En ese instante, Valentín comprendió que estaba perdiendo lo más importante de su vida. Se levantó de golpe y salió corriendo tras ella:
—¡Sasha, espera!
—Agradece más tarde —Karolina lo tomó del brazo—. Todos nos están esperando. Tenemos que grabar el reportaje, ¿lo olvidaste?
A Valentín, en ese momento, le daba igual todo: el trabajo, Karolina e incluso las advertencias de su madre. Lo único que de verdad le importaba se alejaba con cada segundo. Se soltó del agarre de Karolina y corrió tras su chica. Por fin se daba cuenta de que aquella muchacha de sienes rapadas se le había instalado en el corazón.
—¡Sasha, espera! No fue como crees.
La alcanzó justo frente a la puerta de su habitación. Con manos temblorosas, ella buscaba las llaves sin mirarlo siquiera.
—¿No fue como creo? ¿Vas a decirme que no besaste a Karolina? ¿O que ya no es tu novia? Lo tuyo es cruel. Me usaste para aprender sobre el amor y luego corriste con Karolina. Lo entiendo, Valentín, pero ¿por qué tenías que decirme que me amabas? Yo no te pedí nada. Pensé que eras diferente. Que no ibas a dejarte llevar por la primera falda que se te cruzara. Me equivoqué. Me equivoqué mucho. Que sean muy felices.
Una lágrima surcó el rostro serio de Sasha. Bajó la cabeza y metió la llave en la cerradura. Valentín la abrazó con fuerza:
—No te mentí. Fue Karolina quien me besó. Ni siquiera me dio tiempo de hablarte de ti.
—Claro, Karolina te besó solita y hasta se autoproclamó tu novia, ¿no? ¿Tú sabes lo ridículo que suena eso? ¿Sabes cuántas veces he escuchado esa misma historia? Si tienes miedo de lo que pueda hacer Rostik, no te preocupes. No le he dicho nada ni se lo diré. Porque si lo hace… te reduce a polvo.
Sasha se zafó de sus brazos, abrió la puerta y aprovechó la confusión de Valentín para meterse en la habitación y cerrarle en la cara. Él intentó abrir, pero estaba cerrada con llave. Golpeó fuerte:
—Sasha, no hagas esto. Quiero estar contigo. ¿Me oyes? ¡Todo ha sido un malentendido!
—¡El único malentendido aquí eres tú! —dijo una voz a sus espaldas.
Rostik se le acercó y le dio una palmada en el hombro:
—¿Y ese bajón? ¿Temes que sin Sasha pierdas el hechizo que te ayudó a conquistar a Karolina? Tranquilo, hermano, aquí estamos nosotros para devolverte al buen camino del verdadero macho. Vamos, el director ya preguntó por ti dos veces. Está rojo del enfado.
—Pero yo…
—Nada de peros —Rostik lo arrastró del brazo sin dejarlo terminar.
Valentín pensó que tal vez era lo mejor. Se dirigió al autobús, confiando en que Sasha se calmaría y más tarde podría explicarle todo con tranquilidad. Le llevaría flores, bombones, y pediría perdón. Con algo de experiencia ya ganada, confiaba en lograr su perdón.
Durante todo el día no dejó de pensar en ella. Se le caían las cosas de las manos, no podía concentrarse. Iba armando en su mente un discurso perfecto para explicarle lo ocurrido. Al terminar el trabajo, fue a comprar flores y bombones. Esta vez sabía exactamente qué quería y no tardó en elegir.
Se plantó frente a la puerta de la habitación de Sasha y llamó con decisión. El corazón le latía a mil y la garganta estaba seca. Tenía una sola oportunidad y no pensaba desperdiciarla.
La puerta se abrió… y apareció una señora de edad avanzada. Ni siquiera su pelo rojo fuego, cortado a la altura de las orejas, lograba disimular los años. Las arrugas y la piel floja revelaban su verdadera edad. Valentín pensó que tal vez era la abuela de Sasha. Se irguió instintivamente, como si eso lo hiciera ver más respetable.
—Buenas noches… ¿Está Sasha?
—Sí… ¡Sasha! —gritó la señora.
Para su sorpresa, no apareció una joven sino un hombre mayor. El cabello que alguna vez fue negro ahora era gris, y una barba plateada le cubría el rostro. Miró a Valentín con curiosidad:
—¿Me busca?
Valentín se acomodó las gafas, se asomó para mirar el número de la habitación y, al ver que se había equivocado de puerta, negó con la cabeza:
—No… estoy buscando a Sasha. ¿Es usted su abuelo?
—Yo soy Sasha. Pero claramente no el que buscas.
En ese instante, escuchó una tosecita detrás de él y se dio la vuelta con sobresalto. Era la misma señora, que ahora lo miraba de reojo como si fuera su pretendiente. A Valentín le dio un sudor frío. Ojalá no creyera que las flores y los bombones eran para ella. La mujer puso las manos en la cintura:
—¿Ah, sí? ¿Ya encontraste otra dama que te guste? ¿Y yo ya no te intereso?
Tragó saliva. La voz ronca de la señora sonaba ofendida. Instintivamente escondió las flores y los dulces tras la espalda:
—Usted nunca me interesó. Fue solo un malentendido. Yo… yo en realidad amo a Sasha.
La señora dio un paso adelante, decidida a ver con sus propios ojos a esa misteriosa rival. Observó con desdén a la mujer del cabello rojo.
—¿Y qué tiene ella que no tenga yo? ¿Ese pelo teñido como de gallina? ¿Ese vestido lleno de flores?
Valentín no entendía nada. El hombre mayor acarició su barba con serenidad y soltó la bomba:
—Pues en realidad… Sasha soy yo.