Valia se mordió el labio, con un sabor amargo de celos y bálsamo extendiéndose por su boca. Por alguna razón, la noticia de que Sasha tenía otros planes le molestó más de lo que habría querido admitir. ¡Después de todo, ella le había prometido ayudarlo con Carolina! ¿Entonces por qué ahora andaba distrayéndose con otros chicos? ¡Qué papelón!
—¡Lárgate de aquí! —le gritó al perro, como si el animal tuviera la culpa de todo lo que estaba pasando con Sasha.
Rostik se puso frente a Valia, bloqueando la vista de su cara malhumorada para que Carolina no la viera.
—No deberías tratar así al consentido de tu amada —le dijo con tono divertido—. En realidad, Adèle es la llave al corazón de Carolina.
—¿Qué? —Valia frunció la cara.
—Los amantes de los perros son un grupo muy particular. Para ellos, los perritos son como hijos. Si quieres ganarte a Carolina, primero tienes que ganarte la confianza de Adèle.
Valia miró al perro. Una especie de mezcla entre rata y ardilla, con una mirada descarada... Como si creyera que el mundo giraba a su alrededor. Aún no le perdonaba lo de la croqueta de su madre.
—¡Oye! ¡Tengo una idea genial! —dijo Kostik con un brillo travieso en los ojos.
Valia se tensó.
—No me gusta nada esa mirada... —confesó. Apenas si se había recuperado del desastre anterior, y ya su amigo tenía otro plan entre manos.
—Esta vez funcionará, lo juro —aseguró Kostik—. Pero tenemos que hablar en privado. Que no nos oiga nadie.
Valia sintió un escalofrío. Otra idea loca, seguro. Cada día caía más profundo en el abismo que lo separaba de Carolina. Y justo cuando parecía estar trepando, lo empujaban otra vez al fondo. Si tuviera un poco más de valentía, les diría que no sin dudar. Pero esa valentía aún estaba en fase de pubertad, así que no le quedó otra que seguirles el juego.
Mirando de un lado a otro, como un ninja en misión secreta, fue tras ellos.
—Aquí está bien —dijo Kostik, escondiéndose detrás de un abeto cubierto de nieve—. El plan es medio criminal, pero infalible.
A Valia se le erizó la piel. ¡Lo que faltaba, terminar en la cárcel! Claro que Carolina lo valía... pero la libertad también.
—¿Qué hay que hacer? —preguntó Rostik, quien parecía disfrutar del peligro.
—Vamos a secuestrar...
Pero no alcanzó a terminar la frase. Valia se tapó los oídos y se subió la capucha por encima, para mayor aislamiento. Si lo interrogaban los policías, él podría decir que no oyó nada, no vio nada, que solo pasaba por ahí.
—¡No pienso secuestrar a Carolina! —gritó, negando con la cabeza—. ¡Ni lo sueñen! ¡Eso ya es demasiado!
Rostik le dio una palmada en la nuca.
—¡Cálmate, histérico!
—¡Yo nunca hablé de Carolina! ¡Vamos a secuestrar a su perro!
—Peor aún... —suspiró Valia—. ¿Y para qué quiero yo un perro?
—¡Usa el cerebro! Carolina pensará que Adèle se ha perdido. Se pondrá triste, llorará...
—¿Y luego aceptará salir conmigo? —preguntó Valia con escepticismo—. ¿Dónde está la lógica?
—La lógica es que tú “encuentres” al perro y se lo devuelvas. Para Carolina, te convertirás en un héroe. Seguro querrá recompensarte.
—Ah... ahora entiendo —Valia se quedó pensativo. El riesgo era altísimo. Nunca había hecho algo así. El miedo a que se descubriera todo le apretaba el estómago. ¿Y si su madre se enteraba? ¡Qué vergüenza! Pero los verdaderos hombres a veces hacen cosas peligrosas. Y él era un verdadero hombre. —¿Creen que funcionará?
—Por supuesto. Ese perro siempre anda cerca. —Kostik se encogió de hombros—. Solo tenemos que distraer a Carolina.
—Muy bien —Kostik puso las manos sobre los hombros de los otros dos, formando un pequeño círculo de conspiradores—. Valia, tú vas con Carolina. Rostik secuestra a Adèle, y yo lo cubro. Nos reunimos en la habitación.
—¿En cuál? —preguntó Valia, con la esperanza de que la perrita no acabara con él.
—¡En la tuya, claro! El héroe eres tú, así que tú te haces cargo de la “rescatada”. —Notó que el entusiasmo de Valia se desinflaba y agregó—: Al fin y al cabo, cuando tú y Carolina vivan juntos, Adèle también será parte del paquete. Ve acostumbrándote.
Valia se imaginó compartiendo casa con el perro de Carolina. Su madre seguramente no lo aceptaría... Pelo, babas, gérmenes: ¡una pesadilla! No quería que hubiera conflictos entre las dos mujeres más importantes de su vida. Tal vez podría mudarse con Carolina... pero solo de pensar en empezar el día sin los panqueques de mamá, le daban náuseas. Si tenía que elegir entre su mamá y el perro, sin duda se quedaba con su mamá. ¿Pero entre mamá y Carolina...? ¡Qué difícil es la vida de un adolescente!
—¿Valia? ¿Estás con nosotros o ya estás soñando con la recompensa?
—Soñando... con panqueques —dijo, sacudiendo la cabeza y volviendo a la realidad—. Está bien. ¡Hagámoslo! ¡Vamos allá!