Aunque Valya sabía perfectamente que su cita con Sasha era solo una farsa, igual quería causarle una buena impresión. Se puso todo nuevo y con estilo, incluso unos calzoncillos bóxer para completar el look. Se peinó el cabello hacia atrás —algo que jamás había hecho— y se roció con perfume.
Su madre negó con desaprobación.
—Hijito, ¿vas a salir con una chica así, sin afeitarte? ¿Qué son esos arbustos en tus mejillas? ¡Pareces un erizo con sarna!
—Es que yo... —Valya se tocó la barba incipiente. No estaba acostumbrado a andar pinchudo, pero después de las charlas de Sasha sobre la masculinidad y su aprecio por los chicos peludos, se esmeraba con cada pelito.
—Ah, ya sé —exclamó su madre—. ¡Olvidaste la rasuradora en casa! No te preocupes, puedes usar la mía —empezó a hurgar en su neceser y sacó una rasuradora rosa—. ¡Todavía está afilada! Solo la usé dos veces... para las axilas.
Valya sacudió la cabeza con decisión.
—No quiero, es que... —pensó que su madre no entendería su intento de ser más rudo, así que improvisó una excusa mejor—. No me afeito para estar más calentito afuera. La barba protege del viento frío.
Iryna Fedorivna aplaudió con entusiasmo.
—¡Qué chico tan inteligente! Ni se me había ocurrido... —guardó la rasuradora, pero enseguida encontró otra cosa que criticar—. Pero, ¿por qué no llevas una camiseta bajo la camisa? ¿Y la pajarita? Y esos vaqueros... ¿no tienes pantalones decentes? ¡Si los puse en la maleta! Espera, voy a buscar y te cambias rapidito. Aún hay tiempo.
—No —la frenó Valya con la mano—. Este es mi... estilo, ahora.
—¿Y ahora la ropa normal ya no se usa? ¡Si estabas tan guapo con la pajarita! La llevas desde quinto grado... —sacó del bolsillo una pajarita roja. Parecía que la llevaba encima esperando el momento oportuno para ponérsela a su hijo—. Anda, déjame... —se inclinó hacia su cuello—. ¡Dios mío! ¿Qué es eso? ¿Por qué te pegaste una pegatina?
Trató de arrancarle el film protector de la piel, pero Valya soltó un alarido de dolor.
—¡No, mamá, no lo toques! ¡Sin eso se puede infectar el tatuaje!
—¿¡Qué tatuaje!? —el horror se congeló en el rostro de Iryna Fedorivna. Lo miró sin parpadear, como si bajo su oreja no tuviera una simple “S”, sino un botón nuclear—. No puede ser. Tú no... Yo no te crié así.
Hasta hace poco, Valya también habría hecho un escándalo por algo así. Pero la imagen del entusiasmo de Sasha al ver su tatuaje seguía revoloteando por su mente. Su actitud ante ese tipo de cosas había cambiado.
—Bueno... es que... —se rascó la nuca, buscando una excusa.
—¡Te marcaron a la fuerza! ¿Qué es eso, hijo, el símbolo de una secta? ¿¡S de Satán!?
— ¡No! — Valia se dio cuenta de que había elegido mal la letra para el tatuaje.
Satán, secta, salchichón... — pensó con horror. — La “S” es de Sacha.
Su madre se indignó aún más.
—¿¡Sasha!? ¿Te tatuaste el nombre de una chica que ni conozco? ¿Tan importante se volvió en una semana? —se enjugó una lágrima—. Aún entendería si fuera una “M”...
—¿M? ¿De Masha?
—¡De “mamá”, tontito! ¡MAMÁ!
Valya suspiró con resignación. Qué difícil era complacer a las mujeres. Intentas contentar a una, y se ofende la otra.
—Entonces, ¿te molesta más que tenga un tatuaje o que no sea tu inicial?
—Ambas cosas —murmuró Iryna Fedorivna, respirando hondo—. En fin, ya qué... Vamos, quiero ver a esa chica que te lavó el cerebro.
—Solo que tú... eso... no seas muy dura con ella.
—¿Dura? —se rió su madre. Pero su risa sonó tan gélida que a Valya se le heló la columna—. No voy a ser dura. ¡Voy a ser justa!
—Bueno, bueno... —Valya se puso la chaqueta y se dirigió a la puerta.
—¡Llévate los holubtsi!
—Mamá, vamos a un restaurante. No se puede llevar comida propia.
Iryna Fedorivna dejó el táper en la mesa con expresión ofendida.
—Ni parece un hotel decente, madre mía...
Valya y su madre llegaron los primeros al lugar del encuentro.
—¿Mesa para dos? —preguntó la ya conocida camarera, Larysa.
—No, estoy esperando a una chica.
—¿Y esta señora no es su chica? —señaló a Iryna Fedorivna—. Por la descripción se parece bastante... al menos eso dicen.
Valya estuvo a punto de estrellarse contra la pared. Los rumores sobre su gusto por mujeres maduras —o directamente pasadas de madurez— se esparcían a la velocidad de la luz.