El verdadero macho

28.1

Los ojos grises de la abuela se abrieron como platos y su rostro se alargó por la sorpresa:

—¿Así que cambiaste de bando? ¿Ahora te gustan los hombres?

—No, no es eso —Valentín negó con la cabeza. Quería salir de ese manicomio cuanto antes—. Busco a Sasha. Tiene un piercing en la nariz, el pelo negro y los lados rapados. Es imposible no notarla.

—Lo siento, pero no conocemos a nadie así —dijo el hombre, encogiéndose de hombros. Puso las manos en la cintura de su esposa y la atrajo hacia sí como si alguien fuera a robarle su tesoro.

Por fin todo encajó. Y al corazón de Valentín lo envolvió la desolación. Sasha se había ido del hotel. Había cumplido su palabra y abandonado la ciudad. Todo parecía perdido. No tenía idea de dónde buscarla, y una solitaria lágrima masculina se asomó en la comisura de su ojo. Apretó el ramo con fuerza, diciéndose a sí mismo que no llorara. Era un hombre, y los hombres no lloran. Pero la verdad… quería echarse a llorar como un niño.

Entonces, una idea lo atravesó como un rayo. ¡Rostik! Él podía ayudarlo. Casi da un salto de alegría. Estaba por salir corriendo, pero la abuela se le plantó delante, aún ofendida:

—¿Te inventaste una novia para limpiar tu reputación? —lanzó una mirada reprobatoria al hombre junto a ella—. Tenga cuidado, señor, este joven me persigue con insistencia. Y encima, lo hace muy mal.

—¡No la perseguía! La primera vez estaba borracho, entré a su habitación por error. Ni sabía que había alguien en la cama. Fue un accidente. La segunda vez… perdí el control del snowboard y la atropellé. En el restaurante no llevaba lentes y no vi por dónde caminaba. Solo vi una mancha borrosa. Y cuando traje flores y bombones fue porque escuché ruidos raros y pensé que algo le pasaba… ¡y solo estaba tomando un baño! Aprenda a cerrar con llave, por favor.

—¿O sea que todo fue una serie de accidentes? —la voz de la mujer sonó decepcionada. Valentín asintió con firmeza:

—Sí. Además, tengo novia. Se llama Sasha. Pero… discutimos. Y creo que se fue. Tengo que recuperarla. ¡Deséeme suerte!

Rodeó a la señora y salió corriendo por el pasillo, como si se hubiera quitado un gran peso del pecho. A lo lejos, oyó su voz:

—¡Qué chico tan decente! Corre a recuperar a su chica…

Encontró a Rostik afuera, cargando equipo y maletas al autobús, mientras silbaba una canción navideña. Valentín se detuvo, indeciso, tragando nervios antes de abordar la conversación.

—¡Eh, gigante! —saludó Rostik al verlo, provocando un sobresalto en su amigo—. ¿Vienes a ayudar?

—No… bueno… —desvió la mirada, evitando el contacto visual—. Oye… ¿dónde está Sasha? No me contesta el teléfono y…

—Se fue.

—¿Tan rápido? ¿Por qué no esperó? Podríamos haber viajado juntos en el autobús…

Rostik lanzó una caja al maletero y cerró los ojos con pesar al escuchar los crujidos: allí iban los delicados recuerdos por los que Kostik había gastado media quincena. Ya no llegarían todos enteros.

—Está atravesando una crisis emocional. El tipo que le gustaba la traicionó —explicó, secándose el sudor de la frente—. Seguro ahora mismo va llorando en el tren, borrando fotos y pensando en teñirse el pelo o hacerse otro piercing. Le pasa más o menos una vez al año. Si me encuentro a ese imbécil…

Pasó un dedo por el cuello, como si lo cortara.

—Tal vez ese tipo no fue el culpable —sugirió Valentín con cautela—. Tal vez fue una trampa.

—¿De qué estás hablando? —Rostik lo miró con desconfianza—. ¿Lo conoces? ¿Sabes dónde vive? ¿Es ese matemático?

—Bueno… la verdad… soy yo.

—Muy gracioso.

Valentín respiró hondo y le contó toda la verdad. Cada palabra que salía de su boca parecía alimentar la furia de Rostik, cuyos ojos se llenaban de rabia. Por un momento, Valentín pensó que lo iba a hacer pedazos.

—¡Tienes que ayudarme! Quiero recuperarla —suplicó, preparándose para esquivar golpes—. Eres mi única esperanza.

—¿¡Ayudarte!? —rugió Rostik—. ¡Voy a matarte!

Pero la tragedia fue interrumpida por la aparición del director. Dejó su maleta en el compartimento y se giró hacia ellos.

—¿Ya están listos? ¿Por qué esas caras largas? —le dio unas palmaditas a Valentín—. ¿No quieren irse ya de Sviatkove?

—Claro que sí —respondió Rostik por ambos—. Aquí ya no nos queda nada.

—¡Exacto! Buen trabajo. Cumplieron con todo y más.

—Sobre todo Valentín… hizo de todo —murmuró entre dientes. Luego se inclinó hacia él—: En el autobús, siéntate lejos de mí. No quiero ver tu cara de caradura.

Así terminó su viaje de trabajo… y con él, una etapa de la vida de Valentín.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.