Los amigos llegaron a Sviatkove cuando ya era de noche. Bien abrigados con abrigos gruesos y guantes, los turistas paseaban por la plaza frente al árbol de Navidad, compraban bebidas calientes en casetas que parecían casitas de gnomos y disfrutaban del ambiente festivo. Entonces Valia se dio cuenta de que entre esa gente podría estar su amada... y ese nadador-semidiós. Por reflejo, quiso sacar el móvil para ver la hora, pero recordó que lo había perdido.
—¿Qué pasa? —preguntó Sasha—. ¿Otra vez viste al oso?
—Pues... —titubeó él—. Es que... Carolina tiene otra cita.
—¿Y eso?
—Pero... yo pensaba en... sabotearla de alguna forma.
Sasha le dio un suave empujón hacia la entrada del hotel.
—Dos citas arruinadas en una sola noche ya es mucho ni para ti. Vamos, necesitas calentarte para no quedarte enfermo.
—Supongo... —dijo Valia, siguiéndola sin mucha convicción. Tenía razón: no quería agarrar una bronquitis en Año Nuevo, y mucho menos lejos de casa.
Sasha lo acompañó hasta su habitación y estaba a punto de irse cuando se detuvo, lo miró con preocupación y habló casi para sí misma:
—¿Por qué siento tanta responsabilidad por ti?
—¿Porque somos amigos?
—No, porque eres como un gatito ciego que no sabe arreglárselas —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Y yo nunca tuve gatitos, mi madre no lo permitía.
—Yo soy... mejor que un gatito.
—¿En qué sentido?
—Pues... no necesito que me limpien la bandeja del baño, y no tiro pelo por todas partes —respondió Valia con orgullo.
—Pero tu estilo de vestir me provoca alergia, que eso ya es suficiente —dijo Sasha, señalando el cuello del suéter—. Bueno, te vigilaré un rato más, por mi propia tranquilidad.
—No hace falta, me las apañaré solo...
Pero a Sasha no le valieron las excusas. Ya lo había decidido:
—Tú ve a darte una ducha caliente y échate bajo las sábanas. Yo voy a buscar algo de comer.
—Vale —aceptó Valia, encogiéndose de hombros—. Si a ti te apetece...
El frío aún lo calaba hasta los huesos, haciéndole castañear los dientes sin parar. Se quitó la ropa, entró bajo el agua tibia y por fin pudo relajarse. Cerró los ojos y disfrutó del calor… Vaya día más intenso.
Cuando ya se sintió bien, salió de la ducha, se secó y se dio cuenta de que había olvidado ropa limpia. Se envolvió una toalla en la cintura y se dirigió al armario.
—¿Ya estás mejor? —preguntó Sasha, que estaba de vuelta y sentada en un sillón, comiéndose un pastel.
Valia se cubrió con las manos, sonrojado.
—No te oí entrar. No mires...
—Ay, no me hagas reír —contestó ella, quitándole hierro al asunto—. Pero si eres una personita sensible, puedo apartarme.
—Te lo agradecería mucho.
Rápidamente, él se puso unos calzoncillos cualquiera y se metió bajo las sábanas.
—¿Otra vez con dibujitos? —bromeó Sasha—. Los voy a quemar, ¡te lo juro!
Valia se sonrojó de nuevo.
—¿Me estabas espiando?
Sasha no respondió. Al lado, el hervidor estaba echando vapor. Puso dos bolsitas en dos tazas y las llenó con agua caliente.
—¿Cuánto azúcar le pongo?
Valia quiso pedir dos cucharadas, pero pensó que sería poco masculino.
—Tomo el té sin azúcar —dijo, aclarando la garganta.
—¿Y sin pastelitos? —Sasha señaló los dulces en el plato.
—Eh... ¿No trajiste algo más "masculino"?
—Era lo que quedaba, y el buffet estaba cerrando.
—Bueno, supongo que me lo comeré.
Valia se sentía orgulloso de sí mismo: logró salir bien del momento incómodo —comió un pastel y mantuvo, ante Sasha, la ilusión de ser un tipo duro—. Ella le pasó la taza, y se acurrucó junto a él en la cama.
—Cubre con la manta un poco más. Yo también tengo frío. Y tranquila, no pienso poner en peligro tu honor.
—Yo... —Valia retiró un poco el borde de la manta para dejarle espacio a Sasha—. No es por eso... es que viniste con la ropa de la calle y...
—¡Por la mañana aquí mismo se acostó una perra! —Sasha protestó—. ¿Tú crees que soy peor? Ah, claro, ¡la perra pertenece a tu amada Carolina!
—No es que... es que no soporto a ese perro.
—¿Y Carolina? —Sasha lo miró de pronto—. ¿La quieres?
—Bueno... claro. Supongo.
Sasha tomó un sorbo de té, abrazando la taza con ambas manos.
—Hay que decirle a los chicos que te lleven a la sauna —cambió de tema sin avisar—. Te vendrá bien para entrar en calor y no resfriarte.
—Vale.
Valia se sentía incómodo compartiendo la cama con Sasha, especialmente porque apenas llevaba ropa interior. No estaba preparado para tanta cercanía.
—¿Vas a quedarte mucho más en Sviatkove? —preguntó para romper el silencio—. ¿No piensas volver a casa?