Valia cruzó los brazos. Fingir seguridad era mucho más fácil al lado de Sasha que frente a Karolina.
—¿Entonces para qué viniste? —preguntó, aún dolido por su falta de atención.
La chica sacó un paquete de su mochila.
—Fui al cine en el centro comercial y, ya que estaba, pasé por la óptica. Recogí tus nuevas gafas. Pruébatelas.
Valia frunció aún más el ceño. Ni siquiera fingió estar ocupada con algo importante. ¡Mírala, se fue al cine! Seguro con algún tipo.
Evitando mirarla a los ojos, se puso las gafas. Cómodas, ligeras y, además, le quedaban mucho mejor que las antiguas.
—¿Qué tal?
—¡Perfectas! —sonrió con sinceridad Sasha—. Te quedan muy bien. Solo relaja un poco esa cara, que estás tan serio que parece que te duele el estómago.
Adele salió de debajo de la manta y se acercó a Sasha. A pesar de su rencor, Valia no podía permitir que ese demonio de cuatro patas le hiciera daño. Se interpuso entre ambas como un guardaespaldas.
—Tranquila —dijo, echando un vistazo por encima del hombro—. Lo tengo todo bajo control... Lo importante es no mostrarle miedo al depredador. Lo huelen.
Sasha lo apartó de un empujón.
—¿Estás tonto o qué? —y, sin miedo alguno, alzó a la perra en brazos—. ¡Al menos podrías haberle quitado el mono! Se está asando de calor con eso.
Valia la observó con admiración mientras ella se ocupaba de la prisionera: primero le quitó la ropa, luego le lavó las patas y le puso agua.
—Ahora todo el cuarto va a apestar a perro... —se quejó Valia desde una distancia prudente.
—Y no solo el cuarto —añadió Karolina, entregándole un zapato—. Adele usó tu viejo zapato como baño. Parece que ella también piensa que tus zapatones ya merecían ir al contenedor.
Cada minuto que pasaba, la lista de daños provocados por la perra crecía. Valia empezó a pensar que, además de compensación moral por devolverla, se merecía también una económica. Adele había dejado su marca dental en todo: lo que no mordió, lo babeó.
—¿Y si tiene hambre? —sugirió Sasha.
Valia se encogió de hombros.
—Yo también tengo hambre, en realidad, pero tengo que vigilarla, no sea que empiece a aullar o gimotear.
—Entonces ve a la cafetería —Sasha señaló la puerta—. Yo me quedo.
Se acurrucó en el sillón, con las piernas recogidas, y sacó el móvil.
—Vale —dijo Valia, quitándose algunos pelos del jersey para no levantar sospechas. Ya iba a salir, pero recordó las reglas de buena educación—. ¿Quieres que te traiga algo?
—Sí —asintió Sasha—. Algo para picar y algo para beber.
—¿Orejas de cerdo y cerveza? —bromeó, creyendo que era muy gracioso.
Sasha asintió.
—Vale...
Valia no supo si hablaba en serio o si solo seguía la broma. ¿Quién entiende a las chicas? Salió al pasillo rumbo a la planta baja. Se sentía como un delincuente buscado por la policía. Evitaba las cámaras, caminaba rápido, la capucha baja sobre el rostro. El corazón le latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir por el pecho. ¡Adrenalina pura!
De pronto, algo frío y duro se apoyó contra su espalda. Una pistola. Casi se desmaya del susto. ¡Esto es el fin! ¡La policía registró el hotel y los atraparon! Seguro que Rostik y Kostik ya estaban esposados esperando su turno.
Valia se quedó paralizado, sin fuerza ni para alzar las manos. Tenía miedo de que un movimiento en falso y lo mataran. Su madre lo mataría cuando se enterara... si es que los polis no lo hacían antes.
—¿Qué te creías, pervertido? ¿Que no te iba a reconocer? —se oyó una voz anciana conocida—. ¡Ya puse una denuncia! ¡Te van a encerrar muy pronto!
Poco a poco, Valia se dio cuenta de que no era un policía, sino la abuela. Por primera vez en su vida se alegró de verla. Se giró con cuidado para confirmar su sospecha. En efecto, no era una pistola, sino el bastón de madera en el que se apoyaba la mujer. Valia sonrió sin querer... grave error. La señora interpretó su sonrisa como insolencia y le atizó un golpe en la cabeza.
¡Le salieron chispas de los ojos! El pobre chico se olvidó del hambre y, temiendo un segundo golpe, salió corriendo de vuelta a su habitación. Solo se detuvo al ver su puerta.
Abierta.
—¡Sasha! —gritó, entrando—. ¿Por qué no cerraste con llave?
La chica levantó la mirada del móvil. Estaba escribiendo un mensaje. Seguro que a su nuevo novio. Valia se enfadó aún más.
—¿Yo? ¡Pero si tú saliste! No la cerraste y encima me echas la culpa. ¡Qué papelón el tuyo, Valia! ¿Verdad, Adele?... ¿Adele? ¿Dónde está Adele?
—¡Se suponía que debías vigilarla!
—¡No! Solo me pediste que me quedara para que no llorara. Y no lloró.
—¡Claro! ¿Para qué llorar si puede pasearse por el hotel? —gritó Valia, frustrado, y le dio un puñetazo a la pared. Dolió más que el bastonazo. Las lágrimas se le asomaron sin permiso.
—¿Y ahora por qué lloras? —Sasha se puso de pie—. ¡Vamos! ¡Quizás todavía podamos atraparla!
15.1
Los amigos salieron corriendo al pasillo. Bajaron las escaleras, revisaron cada rincón, cada armario de limpieza—pero nada, ni rastro de Adèle. Exhaustos y desmoralizados, cayeron desplomados sobre el sofá del lobby-bar.
—No mires a la izquierda —susurró Sasha.
Valia giró la cabeza por puro reflejo... y vio a Karolina, con los ojos hinchados de tanto llorar. Le dio tanta lástima verla así, que se levantó de inmediato para reanudar la búsqueda. ¡Quién necesita recompensa, con tal de que ella no sufra!
Pero alguien se le adelantó.
Bajando las escaleras apareció un hombre. Alto, con cuerpo de nadador y sonrisa de actor de Hollywood. Ya de por sí atraía las miradas de todos los presentes, pero con la perrita en brazos, irradiaba aún más encanto.
—¿De quién es esta preciosura? —exclamó, levantando a Adèle en el aire.
—¡Mía! —gritó Karolina y corrió hacia él—. ¡Dios mío, no me lo puedo creer! Pensé que no volvería a verla nunca más. ¡Mil gracias! ¿Cómo puedo recompensarte?