El verdadero macho

15.1

Empezaba a oscurecer. Valia entendía que no sobreviviría una noche entera en el bosque. Quería gritar, pero el estrés le había dejado sin voz. Además, temía que el oso volviera al oír el ruido. Para entrar en calor, no le quedaba más remedio que saltar como un conejillo entre tres abetos. Cada crujido, cada soplo del viento lo sacudía con un nuevo susto. ¿Y si su olor atraía a lobos? ¿O a un zorro? ¿O… al mismísimo hombre de las nieves? A pesar de su amor incondicional por la ciencia, en una situación tan desesperada, Valia estaba dispuesto a creer en cualquier cosa.

De pronto, una rama crujió a sus espaldas. ¡Seguro que era el Yeti!

—Y-yo… —balbuceó Valia, sollozando—. Yo no soy… comestible…

—¡No eres comestible, eres idiota! —respondió la voz furiosa de Sasha. Un instante después, la silueta de la chica, cubierta de nieve, apareció a su lado.

Por primera vez desde que la conocía, Valia se sintió realmente feliz de verla. Impulsado por la emoción, se lanzó a abrazarla, casi tirándola al suelo.

—¡Qué suerte que viniste! ¡Pensé que era mi fin!

—¡Y si sigues colgándote de mí, sí que va a ser tu fin! —gruñó ella, quitándoselo de encima y arreglándose la chaqueta—. ¿Se puede saber qué demonios haces aquí?

—Pues, yo... —Valia entendía que contar la verdad era aún más peligroso que el oso—. Tenía algo de tiempo libre y... decidí dar una vuelta. En eso... esa cosa con esquís.

—¿Una moto de nieve?

—¡Esa! Y luego…

Sasha formó una bola de nieve y, con puntería letal, se la lanzó directo a la cabeza.

—¡Y luego arruinaste mi cita! ¡Debería estar tomando vino en un restaurante, y en cambio estoy vagando por el bosque para salvarte el trasero!

—¡Yo no te pedí…

—¿Quieres que te deje aquí? ¡Encantada! —dijo ella, dándose la vuelta con decisión.

—¡No! —suplicó Valia—. ¡No me dejes solo! ¡Por favor!

Sasha lo tomó del brazo y tiró de él.

—Vamos, desastre andante.

Valia no pudo evitar sonreír. A pesar de todo lo que había pasado, al final había logrado su objetivo: salvar a su amiga de una relación innecesaria. Con una dosis de valentía improvisada, se atrevió a preguntar:

—¿Y el chico ese? ¿Sigue esperándote?

—No —suspiró Sasha—. Se ofendió porque lo dejé para ir a buscarte.

—Lamento que haya salido así —mintió Valia.

—La verdad, tenía que pasar. Resultó ser un imbécil. Un hombre de verdad no deja que una chica se meta sola en el bosque. Lo estábamos pasando bien, reímos, paseamos… Pero al volver al alquiler, escuchamos a los empleados quejarse de un idiota que se había llevado una moto de nieve y no la había devuelto. Y según la descripción, ese idiota eras tú. Al principio no lo creí. Pensé: “Valia, en una moto de nieve, ¡ja!”

—¿Por qué?

—Porque tu nivel es el carrusel infantil del parque. ¡Y no me interrumpas! Entonces decidí llamarte para asegurarme de que estabas bien. Pero tu móvil estaba fuera de cobertura. Mostré tu foto a los del alquiler y confirmaron que eras tú. Así que salí a buscarte…

Salieron a un sendero nevado que conducía de vuelta al pueblo. Valia no podía creer lo lejos que había llegado. ¿De verdad iba tan rápido? ¡Esto sí que era una aventura extrema! Que venga alguien a decir ahora que él no es un hombre de verdad…

—¿Y cómo me encontraste? ¿Por las huellas?

—Por el llamado del alma —rió Sasha—. ¡Mentira! ¿Qué huellas, Valia? El viento lo cubrió todo. Cada vehículo del alquiler tiene un GPS. Así te rastreamos. Luego vi ramas rotas, hielo agrietado… Pensé que te habías ahogado. Por si acaso rodeé el arroyo, y ahí estabas tú. ¿Por qué demonios cruzaste el hielo? ¿Tu madre no te enseñó que es peligroso?

—Sí, me lo enseñó. Pero… estaba huyendo del oso.

Sasha se detuvo y lo miró incrédula.

—Ya solo falta que digas que era el Yeti.

—¡Pero es verdad! ¡Entré en su madriguera! Se despertó y quería despedazarme. Tuve que correr…

—Y luego le torciste el cuello con las manos, ¿no? —Sasha puso los ojos en blanco—. Guarda esas historias para Carolina. Ella tiene menos capacidad crítica.

—¡No estoy mintiendo! ¡Era un oso de verdad! ¡Enorme, furioso! Si hubieras visto sus huellas… ¡del tamaño de mi cabeza!

—Ajá.

Valia suspiró. Qué pena no tener ninguna prueba de su épica lucha con el oso. Era una historia para contarle a los nietos.

—Puedes no creerme si no quieres —murmuró.

Sasha aceleró el paso.

—Ahí está mi moto —dijo señalando—. Volvemos en ella, y que los del alquiler se encarguen de la tuya.

—Vale…

Valia estaba algo dolido de que Sasha no le creyera lo del oso, pero de pronto se dio cuenta de algo que le levantó el ánimo: de regreso, iba a abrazarla como ese torpe pretendiente suyo.

—¡Agárrate bien! —le advirtió Sasha, poniendo en marcha la moto—. No quiero perderte por el camino.

Valia colocó torpemente las manos en su cintura. Un calor le recorrió el cuerpo. Por un instante, se olvidó por completo del frío que había pasado en el bosque. Las mejillas se le tiñeron de rojo, y una sonrisa involuntaria se le dibujó en los labios.

—¡Vamos! —ordenó Sasha, y arrancaron.

Valia se aferró a ella con fuerza. Se había perdido en el bosque, había huido de una bestia salvaje, había tiritado bajo el viento helado… pero ni por un segundo se arrepintió de su elección.




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