Sasha suspiró profundamente. Se quitó la chaqueta y se remangó las mangas. Valia se asustó, pensando que lo iban a golpear por haberse pasado de sincero. Por si acaso, se apartó lo más que pudo.
Pero Sasha ni pensaba en levantar los puños.
— Mira —dijo, mostrando una cicatriz larga en el codo—. ¿Adivinas de dónde salió esto?
— ¿Te peleaste con unos moteros? —arriesgó Valia.
— Frío.
— ¿Pelea de borrachos?
— ¡No, menso!
— Entonces ni idea. ¡Las posibilidades son infinitas!
— Pero seguro que no se te ocurre que me corté el brazo intentando trepar una reja para escapar de mis compañeras de clase.
— No entiendo...
— Tú, que pareces tan listo, no entiendes nada de la gente. Me viste como a una bravucona de colegio, cuando en realidad yo estaba del otro lado. También fui víctima —dijo mientras se bajaba la manga, cubriendo la cicatriz—. No fuiste el único con una infancia difícil.
A Valia le costaba creerlo.
— ¿En serio? Pero si Rostik...
— Ros empezó con el fisicoculturismo en secundaria. Era su forma de defensa: nadie se mete con un muro de músculos —hablaba con calma, pero cada palabra tenía una sombra de tristeza—. Yo no sabía defenderme. La mayoría de veces solo huía. Y a veces, ni eso podía...
Valia negó con la cabeza. Todo sonaba a prueba de confianza. ¿Y si era una trampa emocional? Un hombre de verdad siempre debe mantener cierto escepticismo.
— ¿Y por qué te molestaban tanto? —preguntó, observando el rostro de Sasha tras sus gafas.
— Digamos que… nuestra madre era lo opuesto a la tuya. Le interesaba más el vodka que sus propios hijo
—se sonó la nariz, pero enseguida recuperó la compostura—. ¡Y si le cuentas esto a Ros, te parto la cara! ¿Me oíste?
Valia tragó saliva con dificultad.
— Lo juro.
— Te lo cuento para que dejes ya ese complejo de víctima y empieces a vivir de una vez. Mientras sigas aferrado al pasado y a todos esos traumas que te dejaron tus compañeros, no vas a poder disfrutar del presente.
— Yo no pedí sesión de psicoanálisis —masculló él.
— ¡Qué tonto eres! Irrecuperable. En cuanto salga de aquí, les digo a los chicos que no vuelvo a meterme en sus conspiraciones.
Se acercó a la puerta y le dio una buena patada. Valia se encontraba en una posición incómoda: por un lado, quería deshacerse de Sasha; por otro, ya se había acostumbrado a su presencia. Y no era tan temible cuando no estaba mandando...
— Perdón —murmuró—. No quise herirte.
— ¡Desagradecido!
— ¡No, en serio! ¡Estoy agradecido! Incluso intento seguir tus consejos. Mira —dijo ajustándose el cuello—, me puse la camisa que elegiste tú.
— Te queda bien —respondió Sasha, con una leve sonrisa.
— Lástima que Carolina no lo vea así.
— Carolina es una pava sin criterio si no puede ver cuánto te esfuerzas. Vale, reconozco que a veces te sale todo medio desastroso… pero lo que haces por ella, eso sí que tiene mérito.
— ¿Tú crees?
— Sí. Nadie ha hecho tanto por mí como tú por ella.
Valia se quedó callado, sin saber qué contestar. De pronto, la dura y descarada Sasha le pareció una chica frágil. Buscó palabras, pero todas parecían haber desaparecido de su mente. Entonces, el sonido del cerrojo interrumpió el momento.
— Qué papelón… —dijo Miroslav, rascándose la cabeza—. Vi a Carolina en el pasillo y entendí que la señora de la limpieza confundió de chica... Pero bueno, lo importante es que estuviste encerrado con una chica, ¿no?
— ¡Apártate! —Sasha lo empujó y salió corriendo de la biblioteca.
Valia quiso llamarla. Sentía que entre ellos había quedado algo sin resolver. Pero ya era tarde. Sasha había desaparecido.
— ¡Ah, aquí estás! —se oyó la voz de Kostik—. Sabía que te encontraría entre libros. Vamos, todos te están esperando.
Al día siguiente, Valia se sentía mejor. Incluso podía trabajar sin miedo a que se le cayera la cámara de las manos.
— Otra vez ese perro —murmuró, casi pisando al bicho peludo con mameluco rosa—. ¿No podían dejarlo en el hotel? ¡Siempre estorbando…!
— Veo que alguien amaneció con mal humor —comentó Rostik—. ¿Te levantaste con el pie izquierdo? ¿O estás nervioso por lo de Carolina?
— Me saca de quicio su perro, y además… —estornudó, cubriéndose con el guante—. Creo que soy alérgico a esa cosa.
Entonces se les acercó Kostik.
— ¿No han visto a Sasha hoy? Íbamos a ir a las tiendas de recuerdos, pero después del colegio desapareció.
Rostik se encogió de hombros.
— Seguro salió con su nuevo amiguito. Ayer la vi con un tipo...