Después del sauna —que a Valia le pareció una especie de purgatorio— estaba convencido de que ya no le quedaba ningún miedo. Todos sus temores se habían ido con el sudor y se habían lavado para siempre bajo el agua caliente. La nueva versión de Valentín era tan valiente que incluso él mismo se admiraba. Como fuera, a la capital iba a volver siendo otra persona.
Al día siguiente, recibió de Sasha un mensaje con la dirección del tatuador y, apenas terminó la jornada laboral, se dirigió sin pensarlo dos veces. Hombre que es hombre, cumple su palabra. Valia estaba totalmente decidido. Quería demostrar su valentía no con palabras, sino con hechos. Aunque, pensándolo bien, sí con una palabra: la que pensaba tatuarse.
Durante el camino, su imaginación se desató. Se imaginaba a un tipo barbudo, recién bajado de una moto, con voz ronca y tatuadora en mano. Se veía a sí mismo en un sillón desvencijado, en un sótano oscuro, escuchando heavy metal mientras olía a alcohol y grasa. Su madre siempre decía: «los tatuajes son para presos», así que estaba convencido de que acabaría entre ese tipo de gente.
Pero su sorpresa fue mayúscula cuando llegó a un salón acogedor, casi femenino, con aroma a vainilla. Y en lugar de un motero salvaje, lo recibió una chica dulce y sonriente.
—Eh... —miró a su alrededor, dudando si se había equivocado de dirección—. Yo vine para...
—¿Valentín?
—Sí.
—Estás en la agenda para una sesión de tatuaje —confirmó la chica.
—Ajá...
—Adelante, te estaba esperando.
Valia pasó a una salita decorada con papel tapiz rosa. Se sentó en un sofá pequeño y juntó las manos sobre las rodillas. Por un instante, se relajó. Pero al ver la máquina de tatuar y las agujas, la náusea le subió a la garganta. Apretó los puños para que no le temblaran las manos.
—¿Ya decidiste el diseño?
—Eh... sí. Quiero... —salir corriendo. Más que nada en el mundo, quería estar con su mamá—. Una palabra.
—¿Cuál?
—S...
—¿Solcito?
—No... Sm...
—¿Smiley?
—Sm...
—¡Smurfo! ¡Ya entendí! Busco unas tipografías divertidas y hago el boceto —dijo la chica mientras abría la laptop—. Te va a quedar genial.
—No, no —Valia aclaró la garganta para sonar más varonil—. Quiero... la palabra “Sabiduría”. No, espera... “Seguridad”. O... “Superación”.
—¿Cuál es entonces?
—¡Eso! ¡“Superación”! —Valia asintió con tanta energía que se le cayeron las gafas.
La chica lo miró con cierta compasión, pero solo se encogió de hombros.
—¿Dónde lo hacemos? ¿Te parece el cuello? Quedaría impactante.
—¿Duele mucho?
—Para un hombre, es pan comido.
Valia sacó pecho con orgullo. Él era un hombre. Un verdadero hombre. Podía tatuarse la frente si hacía falta, ¡y sin derramar una lágrima!
—¡Al cuello, entonces!
Mientras la tatuadora preparaba todo, él se recostó en la camilla, sintiéndose como en la sala de espera del dentista. Solo que el ambiente era más cálido y no olía a anestesia.
—¿Todo está bien desinfectado, no? —preguntó de pronto—. ¿No me voy a contagiar de hepatitis?
—Todo es desechable. No hay riesgo alguno.
—Bueno... está bien...
—Empezamos.
Valia cerró los ojos con fuerza. Ella hizo algunas maniobras que él no quiso ni imaginar. Aunque estuviera chorreando sangre, aunque tuviera una herida abierta... Aguantaría. Era fuerte.
—La verdad, no duele tanto —se animó a decir, sonriendo un poco.
—Es que solo pasé el diseño con calco. Como esas calcomanías de los chicles. Ahora empiezo el tatuaje de verdad —ella le mostró un espejo de mano—. Esto es solo la guía.
—¿Cómo que... ? —Valia miró la máquina aún sin uso—. Ay, Dios mío...
De pronto, sintió vibrar justo al lado de la arteria carótida. Aunque mantenía los ojos cerrados, no podía ignorar el pensamiento: ¿Y si la mano de la tatuadora se le va y me perfora el cuello? Le subía el calor, le bajaba la presión. Estaba empapado en sudor. Sentía urgencia de ir al baño. No sería raro orinarse del susto.
—¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡STOP!!!!!!!!!!!! —gritó tan fuerte que le zumbó el oído—. Ehh... quiero pedir anestesia.
La chica soltó una carcajada.
—Buena esa —dijo y encendió la máquina otra vez.
—No, no, en serio. ¿Tenés óxido nitroso? ¿Anestesia intravenosa? Preferiría despertarme cuando ya esté listo.
—Caballero, ¿usted me está tomando el pelo? ¡No le voy a operar el apéndice! ¡Es solo un tatuaje! Si te da miedo...
—¡No me da miedo!
—¿Entonces seguimos?
—Sí... —Valia asintió.
La aguja tocó su piel. Era como una máquina de coser, solo que en lugar de coser pantalones, remendaba su cuello. Una lágrima traicionera se deslizó por su mejilla. La secó discretamente. Por suerte, la chica estaba concentrada y no lo notó. Lo importante era no gritar. Aunque tenía muchas, muchas ganas...
—¿Falta mucho? —preguntó, al borde del desmayo.
—Acabo de terminar la primera letra.
—¡Perfecto! —Valia se incorporó—. Ahí lo dejamos.
—Pero... solo dice “S”.
—Eso mismo. Quiero dejar un aire de misterio —se miró al espejo. En su cuello enrojecido brillaba una “S” impecablemente escrita—. Bueno, envolveme y me voy.
—¿Envolverte? No es una herida. Solo te voy a poner un film protector.
—¿Y desinfectante con anestesia?
Ella suspiró. Abrió un cajón, sacó una barrita de chocolate y se la dio.
—Tomá. Es tu anestesia. Cometela antes de que te dé un bajón de azúcar del susto.
—G-gracias... —Valia palideció aún más—. ¿Cuánto le debo?
—Andá nomás —dijo ella con un gesto de la mano—. Esto no da ni para cobrar.
Aunque no al cien por ciento, Valia seguía sintiéndose satisfecho consigo mismo. ¡Dijo que se haría un tatuaje, y lo cumplió! Solo esperaba que Sasha no se burlara de lo pequeño que era... Llegó al hotel y la vio en la zona lounge. Se acercó con inseguridad, esperando alguna broma o burla.