Para cuando llegaron al hotel, Valia ya se había montado tal drama en la cabeza, que apenas podía mantenerse en pie. En ese momento, no le habría venido mal una infusión calmante… Su madre preparaba un té maravilloso con tilo y manzanilla. Pero ella estaba lejos, y la cita cada vez más cerca.
Sabía que tenía que calmar los nervios. De lo contrario, ni siquiera lograría acertar con el tenedor en la boca, y mucho menos causar una buena impresión en su primera cita. ¡Porque realmente no quería que fuera la última! ¿Y si todo salía bien? Esa posibilidad también existía. ¿Y si ella quería que continuaran viéndose? Podrían dar un paseo… No, hacía frío y ya estaba oscureciendo. ¡Mejor ver una película! Empezaba a relajarse cuando una idea aún más atrevida se coló en su mente. ¿Y si la cosa iba más allá del cine? La pasión existe, al fin y al cabo. Valia confiaba en que sabría controlarse, pero ¿podría Karolina resistirse a su nuevo yo?
Solo de imaginarlo le entró calor. Soñar con Karolina en su cama era una cosa, tenerla delante de verdad… otra muy distinta. ¡Hasta su abuela salió corriendo la última vez que lo vio desnudo! Y Karolina… bueno, sus exnovios parecían salidos de una pasarela de dioses griegos.
Decidido a mejorar la situación al máximo, tomó una decisión de última hora:
—Chicos —dijo, dirigiéndose a Rostik—, ¿aún tengo tiempo de ir al gimnasio?
Rostik se atragantó de la sorpresa.
—¿Hablas en serio? ¿Tú? ¿Al gimnasio?
—¡Sí! Quiero… ya sabes, marcar músculo. En ciertas… zonas.
—En esas zonas, el músculo no se marca con pesas precisamente —soltó Kostik entre carcajadas.
Valia se sonrojó hasta las orejas y solo logró farfullar:
—Anda ya… tú qué sabrás.
Sasha se mostró escéptica ante sus nuevas ambiciones.
—En una tarde no vas a cambiar tu cuerpo. Además, tenemos que buscarte ropa para la cita, y…
—Tú encárgate del vestuario, que nosotros lo llevamos a la sala de tortura —intervino Rostik, dándole una palmada en el hombro que casi lo dobló en dos—. Vamos, Valia, te enseñaré lo básico. ¿Vienes, Kostik?
—No, tengo cita para un masaje.
—Entonces nos vemos en la habitación de Valia en un par de horas.
Se separaron. Y en cuanto Sasha desapareció de su vista, Valia sintió un gran alivio.
—Es intensa, pero buena chica —comentó Rostik, como si leyera sus pensamientos—. Me alegra que os llevéis bien.
—Sí… sí, claro —rió Valia, con nerviosismo.
El gimnasio del hotel era pequeño: unos pocos aparatos, pesas y esterillas. Valia se sintió como Alicia en el país de las maravillas: desubicado. ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Vio a dos chicos más o menos del tamaño de Rostik. Uno hacía press de banca mientras el otro lo asistía.
—Quiero hacer eso —le señaló a Rostik.
—¿Estás seguro? Tal vez deberías empezar con la barra sin peso.
Valia se ofendió un poco. ¿Lo consideraba débil? Lleno de adrenalina, quiso demostrar su fuerza: levantó la mancuerna más grande que encontró hasta la altura del ombligo.
—¿Ves? —jadeó, con los ojos casi saliéndose de las órbitas—. ¡Podría con más, si hubiera otra más pesada!
—Tienes que calentar primero. Empezar con algo más suave…
—¡No tengo tiempo para eso! —replicó mientras se subía a una máquina—. Voy a entrenar en serio. ¿Qué se hace aquí? ¿Se tensan los brazos?
—Ese es un elíptico, es para las piernas.
—Ah… —Valia se llevó la mano a la cara, como si se secara el sudor, aunque solo era una excusa para disimular el gesto automático de ajustarse unas gafas que ya no llevaba—. Las piernas ya las tengo bien.
—Como las de una langosta.
—¿Qué?
—Nada. Mira, mejor usa esa mancuerna rosa y sigue mis movimientos.
Valia ignoró por completo el consejo y agarró una igual de grande que la de Rostik. La levantó una vez, dos… a la tercera sintió algo raro. Como si sus músculos fueran a estallar. ¡Seguro que estaban creciendo! Siguió con más ímpetu.
—¿Quieres hacer una pausa? —preguntó Rostik con voz preocupada—. Estás empapado.
—Es testosterona… y un poco de esfuerzo.
—Y lágrimas —añadió su amigo con resignación.
Cuando los brazos ya no respondían, Valia decidió pasar al abdomen:
—Ahora, abdominales.
Rostik le enseñó una rutina básica, pero a Valia le pareció demasiado fácil. ¿Y así había conseguido ese cuerpo? ¡Seguro que tomaba esteroides! Convencido de que conocía su cuerpo mejor que nadie, improvisó su propia rutina.
De vez en cuando, notaba las miradas de otros hombres. Incluso alguien parecía estar grabándolo con el móvil.
—Se están riendo de ti —susurró Rostik—. Por favor, deja en paz ese banco. Pareces una foca agonizando.
—Lo que pasa es que admiran mi dedicación —replicó Valia con firmeza, convencido de que lo estaban observando por respeto, no por burla.
Su cuerpo ardía. Los brazos no se levantaban y el abdomen parecía enredado como si alguien lo hubiese exprimido con una cuchara. Esto de volverse atleta no era nada fácil, sobre todo si de adolescente ni había ido a clases de educación física.
—¡Basta ya! —ordenó Rostik al ver que Valia apenas respiraba—. Te reconozco el mérito. Ahora guarda fuerzas para la cita.
Valia no podía estar más de acuerdo.
—Cierto… también necesito tiempo para ducharme. Si no tuviera prisa, seguiría aquí toda la noche…
—No lo dudo —rió Rostik—. Vámonos, Arnold. Hora de prepararse para el baile.
Por primera vez en todo el día, Valia se sentía orgulloso de sí mismo. Estaba ansioso por llegar al baño del hotel, mirarse al espejo y admirar los primeros resultados. No esperaba ver montañas de músculo, pero… algún relieve debía haberse formado. ¿No?