El verdadero macho

Capítulo 10

Al chico prácticamente lo empujaron fuera de la habitación y cerraron la puerta tras él, cortándole toda posibilidad de escape. Valia caminaba con pasos pesados, y con cada segundo la gravedad parecía intensificarse. Le dolían los músculos por el gimnasio y pensó que esas dos últimas series con las mancuernas habían estado de más. Además, sentía la garganta seca y las palmas de las manos sudorosas. Entró en el restaurante del hotel y se sentó en una mesa libre. Carolina aún no había llegado, así que tenía un poco de tiempo para aclimatarse.

Casi de inmediato, un camarero se acercó y dejó el menú sobre la mesa:

—Buenas noches. Me llamo Maxim y hoy estaré a su servicio. ¿Está listo para pedir o necesita un momento?

—Yo, eh… estoy esperando a una chica. ¿Podría traerme un vaso de agua, por favor?

El camarero se alejó y Valia suspiró con alivio. No lograba imaginar cómo iba a hablar con Carolina si hasta conversar con el camarero le resultaba una tortura. Siempre le había costado comunicarse, y más aún con desconocidos. Por eso, de niño, cuando le preguntaban algo, siempre respondía su madre. Maxim regresó pronto y colocó el vaso de agua sobre la mesa.

Justo en ese instante, Carolina entró al salón. Llevaba un vestido largo de punto, color rosa empolvado, que no ocultaba en absoluto las curvas tentadoras de su figura. Los mechones rubios, en suaves rizos, caían sobre sus hombros, y sus labios brillaban con un labial rojo. Valia se frotó los ojos con los dedos, aún irritados por las lentillas. La chica echó un vistazo al salón, deteniéndose apenas un segundo en el rostro de Valia. Frunció los labios con desdén y continuó su camino hacia el fondo del restaurante, pasando por su lado con paso firme y seguro.

Valia se sobresaltó y se levantó de golpe, golpeando sin querer el vaso, que se volcó. El agua manchó su chaqueta nueva y se deslizó lentamente hasta el suelo. No le prestó atención a la incomodidad; lo único importante era detener a su amada:

—¡Carolina, estoy aquí! —su voz se convirtió en un grito más fuerte de lo que hubiese querido. Para asegurarse, agitó la mano. La chica se detuvo y alzó las cejas sorprendida:

—¿Valia? Has cambiado… No te reconocí al principio.

—Sí, compré ropa nueva.

—¿Y qué te pasó en la ceja?

A pesar de la humedad incómoda del saco, Valia se llevó la mano al apósito que cubría su ceja.

—Pues… me peleé.

—¿Peleaste tú? —por primera vez en su carrera de presentadora, a Carolina se le agotaron las palabras. Valia le sonrió tímidamente:

—Unos maleantes intentaron robarle el bolso a una dama. Yo los espanté —recordando las instrucciones de Sasha, corrigió de inmediato—. O sea, un maleante. Sí, uno solo. Y una mujer.

—Ay, por Dios, ¿te hizo mucho daño? —Carolina lo tocó con compasión en el hombro, y él sintió como si lo atravesara un rayo. A pesar de la barrera del saco, el jersey y la camiseta, quedó paralizado, sin poder articular palabra. Carolina lo obligó casi a sentarse y se acomodó frente a él:—No te preocupes, hiciste lo correcto. Intentaste defender a esa señora. ¿Al menos te dio las gracias o se puso triste por el bolso robado? Claro, desde el inicio la pelea fue injusta. Tú solo, contra un maleante y una mujer. ¿A plena luz del día? Claro, porque de noche no sales. Seguro que hasta te rompieron las gafas.

Carolina hablaba como en la televisión, lanzando preguntas y respondiéndolas ella misma. Valia sonrió para sus adentros; había temido un incómodo silencio en vano. Pero en cuanto comprendió la magnitud del desastre, su mirada empezó a vagar por el salón. Ahora Carolina debía pensar que no protegió a la mujer, sino que dejó que le robaran el bolso. Quiso replicar, pero justo en ese momento el camarero se acercó para limpiar el agua derramada:

—¿Ya decidieron qué van a pedir?

—Sí, para mí una ensalada griega y papas asadas con pescado —Carolina ordenó sin siquiera mirar el menú, como si se lo supiera de memoria. Maxim asintió satisfecho y se dirigió a Valia:

—¿Y usted?

Valia recordó el sabio consejo de Rostik. Aún no entendía del todo qué se consideraba comida "masculina". Pensó en la noche anterior y declaró con seguridad:

—Orejas de cerdo y pretzels.

—¿Vas a cenar eso? —los ojos azules de Carolina se agrandaron, rebosantes de sorpresa. En la cabeza de Valia resonó la voz de Rostik: “¡Cringe total!”. El chico negó con la cabeza:

—No, era broma. Lo mismo que Carolina, por favor —y al instante sintió ganas de darse una palmada en la frente. Eso claramente era comida de chica, no de un macho alfa. Temiendo quedar en ridículo otra vez, negó de nuevo—. ¡Bromeo otra vez! Hoy estoy en plan bromista. Tráigame lo que usted quiera, algo bien de hombre.

El camarero, como si quisiera alargarle el martirio, continuó su interrogatorio:

—¿Desean beber algo?

—Yo tomaría una copa de vino blanco —Carolina sonrió con picardía y miró a Valia.

Ese tipo de mirada lo puso al rojo vivo y le desordenó todos los pensamientos. No sabía qué pedir. Vino blanco: descartado. Según la lógica de Rostik, era bebida de mujer. Quiso recordar que ya había pedido agua, pero al ver su chaqueta empapada, prefirió callar. No se le ocurrió nada mejor que repetir lo que había pedido la noche anterior:

—Tres cervezas y tres vodkas —al recordar que no estaban los chicos, se corrigió apresurado—. Digo, una cerveza y un chupito de vodka.

Ante semejante pedido varonil, Carolina torció la boca:

—¿Vas a tomar las dos cosas?

—No, yo… —Valia se atragantó con sus propias palabras. En ese momento, hubiera dado lo que fuera por un kisiel de fresa como el que prepara su mamá, pero sospechaba que no era muy varonil, así que prefirió no mencionarlo—. Era otra broma. Tráigame lo que quiera.

Maxim asintió y, tras recoger los menús, se alejó. En lugar de un diálogo animado, se instaló un silencio denso. Había llegado el momento que Valia más temía. No sabía qué decir y la tensión no hacía más que crecer. Ese silencio lo ahogaba, y por costumbre se llevó la mano al cuello, buscando su corbatín favorito, pero no estaba allí. Bajó la mano y vio cómo Sasha entraba al salón. Se sentó en la mesa de al lado y lo taladró con la mirada. Alzó una ceja de forma exigente, y Valia recordó su consejo. Luchando contra el miedo, carraspeó:




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