El verdadero macho

17.1

Valentín levantó la cabeza con orgullo y se dirigió a la puerta. Rostik lo detuvo agarrándolo del codo.

—Apenas llegamos. No te vas a ir, ¿o qué? ¿No que eras un hombre hecho y derecho? Dime que por lo menos te pusiste las sandalias que ofreció la recepcionista.

—¿Había sandalias? —Valentín se acomodó las gafas, pero estaban tan empañadas que igual no veía nada.

—Claro que había, y te convenía ponértelas. No me digas que también dejaste la toalla en el vestuario.

—¿Y había que traerla? Pensé que era para después, para secarnos.

—La toalla es para sentarse sobre ella —Rostik apartó un extremo de la suya, que le cubría las piernas. Ese gesto hizo que Valentín se sobresaltara—. Vamos, siéntate aquí, entramos los dos.

Valentín torció el gesto. No le hacía gracia compartir una toalla con su amigo. Pero Rostik lo atrajo con firmeza, sin darle opción. Y era cierto: sentado sobre la toalla, la madera ya no le abrasaba la piel.

Una voz anónima surgió del vapor:

—¿Han oído del turista ese que está obsesionado con las abuelitas? Dicen que anda acosando a una, mostrándole su... propiedad, incluso le agarró los pechos. No la deja en paz.

Valentín hundió la cabeza entre los hombros. Sabía perfectamente de quién hablaban. Otro desconocido asintió:

—Sí, lo escuché. Ojalá no me lo cruce. Da asco estar siquiera en el mismo cuarto con ese tipo.

—Nosotros también lo escuchamos —Kostik soltó una carcajada—. ¡Guarden a sus abuelas, que esto se puede descontrolar!

—Tal vez fue un malentendido… —murmuró Valentín, tan bajo que ni él quería oírse.

Uno de los desconocidos aplaudió contra sus muslos, provocando un sonido seco:

—¿Cinco veces seguidas? Dicen que ya lo han llevado a la comisaría cinco veces, pero lo sueltan por “méritos”.

—Ya sabemos qué méritos… seguro pagó soborno —opinó otro, levantándose para agarrar el balde—. Voy por agua, que alguien vació la tina.

—Menos mal que no conocemos al maniático ese. ¿Verdad, Valentín? —Kostik se reía a carcajadas.

Valentín apretó los labios y guardó silencio. El calor era insoportable. El sudor le corría por la piel como lluvia, y el cabello, tan recalentado, parecía querer freírle el cerebro. Le costaba respirar. La cara ardía.

Uno de los hombres volvió con un balde lleno de agua y empapó el manojo de ramas de roble. Se lo pasó a su compañero:

—Dale más fuerte esta vez. La otra vez pegabas como nena.

Con horror, Valentín vio cómo el hombre azotaba la espalda del otro con el haz de ramas. Sonaba como si usara un látigo. El otro cerró los ojos con un suspiro de placer:

—¡Sí, así! ¡Más fuerte!

La espalda se llenaba de marcas rojas. Valentín, incapaz de mirar más, desvió la vista. Pero fue en vano.

Rostik mojó el haz de ramas y le dijo con autoridad:

—Dame la espalda. Vamos a hacer de ti un hombre de verdad.

—¿No hace falta? Estoy bien así —intentó negociar Valentín, escuchando los gemidos del hombre azotado.

Su imaginación se disparó a lugares poco saludables.

—Una sauna sin ramas no es sauna —insistió Rostik.

Valentín miró los músculos de su amigo y se le fue el alma al suelo. Este me parte en dos.

—¿Y si lo hace Kostik? Con más cuidado… es mi primera vez.

—Nadie te va a arrancar la piel. Pero si eso te deja más tranquilo… —Rostik le pasó el haz a Kostik—. Toma, que contigo se siente más cómodo.

Kostik sonrió con expresión de tiburón. Agarró el manojo y se preparó.

Valentín cerró los ojos y alzó la mano:

—¡Espera! Prométeme que lo harás con cuidado.

—¡Claro! —Kostik alzó de nuevo el brazo.

—¡Alto! —repitió Valentín, moviendo las manos—. ¿Después de esto todo sigue igual entre nosotros?

—Valentín, compartimos una toalla. ¿Sabes lo que significa eso? ¡Es un nivel de confianza altísimo! Relájate y disfruta.

Valentín cerró los ojos y sintió el contacto del haz de hojas calientes en su espalda. Se pegaban a su piel como moscas en telaraña. Kostik lo levantó y soltó un segundo golpe, más fuerte. Un calor placentero lo envolvió, y Valentín tuvo que admitirlo: no estaba mal.

Pero el vapor le estaba afectando. La cabeza le daba vueltas, las sienes latían, el corazón se salía del pecho. Le costaba respirar.

—Chicos… yo… —jadeó.

—¿Te gusta? ¡Sabía que te iba a gustar! Al principio arde, pero luego te acostumbras. Me alegra que tu primera vez haya sido conmigo —Kostik siguió dando con fuerza.

Valentín se agarró la cabeza:

—No, me siento fatal.

Se puso de pie con torpeza y salió tambaleándose. Las piernas le fallaban, y cada paso costaba el doble. Al llegar a la zona de duchas, sintió alivio inmediato. Sin pensarlo, se lanzó al agua de la piscina, olvidando por completo que no sabía nadar. El frescor lo envolvió como un abrazo divino.

Minutos después, ya envuelto en una toalla, yacía en una camilla. La administradora le tomó la presión y anunció:

—Está algo elevada. Necesita descansar. Para ser su primera vez, se quedó mucho rato dentro, y con ese calor… además no debió mojarse el cabello. La próxima, use gorrito.

—No habrá próxima. Yo no vuelvo a poner un pie en una sauna —dijo Valentín, con tono herido, mirando a sus amigos, que bajaban la cabeza avergonzados.

Kostik intentó defenderse:

—No sabíamos que eras tan frágil. Ni a una sauna se puede ir contigo. En vez de cerveza con maní, vas a terminar tomando gotas para el corazón.

—Corta el rollo, Kostik —Rostik le dio un empujón—. La culpa fue nuestra. Tendríamos que haberte explicado todo desde el principio y estar pendientes de ti.




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