El verdadero macho

8.1

Valia se armó de valor. Si ya había sobrevivido al cambio de ropa y al corte de pelo, también saldría adelante con esto. Tomó la lentilla con unas pinzas y casi la dejó caer al suelo. La acercó al rostro con una expresión de auténtico pánico. Era como si fuera a introducirse en el ojo una cría de medusa.

—¡Valia, me va a salir una cana esperando! —se quejó Sasha con exageración—. ¡Hazlo de una vez! O te la pongo yo misma.

—¡No! ¡Yo puedo! —dijo apresuradamente, temiendo que Sasha, sin mucha delicadeza, lo hiciera por él. Al fin y al cabo, ella no se andaba con rodeos. Así que, cerrando los ojos (figuradamente), Valia logró colocarse la primera lentilla—. ¡Lo conseguí!

El mundo se volvió más nítido al instante. Animado por el éxito, se puso también la segunda. La sensación era como si tuviera arena en los ojos, pero ¡qué práctico resultaba!

—¡Te queda muy bien! —comentó Sasha, acercándose para mirarlo mejor—. Cuando no llevas esas gafas horribles y no estás bizqueando como un topo al sol… pues pareces bastante… decente.

Ese "decente", dicho por ella, sonó a "dios griego del encanto y la elegancia".

—¿De verdad me queda bien? ¿Y no se notan los capilares rotos?

—Esos ya los traías de la peluquería, cuando casi te desmayas por culpa de la maquinilla —rió Rostik.

—En serio, pareces otra persona —asintió Kostik—. ¡Nos lo llevamos puesto!

Valia salió de la óptica con el ánimo por las nubes. No podía evitar mirarse en cada espejo del centro comercial. Se observaba con incredulidad. El cambio era real. Todavía se estaba acostumbrando al peinado, los ojos le lloraban un poco… pero, en general, estaba encantado con su nueva imagen.

—Ahora sí puedes salir al mundo sin dar pena —declaró Sasha con una sonrisa de aprobación—. Llama a Karolina e invítala a salir.

—Yo… —Valia perdió toda la seguridad que había ganado—. Pero… ¿qué voy a hacer con ella? ¿Qué le digo?

—Ya se me ocurrirá algo —le guiñó el ojo—. Tú solo invítala. Lo demás, lo resolvemos después.

Valia se apartó unos pasos, sacó el móvil, respiró hondo. Le temblaban las rodillas, le sudaban las manos y la boca estaba más seca que el desierto. Pero rendirse no era una opción. Después de todo lo que había pasado, no ahora.

Buscó el número de Karolina, pulsó el botón de llamada… y colgó en cuanto se dio cuenta del peso de lo que estaba a punto de hacer. No estaba listo. Dio media vuelta para regresar con sus amigos, pero justo en ese momento Karolina lo llamó de vuelta.

¡Había visto la llamada perdida! Ya no había escapatoria. Mejor intentarlo y que ella lo rechazara, que quedar como un cobarde que la evitaba. Reunió lo poco que le quedaba de valentía:

—¡¡Hola!! —gritó, como si tuviera que imponerse a sí mismo. —¡Esta noche, cena!

—¿Perdón? —Karolina parecía confundida. No entendía por qué le gritaban.

—¿Tienes planes para cenar hoy?

—Pensaba que sí…

—¡Vas a cenar conmigo! —dijo Valia con toda la determinación de la que fue capaz. Por dentro temblaba, pero por fuera… sonaba casi como un hombre hecho y derecho. Incluso con un poco de rudeza—. A las siete. En un restaurante.

—¿Me estás invitando? ¿O es que quieres disculparte por comportarte como un idiota?

—Eso mismo. ¿Vas a venir?

—Bueno… está bien.

—¡Perfecto!

Colgó y se quedó quieto. El corazón le latía con tanta fuerza que le zumbaban los oídos.

—¡Lo hice!




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