salida, vigilando que no se escapara.

El médico, con una sonrisa apenas contenida, examinó las gafas.

—Te recomendaría probar con lentes de contacto blandos de hidrogel —le dijo, colocando un catálogo frente a Valia—. Son un poco más caros, pero de excelente calidad. ¿Quieres probar?

Valia se puso pálido. Tardó un buen rato en contestar, hasta que finalmente murmuró:

—Lo que pasa es que… me da miedo tocarme… ahí…

El trío que lo acompañaba casi se atraganta de la risa.

—Valia, esto es un oftalmólogo —aclaró Kostik—. Para ese tipo de miedo tendrías que ir a otro especialista.

—¡No! ¡No es eso! Me han malinterpretado. Yo… yo tengo miedo de tocarme… el ojo.

—Eso es cuestión de práctica —lo tranquilizó el médico, contagiado también por la risa—. Primero desinfecta bien tus manos. Yo te guiaré.

Valia empezó a temblar. A pesar de sus conocimientos en biología y anatomía, había imaginado mil tragedias: que la lentilla se doblara, se desplazara, o peor… que lo dejara ciego. Aquello era, sin duda, un cuerpo extraño dentro del ojo. Pero por Karolina… ¡lo valía!

—¡Tú puedes! —lo animaban desde atrás Rostik y Kostik—. ¡Sé valiente!

—¡Soy valiente! —repitió Valia, abriendo el estuche de las lentillas. Y para que el oftalmólogo no dudara de su hombría, añadió—: Estas… estas lentillas, ¿son de hombre, verdad?

—Bueno, no tienen género en realidad… —empezó el doctor, pero luego sonrió—. Claro que sí, son para hombres. ¿Listo para probar?

—¡Listo!




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